Esas calles de Dios...

¿Otros tiempos? Las vías de la capital daban una penosa impresión a fines del siglo XIX, y las protestas de la gente no se hacían esperar

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“Algunas calles de esta ciudad se encuentran en mal estado, llamamos la atención del señor Gobernador para que ponga pronto remedio a este mal”. Esta queja apareció en el diario El Ferrocarril (27/02/1891), y en ella se califica de “un mal” el estado de las calles josefinas. Esa reclamación no resulta extraña si se revisan los periódicos publicados hacia fines del siglo XIX.

Las quejas contrastan con la imagen –bastante difundida entre los costarricenses de hoy– de la supuesta “modernidad” que caracterizaba a la capital costarricense de entonces. Es cierto que la ciudad presentaba algunos logros, como un sistema de acueductos, una electrificación temprana, un ferrocarril que conectaba el centro del país con el Caribe, y un sector social dominante cuyo estilo de vida aburguesado imitaba patrones de consumo europeos; sin embargo, el sistema de las calles josefinas no era precisamente de vanguardia.

Nubes de polvo. Demandas frecuentes entre editores y ciudadanos era la urgencia de regar las polvorientas calles pues se carecía de pavimento vial, técnica que entonces constituía una novedad en naciones como los Estados Unidos y países desarrollados de Europa.

Una nota del Diarito Costarricense (24/12/1893) sobre este asunto es reveladora: “RIEGO, AGUA. Nos ahogamos Señor Gobernador. ¿Porqué no hace usted salir a la calle las buenas bombas que hay guardadas en el cuartel de Policía?”.

Las molestias creadas por el polvo eran mayores en los meses de verano. Por ejemplo, en las actividades de Semana Santa (marzo y abril), las calles ponían a prueba a los devotos. El periódico La Unión Católica (29/03/1893) anunciaba recorridos por las principales vías de la ciudad y planteaba: “Se recomienda el conveniente aseo de las calles y que el riego se haga en la mañana para que a la tarde no haya humedad”. Con sugerencias de esta naturaleza se procuraba hacer menos penosa la ruta de fe de los parroquianos católicos.

Una persona identificada como “Una víctima” mostraba su malestar sobre el riego de las calles indicando que para financiarlo existía un impuesto municipal.

En el diario El Comercio (12/04/ 1887), el anónimo manifestaba: “En invierno se paga dicho impuesto y quien riega es el cielo; en verano se paga también, y en esa época ni el cielo ni el empresario riegan; pero se cobra el impuesto. Es cierto que en algunas calles se riega como es debido; pero el resto de la población se queda sin ese benéfico don”.

Protestas como aquella dejan ver una parte de la realidad del estado de las calles capitalinas. Sin embargo, las “nubes de polvo” eran solo uno de los problemas de los transeúntes.

Desagues y basura. El deficitario sistema de administración de aguas de San José también afectaba las calles. Se sentían malos olores en caños situados frente a la iglesia del Carmen ( El Ferrocarril , 27/02/1891) y pestilencias descritas en La Patria (31/03/1896): “El desagüe que pasa al lado de la oficina de los señores don Vidal Quirós y de don Francisco V. Sáenz, hace algunos días se encuentra en completo estado de putrefacción. Trasladamos a quien corresponda y suplicamos se remedie nuestra queja”.

No parecen pocos los inconvenientes que debían esquivar los vecinos que se desplazaban por las vías.

Sumado a lo anterior, se encontraba el pésimo manejo de desechos sólidos. Disposiciones de la Municipalidad de San José ( La Gaceta , 01/05/1885), orientadas a establecer medidas de control sanitario, obligaban a la policía a pasar con dos carretones de lunes a viernes por las principales calles residenciales y de comercio para recoger la basura “convenientemente acomodada”; esto es, apilada por los vecinos en montículos a lo largo de las calles.

La misma Municipalidad emitía instrucciones para que, bajo amenazas de ley, los vecinos blanqueasen o pintaran el frente de las casas de habitación, y para que limpiasen las cercas, las calles y los desagues.

Un aviso de El Comercio (21/03/ 1888) planteaba: “Basuras. La policía de higiene hizo una limpia completa a la plaza del Hospital que estaba poco menos que abandonada. Ayer al mediodía se quemaron en ella misma las basuras recogidas, que eran en bastante cantidad”.

La noticia anterior evidencia el precario manejo de la basura, así como la poca atención que recibían propiedades, situadas en plena capital, utilizadas por vecinos y comerciantes como “botaderos de basura”.

Zanjas y electricidad. El mal estado de los caminos solía incidir en el precio de los granos, las verduras y las legumbres comercializados en el mercado municipal ( El Comercio , 12/04/1887).

Al respecto, vecinos de Desamparados indicaban sobre el camino que comunicaba ese poblado con la capital: “Se encuentra en tan mal estado, tan lleno de desparejos, zanjas y hoyos, que no es fácil transitarlo” ( El Comercio , 01/03/1887).

Otras quejas publicadas en la prensa surgían debidas al penoso estado de los puentes y los barriales que se formaban en el período de lluvias.

El alumbrado público no escapaba a las críticas de los ciudadanos. El Comercio (22/03/1887) manifestaba al respecto: “Es demasiado irregular y no ayuda a la policía, por que ha estado manteniendo a media ciudad a oscuras”.

Editores de prensa denunciaban que, en reiteradas ocasiones, al terminar las funciones de teatro, los asistentes debían sortear todo tipo de obstáculos, productos de la oscuridad en la que se sumía San José ya que no se disponía de una adecuada luz eléctrica.

Hoy, ya en el siglo XXI, las calles josefinas –plagadas de baches, puentes temporales y delgadísimas capas asfálticas– no difieren mucho de las carencias manifiestas en la prensa escrita de 120 años atrás'

El autor es coordinador del Programa de Estudios Generales de la UNED y profesor asociado de la Escuela de Estudios Generales de la UCR.