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“Es la guerra del hambre, señor”, me explica el lustrabotas, apurándome a bajar de la silla mientras se disputa un nuevo cliente con su colega del lado. Y agrega: “La guerra de todos los días”. Síntesis brutal. Me mira directo a los ojos y no adivino, en su gesto, si se está excusando por apurarme o si desafía mi lentitud en recoger los chunches, mi torpeza por no entender lo evidente: que en su mundo, sin protección laboral ni mañana cierto, un descuido hace la diferencia entre redondear o no el día. Puedo permitirme alargar la charla, que era en lo que estábamos apenas un segundo antes, pero él no.

Ese lustrabotas es uno de los 17 millones de centroamericanos que viven en exclusión social, personas doblemente abandonadas a su suerte por un mercado de trabajo que no les da oportunidad y los relega a pelear boronas, y un Estado a cuyos programas sociales no tienen acceso, ni a los de salud, educación (más allá de un par de años de escolaridad, con suerte) y, menos, a la seguridad de una pensión. Recuerdo aquel título de Fanon, Los condenados de la tierra , tan influyente en aquellos lejanísimos días cuando Los Beatles eran todavía una tierna banda de jovencitos. La perra vida. Cierto que la exclusión social es mucho menor en Costa Rica que en nuestros vecinos, incluido Panamá. Aun así, más de 400.000 compatriotas la sufren. La perra vida, insisto, invisible para todos los afortunados que nacimos y vivimos en otros mundos.

La guerra del hambre: ¿por qué no proponernos remover la exclusión social en Costa Rica al 2021, cuando celebremos el bicentenario de la Independencia? Una meta concreta: ningún hogar sin cobertura de salud; ninguno sin pensión y reducir la informalidad laboral al mínimo. No hablo de acabar la pobreza, pues siempre habrá algún contingente en esa condición, me refiero a erradicar las manifestaciones más extremas de la desintegración social. Un compromiso político y uno ético también.

Un reto, una meta específica: ¿ideas para ayudar a lograrla? Van mis cinco céntimos: dejar asentada una autoridad rectora de los programas sociales de combate a la pobreza (en cada administración de gobierno deambula por diversos entes públicos); impulsar programas masivos de generación de empleo mediante alianzas público-privadas; desbloquear los fondos del Sistema de Banca para el Desarrollo; fortalecer la inspección laboral para asegurar el cumplimiento de garantías en los centros de trabajo; y que la Caja desarrolle mecanismos flexibles para la cotización al seguro por la población en el sector informal.

En fin. Confieso que me golpeó eso de “la guerra del hambre, la de todos los días”. Tanta verdad en pocas palabras.