Entre los faraones y el fuego

Desde siempre, la humanidad no sabe realmente qué es “la muerte”

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¿Cuándo se sabe que un ser humano “está muerto” en definitiva? ¿Si ya no respira? ¿Al cesar las palpitaciones de su corazón? ¿Cuando concluyen sus movimientos, se entiesa y enfría su cuerpo? ¿Si termina la actividad eléctrica en su cerebro? ¿Con la putrefacción de su organismo? En los cuatro primeros casos o estados, ha habido reversiones –después de lapsos variados– científicamente observadas; y la tradición cristiana registra el caso de Lázaro, quien volvió a vivir, por intervención de Jesús, aun después de que su cadáver ya “olía mal”, según advirtió su hermana Marta.

Intrigados por acontecimientos al respecto en Haití, relacionados con vudú y zombis, cuatro distinguidos etnobiólogos de la Universidad de Harvard promovieron una investigación científica sobre la materia que encargaron a Wade Davis, un joven doctor Ph.D. en etnobotánica, entre 1981 y 1984. Davis obtuvo unos resultados sorprendentes que generaron una polémica que perdura hasta hoy. Se hizo famoso con la publicación del libro La serpiente y el arcoíris, en 1985; extendió sus investigaciones a numerosos otros países del mundo, especialmente Suramérica; escribió gran cantidad adicional de libros y artículos; ha dirigido reportajes y programas de televisión por muchos años; y recientemente publicó Los constructores de vías: En qué la sabiduría antigua atañe al mundo moderno (2009).

En su investigación sobre vudú y zombis, Wade descubrió lo siguiente: había personas que sabían cómo inducir un estado de “muerte” –al menos aparente– y revertirlo; esto se lograba mediante una combinación de sustancias venenosas, restos de animales y seres humanos; se enterraba la “víctima” y, después de un tiempo, se desenterraba; la hacían volver a la vida física, pero carente –en alguna medida– de memoria, voluntad y conciencia (todo lo que se asocia con “alma”).

Se aplicaba ese tratamiento a personas que cometían graves infracciones de normas comunales, siguiendo rigurosos procedimientos y ritos, bajo supervisión de autoridades designadas al efecto, mediante procesos tradicionales.

El “cuerpo”, que quedaba sin “alma”, se solía disponer para trabajos en la comunidad o propiedades de quienes habían sido perjudicados por la infracción.

Enigma. Pero, a lo que voy es a lo siguiente: parece que la humanidad, desde tiempos inmemorables ha reconocido que no sabe realmente qué es “la muerte” y cómo ocurre. En la civilización egipcia, una de las más antiguas que conocemos, las autoridades superiores (los faraones), se las arreglaban para disponer de todas las comodidades que deseaban, al quedar “aparentemente muertos”: ordenaban la construcción de pirámides, donde quedaban ubicados sus cuerpos; inclusive tomaban medidas para hacerse acompañar de familiares y servidores.

Por su parte, los hindúes, otra cultura milenaria, crearon la práctica de incineración de quienes quedaban en ese estado, ¿tal vez para evitar la posibilidad de revertir estando enterrados, lo cual sería una experiencia horrorosa? Todavía hoy existe un fenómeno conocido como tafofobia (del griego thaphos, sepultura, y phobia, temor) que no es infundado: históricamente, han sido registrados casos de personas solo aparentemente muertas que fueron enterradas vivas. Según Wikipedia, el inglés William Tebb informó en 1905 sobre: 219 personas vivas que casi fueron sepultadas; 149 efectivamente sepultadas; 10 revivieron en proceso de disección; y 2 personas vivas estuvieron a punto de ser embalsamadas. Ante esas posibilidades, ¡razón tenían y tienen los hindúes en preferir la incineración!

Entre esas actitudes y prácticas extremas ante la incógnita de la muerte, hay numerosos alternativas intermedias que han sido escogidas por los pueblos e individuos, para describir las cuales ya no dispongo de espacio aquí. Por tanto, estimado lector, estimada lectora, las dejo a su imaginación y preferencia.