El solipsismo de Figueres

El solipsismo político tiene el mismo efecto del mago que atrapa sueños y engulle voluntades

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Parece ser que José María Figueres, cada vez que aparece en público, afina los detalles de sus apariciones para asegurarse un puesto en la representación del más puro solipsismo. Los que vemos las escenas no dejamos de asombrarnos ante sus capacidades escenográficas de hacer creer y fomentar la idea de que solo existe su verdad y por lo tanto es él con su propia existencia y validación el que va a dar existencia a todo lo demás y por lo tanto, a todos los otros razonamientos. La verdad por lo tanto es su verdad única, sui géneris, autopoiética , subjetiva y hasta el presente valiosa para un grupo, ante la inexistencia –para él– de otras verdades.

Sus apariciones me recuerdan una especie de canto sobre sí mismo como lo puede hacer una solitaria y maravillosa foca marina sobre el pico de una montaña helada. El que lo oye queda prendado de su extraño sonido porque a partir de ese momento buscará entre todos sus cantos aprendidos alguno con que reconocer ese extraordinario y poderoso reino musical. Y, efectivamente, para muchos, así sucede.

El político da existencia a los demás mientras existe y es oído su discurso, su persuasión, su narración de los hechos y sobre todo su legitimación de cantor marino. Tiene el beneficio de apelar a ser parte de una familia, una historia, que pareciera sigue heredando capacidades y dones de manera milagrosa entre sus descendientes, como si la mano del padre untara de prodigios las palabras y acciones de sus hijos. Muchos viven de esta historia, no solo su familia, también amigos cercanos y militantes de su partido en una ya legendaria partenogénesis política iniciada en el 48.

El caso es que este solipsismo político o –canto marino–, sordo a otros cantos y manifestaciones reales de una verdad que se desborda entre los ciudadanos a golpe de otros ritmos, pareciera que sigue teniendo el mismo efecto del mago que atrapa sueños y engulle voluntades.

Al creerse, el político, amo del universo y único protagonista, refiriéndose entre metáforas y explicaciones como un ser absoluto que contiene al resto, de modo que solo esa idea existe y nada hay fuera de ella, nos está diciendo que lo único que se puede conocer es esa misma idea o verdad. De esta forma vuelve verosímil ante otros su propio mito, en un ejercicio amplificado por lo medios de comunicación donde lo que no es verdad pasa a ser la verdad única. Sumado a lo anterior si esta idea de que lo único que existe es lo que existe en mi mente va adornada con emocionalidad a borbotones bien distribuida, gestos, encuadres, frases y silencios adecuados, pues el resultado será una excelente vacuna contra las dudas o debilidades de un discurso ya cuestionado. Entonces, como sucede desde los tiempos de Hesiodo, la capa invisible del superhéroe se despliega de nuevo ante nuestros ojos garantizándole otra odisea más al protagonista, siempre y cuando no hagamos zapping con el pulgar y la mente.