Enrique Castillo

Embajador de Costa Rica ante la OEA

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La educación que recibió de los sacerdotes del Colegio Saint Francis, y también los cordonazos que los religiosos le infligieron, cambiaron para siempre a Enrique Castillo Barrantes.

Aquel travieso, molestón, distraído en clase y que hasta tercer año de secundaria fue indisciplinado, sufrió un golpe de timón: se convirtió en un alumno ejemplar, responsable y “con inclinaciones intelectuales”.

La voz cantante de Costa Rica en la Organización de Estados Americanos (OEA) conoció la pobreza, se benefició de la educación pública (Escuela Buenaventura Corrales y Universidad de Costa Rica), atestiguó el progreso material en su hogar paterno y se valió del estudio como vehículo para su ascenso social y forjarse una sólida formación académica y profesional.

“La calle de la Amargura –en San Pedro, Montes de Oca– fue la calle de mi infancia”. Allí jugó chócolas, círculo, punta al tarro y otros juegos infantiles del ayer.

Multifacético

Saprissista desde niño, Enrique Castillo es todoterreno. A su doctorado en Derecho y su maestría en Sociología, obtenidas en la Universidad de Burdeos, Francia, se une el gusto por la literatura. Su obra Pesadillas de un hombre urbano le valió el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en Cuento (2003).

“El mundo de la literatura me hace más feliz porque lo disfruto, al punto de que pierdo la noción del tiempo”. Resume así ese gusanillo: “Para mí, la literatura no es un trabajo, es un goce”.

Existe también el Castillo deportista, que jugó mejengas e integró equipos de futbol en su niñez y adolescencia, el que hace ejercicio todos los días “para mantener un equilibrio anímico y emocional óptimo”; existe el Castillo que gusta de los vinos tintos, con preferencia –¡cómo no!– de los de Burdeos; el Castillo que se relaja con Beethoven, Mozart y los barrocos; el que ha leído a Dostoievski y Tolstoi, a los clásicos de las letras francesas y que prioriza a los escritores en la lengua de Cervantes.

Al sociólogo, abogado y escritor se agrega otra faceta: su participación en la vida pública –”esa es otra de las vocaciones naturales con que nací”– y en la política. En esta ingresó tarde, cuando el presidente Óscar Arias lo nombra, en 1986, embajador en Francia; después, fue parte del Tribunal de Elecciones Internas y del Tribunal de Alza del Partido Liberación Nacional.

En parte de la Administración de José María Figueres Olsen (1994-1998) fue ministro de Justicia, y en el 2008 volvió a la diplomacia como embajador en la OEA hasta el presente. Hoy, comparte la vida con su esposa, Olga Echeverría Murray, y dos hijos.

Brasa con Nicaragua

Al Castillo que nació hace 68 años en el barrio del Carmen, San José, le ha tocado defender los intereses nacionales ante la incursión y ocupación de la isla Calero (extremo noreste del país) por soldados y civiles nicaragüenses, desde finales de octubre.

El 12 de noviembre se lo vio alzar la voz y demandar en el Consejo Permanente de la OEA una resolución que exigiera la salida de las fuerzas ocupantes y el reinicio del diálogo binacional, como lo planteaba el secretario general, José Miguel Insulza.

“¿Cuánto creen ustedes que un país puede soportar esa situación escuchando discusiones en un foro temeroso de tomar decisiones firmes y de aplicar sus normas?”, les dijo Castillo a los restantes embajadores.

–¿Por qué esa reacción?

–Fue la actitud temerosa o timorata de algunos, el estar consciente de que el reclamo de Costa Rica necesita una respuesta no solo rápida, sino franca y comprometida.

Aunque los momentos calientes, como esa sesión, son inevitables, “en general, el ambiente que prima en la OEA es muy cordial, muy amistoso”.

Los embajadores acostumbran tener relaciones estrechas, se reúnen a almorzar, a tomar un trago. Así suele ocurrirles a los centroamericanos... “con excepción de Nicaragua”.

Castillo amplía: “La relación con el embajador de Nicaragua –Denis Moncada– ha sido escasa y apenas estrictamente profesional. Fuera de lo que son reuniones oficiales, lo veo poco y no converso nunca con él”.

Costa Rica seguirá su lucha diplomática en la OEA. Esta realidad lo lleva a plantear una reflexión: “Tenemos que pensar mucho hacia el futuro como país, cómo vamos a redefinir las bases de nuestra paz y seguridad”.

Pese a verla “débil” y con menos músculo, Enrique Castillo cree en la OEA y en su utilidad. “Quienes hablan de retirarse de la OEA, cometen un error y posiblemente no saben de lo que están hablando”. Es su sentencia.