El ‘zafis’ del mes

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Hace años, recomendaba yo en las empresas que deberían hacer un álbum de fallos, en el que fueran anotando las cosas que habían salido mal y que, por esa razón, convenía no repetir para no tropezar dos veces en la misma piedra.

En muchas recomendaciones que he hecho, he encontrado eco, pero en esta no. De los errores queremos olvidarnos. Nos averguenzan. Deterioran la imagen que tenemos de nosotros mismos, la cual imaginamos siempre bien pulida.

A lo largo de la vida, empresas y personas van registrando una serie de eventos cuyos recuerdos quedan instalados como dispositivos de alerta, los cuales se disparan en la proximidad de situaciones semejantes y podrían llevarnos a una cautela excesiva.

Cuando parte de nuestro pueblo dice que “el que con leche se quema, hasta la cuajada sopla”, se refiere a eso.

Hay cosas que salen mal debido a nuestro perfil personal. Si, por ejemplo, somos muy crédulos, es probable que sea alto el número de veces que alguien nos ha quedado mal.

Si somos impulsivos, tendremos una lista de situaciones en las que no nos cumplieron lo que nos ofrecían, quizá porque creímos que nos estaban ofreciendo lo que no nos estaban ofreciendo, y aceptamos la propuesta.

Hace poco, encontré en una empresa que su gerente promueve entre el personal que se reporte lo que se denomina “el ‘zafis’ del mes”. Me pareció una excelente idea por varias razones. En primer lugar, porque de manera realista se acepta que es natural que se cometan errores. Eso impide que los errores se oculten o se maquillen. Segundo, porque el propósito es utilizar el error para el desarrollo de las personas y de la organización.

Y tercero, porque llamarle “zafis” a un error nos indica que el clima de trabajo es amistoso, abierto, cordial y, además de eso, bienintencionado.

Atrás quedó la mano de obra. Bienvenido el ser humano total –la mano y el espíritu–, con una alta probabilidad de acertar, pero con alguna de errar.