En busca de oportunidades entre la basura

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Cuando lo buscamos para coordinar una entrevista, Carolina, su esposa, nos respondió que no se encontraba en casa. Esa tarde –como todas las tardes desde hace año y medio–, José Wálter Zamora había emprendido camino en busca de trabajo. Y, como siempre, regresó a casa sin buenas nuevas.

Faltan pocas semanas para que Galleta –como lo conocen sus amigos– alcance su medio siglo de vida. “A estas edades cuesta que le den brete a uno”, dice con resignación, sin dejar olvidada la esperanza que lo acompaña cada vez que abandona su casa en Miravalles 2, Tirrases.

De lunes a sábado, desde las 4 a. m. y hasta media tarde, él y una pequeña cuadrilla de buzos retirados se dedican a recuperar despojos de la metrópoli.

El renco, El loco, El paisa, El chino,Van Damme y Galleta salvan de la basura los materiales que podrían tener un mejor destino. Cada madrugada, antes de que salga el sol, los cinco hombres exploran sin asco el contenido de bolsas de basura en barrios de San Francisco, La Colina, Curridabat y San Antonio de Desamparados. “La gente nos cataloga como indigentes, pero este es un oficio honrado. Lo que no nos sirve lo devolvemos a las bolsas”, expresa tajante.

En su casa cocinan con leña y el agua llega solo cuando cae del cielo. Por eso, Galleta sabe ser agradecido con lo que el destino lleva hasta sus manos. “La gente de plata es la que bota lo que uno se encuentra; son tan ricachones que desaprovechan hasta la comida. Yo me he encontrado cajas con pizzas completas, hamburguesas o pollos asados. Si están saludables, me los llevo para comerlos en la casa”.

Zamora está obligado a alimentar tres bocas aparte de la suya. Su esposa cuida la casa que hace dos años les regaló la ONG Un techo para mi país, y los dos hijos van a la escuela de Tirrases. Los cuatro duermen en el mismo cuarto, y semanalmente comen con los ¢15.000 que el jefe de hogar consigue cuando le va muy bien.

Cada jornada, el morral se va llenando poco a poco, el sol aparece y curte la piel del quinteto de buzos callejeros, que sigue su oficio mientras el rocío matutino se evapora junto a su sudor.

En la chatarrera les dan ¢300 por el kilo de aluminio, ¢80 por el de papel y ¢60 por el de botellas. Con el cobre les va mejor, pues se ganan ¢2.000 por kilo. “Ahí nos pagan un precio justo”, afirma Galleta, aunque está consciente de que su oficio actual no constituye un alivio en su billetera.

Justo o no, este es su único ingreso económico, producto de casi 40 kilos que se echa sobre el hombro a lo largo de la ruta.

“Con ¢2.000 diarios me voy tranquilo. Vivo feliz con lo que tengo y me desahogo reciclando. Me he adaptado a la basura pues he vivido de ella toda la vida. Lo que usted me ve aquí puesto me lo he encontrado en la calle”, dice, mientras señala sus zapatos.

No se ve desgarbado, pero tiene muy pocas prendas de ropa y, en su casa, las posibilidades para asearse son ínfimas. “Debemos lavar a mano después de llenar un estañón a punta de pichingas”, cuenta Zamora y recuerda las promesas que la Ministra de Salud le hizo a su comunidad hace varios veranos.

Galleta fue buzo en Río Azul por 28 años. Día a día, se sumergía en montañas de basura en busca de algún tesoro qué vender a las recicladoras. En 1972, cuando abrió el relleno, él tenía 11 años de edad. El kilo de cobre se pagaba a ¢4 y reciclar parecía un buen negocio; así, de la noche a la mañana, se inició en el oficio.

Ese mismo año tuvo que abandonar el quinto grado de la escuela y se pasó a vivir a un precario, a 150 metros del relleno.

Nunca olvidará el 11 de agosto del 2007 cuando declararon el cierre irrevocable de su lugar de empleo. “En aquel momento, a todos los que vivíamos ahí nos ofrecieron el cielo y la tierra, el IMAS nos dio comida por tres meses y luego quedamos como náufragos”, relata. Para él, el “olvido” del gobierno fue una bofetada en la cara de, al menos, 100 familias.

Galleta consiguió empleo en la Chatarrera Nacional, donde estuvo tres años cargando contenedores “hasta que la cosa se puso fea y me liquidaron”, cuenta con tristeza.

“No tengo títulos que me respalden; soy operario, sé pegar blocks y hacer trabajos de carpintería, pero hasta en los talleres están mal de chamba”, dice, tras aceptar que desconoce lo que es un currículo.

“Yo sigo buscando trabajo, pero si sabe de algo me dice”, pide al final de la entrevista.

apardo@nacion.com