Enfoque

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Espero, parece que no he hecho otra cosa en todo el día que esperar. Como todo el mundo en el salón. Ser ciudadano tico en diciembre es un ni modo. Y eso que, lo reconozco, cada vez puedo hacer más trámites desde la soledad de mi computadora. Sin embargo siempre quedan los indelegables, irreductibles al progreso. La cuestión es que en el hastío entro en conversa con la señora del lado, oigo al de allá punzando al saprissista aquel que, código manda, pone al mal tiempo buena cara y otra vez será. No falta el conectado con la política que se ufana de ser cuate del precandidato aquel. En fin, un trámite público es un igualador social y el hastío una inopinada ocasión para el encuentro ciudadano pues, parloteos aparte, el enemigo está claro: el burócrata de la ventanilla, el tirano del sello, ese con el poder de arruinar o no nuestro día.

¡Y como disfrutan algunos ese poder!

Muy rápidamente el variopinto grupo de penitentes –cobradores, doñitas, roquemix como yo y demás– llegamos a las verdades incontrovertibles: que el país es un desastre, que nada funciona (¿no ve esta cola?) y que todo tiempo pasado fue mejor. A todo eso tengo serias objeciones pues en lo fundamental me parecen conclusiones tan fáciles como mentirosas. Sin embargo, esta vez decido navegar con bandera de pendejo para no pasar por sicofante del régimen o por intelectualoide fachento, de esos que parten pelos en el aire. La otra opción es hacer la del comechicle peliparado de a la par que, conectado a sus audífonos y celular, rumia su goma de mascar ajeno al mundo. Hoy prefiero ser pendejo a comechicle, convencido de que no soy el único pendejo en el salón.

¡Qué clase de cromos somos! Vencido el ogro de la ventanilla, nos volvemos al público con sonrisilla de alivio, damos media vuelta, nos despedimos y, de repente, ese que hablaba del país que se cae a pedazos agarra su papelito, respira profundo y toma carrerilla para ver si le alcanza el tiempo para ir a la tienda y aprovechar la oferta aquella con los jirones de un aguinaldo que hace rato quemó.

No consigo todavía descifrar esta tropa de “cartagos”. Para ellos, para nosotros, nada funciona, pero somos un pueblo feliz; pedimos cambio, queremos líderes y partidos nuevos, pero tenemos un instinto conservador y lo justificamos, ladinos, diciendo “voto por el mismo porque de por sí todos roban”. Vicios públicos, virtudes privadas: ¿en qué andamos? No es fácil bailar el trompo mental de estos críticos de 8 a 4 que, pese a todas sus conclusiones apocalípticas sobre el estado del país, al final están más que contentos con lo que hay. No sé si por convicción o por pereza: da igual.

Confisgados.