Esa ciudad que aún no han visto nuestros ojos

Aún estamos a tiempo de rescatar el proyecto de un Centro Cívico Nacional

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Cuando San José se mira en el espejo, tiene los ojos en la frente y las orejas, en la barbilla. Sus rasgos distintivos migran como en un cuadro de Juan Gris o de Pablo Picasso, y hacen imposible reconocerlo en la multitud de semblantes que inundan el orbe. Lo cierto es que los habitantes de San José no podrían describir el perfil de su ciudad y son incapaces de predecir cuál será su imagen dentro de quince o veinte años.

Nuestra capital, que debería ser el rostro inconfundible de una nación, es más bien un acertijo, un rompecabezas, una esfinge desorientada que nos obliga a preguntarnos si de verdad nos importa la planificación urbana y arquitectónica en Costa Rica.

La interrogante revive ante la posibilidad de emplear un edificio de oficinas en Zapote para trasladar la Asamblea Legislativa. Dicha propuesta es válida desde la necesidad urgente de desocupar el actual edificio del Congreso, pero tan solo como solución temporal y condicionada al inicio del proceso de construcción de un nuevo edificio parlamentario, en su ubicación histórica en el centro de nuestra capital.

Símbolo del diálogo. El Congreso es el inmueble más emblemático de una democracia. Es el símbolo del diálogo, del pluralismo y del sueño sublime de quienes luchan por ser gobernados por las leyes y no por los hombres, para usar la expresión de John Adams. Si el Congreso ha de conservar su valor simbólico, no puede adoptar la forma externa de un call-center, ni ser un paréntesis en una calle en las afueras de San José.

Un país como Costa Rica debería ser el primero en comprender que una institución democrática es más que una torre de concreto: es una idea, una noción, una mezcla de materia y pensamiento. No es ningún delirio poético afirmar que nuestro pueblo necesita sentir una conexión emocional con el lugar que ocupan los principales poderes de la República: es la evidencia de que proveen muchas ciudades del mundo, entre ellas Washington, Madrid, Nueva York, París, Moscú, Berlín, México o Buenos Aires.

Yo recuerdo la primera vez que escuché hablar del Centro Cívico Nacional, siendo ministro de Planificación en el Gobierno de don Pepe Figueres. En aquellos años imaginábamos una ciudad ejemplar, un vértice democrático en donde convergieran las principales instituciones estatales, unidas por espacios públicos como plazas, bulevares y parques. Ya luego, en el Gobierno de don Daniel Oduber, aquella ciudad imaginaria tomó forma de la mano por la inspiración del urbanista Eduardo Jenkins, artífice intelectual de un proyecto que luego abandonaron las siguientes administraciones.

Cuatro décadas después, vuelvo a hablar de esa ciudad que aún no han visto nuestros ojos, porque sigue siendo cierto que existe una utilidad práctica, una conveniencia urbana y una coherencia democrática en construir y preservar un centro cívico en San José. En ello coinciden prácticamente todos los arquitectos del país. Quienes no coinciden son los políticos, demasiado acostumbrados a evadir los sacrificios mientras claman por los resultados; demasiado acostumbrados a posponer las decisiones; demasiado acostumbrados a la perniciosa práctica de decir: “sí, claro', pero no todavía”.

Ver más allá. Vencer el cortoplacismo y la eterna urgencia, alzar la mirada para ver más allá del siguiente paso y de la siguiente piedra, es una de las más sagradas obligaciones de un gobernante. Por eso, durante mi pasada Administración, defendí la construcción de una nueva Asamblea Legislativa y coloqué una placa en el espacio en donde debe ubicarse la nueva Casa Presidencial. Aquel gesto, que me valió algunas bromas y muchas críticas, fue una manifestación a favor del centro cívico, cuya construcción debe ser un proceso irreversible, competitivo y democrático, en que participen las mejores mentes y los mejores talentos de la arquitectura nacional e internacional. Un grupo de expertos, encabezados por el arquitecto Fausto Calderón, se ha comprometido a establecer los mecanismos de este proceso de selección, y el Banco Centroamericano de Integración Económica se ha ofrecido a financiar el proyecto. Creo que es una oferta que no debemos rechazar.

Es cierto que implicaría costos importantes. Tampoco le salió gratis a nuestros tatarabuelos el Teatro Nacional. Los edificios estatales y los espacios públicos surgen de la voluntad, no del azar. Para construirlos, se requiere mucho más coraje que suerte. Eso me lo enseñaron don Pepe Figueres y don Daniel Oduber, y es una lección que nunca pude olvidar.

Esa convicción me llevó, a lo largo de mi carrera política, a construir la plaza de la Cultura, la plaza de la Democracia y el parque de la Paz, y a iniciar la construcción del parque de la Libertad y del parque del Bicentenario. Esa convicción me llevó a inaugurar la nueva Aduana, las escuelas de música y los centros culturales en todo el territorio costarricense. Esa convicción me llevó a invertir en la modernización de nuestra Biblioteca Nacional y a conseguir la donación del nuevo Estadio Nacional.

Aún estamos a tiempo de rescatar el proyecto de un Centro Cívico Nacional. Aún estamos a tiempo de encarar la esfinge, de darle a nuestro pueblo un rostro reconocible, de hacer de San José una frase inteligible en el párrafo de la humanidad. Pero hay que asumir el sacrificio y hay que ver un poco más allá.