El flautista de Hamelin , en versión nueva

En cualquier momento puede surgir un líder con vocación supuestamente mesiánica

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Preciosa, esta estatua del flautista, obra de Jiménez Deredia, en la entrada de nuestro máximo coliseo nacional. No hay duda, la imagen atrae, y casi oímos los sonidos de la flauta. Pero propongo un ejercicio a partir de otro flautista, el de Hamelin, que por lo demás existe en varias versiones.

Los hermanos Grimm divulgaron el cuento, subrayando que la palabra dada se respeta. Pero aquí, al coincidir con el aniversario número 80 del ascenso de Hitler al poder, me permitiré una interpretación complementaria.

Las “ratas”, en este caso pueden ser el nazismo, ese fascismo que llegó legalmente al poder a fines de enero de 1930. El hombre del bigotito ese, no tenía mucho estudio, pero no resultó tan tonto como lo simplifica la película de Chaplin. Grandes sectores civiles, nacionales e internacionales, hasta cantidad de eclesiásticos, se dejaron embaucar.

No fue golpe militar lo que lo llevó a ser jefe, “Fuhrer”, sino astucia y mucha labia. Supo capitalizar en las masas el descontento tanto interno (por la falta de trabajo) como externo (por las condiciones extremas del Tratado de Versalles, al final de la Primera Guerra Mundial, contra los alemanes).

Con el mismo título que lleva ahora la ejemplar señora Ángela Merkel, el “canciller” Hitler se granjeó rápidamente grandes partes del electorado a base de retórica chovinista. Como la sal, el nacionalismo es útil y agradable en pequeñas dosis; fatal en cantidad industrial. Utilizo adrede esa palabra, porque todos los industriales, o casi, secundaron el mensaje y en los años treinta, pese a la interdicción del citado tratado, Alemania volvió a ser una potencia militar. Ya se sabe qué siguió: un sistema totalitario expansivo, listo a tragarse geografías, con genocidio a gran escala y todos los valores morales al suelo, todo bajo el lema “Fuhrer, ordene, nosotros seguimos.”

Las “ratas” se instalaron en casa por nuestro descuido, falta de aseo... y hasta el abstencionismo, si se quiere. En la versión original, eliminada la plaga a punta de sonidos, los ciudadanos se niegan a pagar el precio, por lo que el músico, la verdad, no resulta muy cariñoso con los niños: ¡los secuestra y desaparece con otra melodía pegajosa!

Podemos entonces afinar el lápiz interpretativo y considerar que, en realidad, también el flautista hace de malo: ya no solo con base en la omnipresencia totalitaria de la radio en el régimen nazi, sino ahora realmente total... llega a representar al comercio tan avasallante que nos rodea, con publicidad invasora por doquier, lisonjerías crediticias, construcción de quimeras, confundiendo totalmente a la gente. A pura imagen, que parece real, pero por esencia no lo es, el consumidor resulta cada vez más dócil y hasta ingenuo. Nuestros niños, masas amasadas, están quedando secuestrados.

No es que “había una vez”, sino en cualquier momento y no solo en “Hamelin”, puede surgir un líder con vocación supuestamente mesiánica, de extrema derecha como el del bigotito, o de extrema izquierda... y hay deschavetados ejemplos a nuestro alrededor.

Mucho ojo: pudo haber hecho “cosas buenas” ese otro “Duce” (igual: jefe) como acaba de señalar el terrible Berlusconi respecto de Mussolini, pero todo lo borró con el codo. En nombre de consignas sacrosantas de “libertad” y “pueblo”, algún líder aprovechado o el mismo capitalismo salvaje (al cual aquí mismo aludió el colega Obregón con “Estafados por el mundo”, el 29-1-13) pretenden seguir mandándonos. Muy mal haríamos con obedecerles a ciegas.

La “domesticación” contra la que advertía el viejo Figueres resulta cualquier cosa al lado de la manipulación que ahora constatamos a diario: miente, miente, algo quedará, dijo el otro... La democracia se defiende, igual, abonando el precio que corresponde: día tras día, en civilismo constructivo, no solo el próximo primer domingo de febrero.