Enfoque

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Me conmovió el asesinato del joven ambientalista que cuidaba nidos de tortugas en Moín. Sentí una profunda tristeza y no solo por la innecesaria y evitable muerte de una persona con toda una vida por delante o por la saña con que los sicarios perpetraron el crimen, sino porque ha muerto un joven de esos capaces de apasionarse por una causa buena, aunque las tortugas no paguen y, por lo visto, nuestra sociedad tampoco. No se trata de fabricar un semidios. El punto es honrar a quien lo merece. Y de no dejar que su asesinato pase inadvertido e impune.

Pienso en ese joven y en él veo a muchos otros que, con igual entusiasmo y desinterés, pelean contra la inercia, las injusticias o el burocratismo en campos muy diversos. Unas inundan las calles levantando plata para construir casas; otros trabajan como posesos para abatir la exclusión educativa en colegios de zonas de riesgo; aquellas colaboran con la limpieza de nuestros ríos; estos, impulsan el transporte limpio y la recuperación urbana de la alicaída San José. En fin, me refiero a quienes no andan viéndose el ombligo, oliendo a plástico y exudando egoísmo. Ojalá este país coseche muchos jóvenes apasionados, críticos, comprometidos como ellos. Nuestra capacidad como sociedad para ser mejores e innovar depende de que haya muchas flores y menos zopilotes. Y a las flores se las cuida.

También sentí otro tipo de tristeza, más analítica e impersonal, pero tristeza al fin. El asesinato de este joven es también un atentado contra el Estado como orden público. Su muerte es un mensaje cuyos destinatarios somos todos. Bandas criminales disputan a la institucionalidad pública el control de ciertos territorios. Nos dicen que en ciertas zonas que consideran como suyas, ellos mandan y harán lo que quieran contra quienes los reten. En una playa o en un barrio. Se nos va la vida si nos dejamos.

Sin embargo, el mensaje es, lamentablemente, más ambiguo y complicado. La muerte de quien clamó por protección y nada recibió, habla de un Estado atenido, pusilánime, tanto que, en las primeras de cambio, sus autoridades fueron incapaces de expresar siquiera empatía por el muerto. Optaron por excusas: que para qué andaba por allí; que el muertico quién sabe por qué dijo lo que dijo porque ellos siempre patrullan; o que ellos patrullan en horario de oficina, pero que de noche, no. Solo cuando la reacción social se vino encima, muerto de por medio, entonces y solo entonces, hubo reflejos: de parte del Ministerio de Seguridad, de parte del Ministerio del Ambiente. Pelearles la playa a los criminales y esclarecer el crimen es un asunto de interés nacional. Y hacerlo con absoluto respeto al Estado de derecho.