El silencioso canto de la piedra

Dos museos albergan la herencia artística del legendario escultor francés.

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Es creencia generalizada que la arquitectura y la escultura son artes “inmóviles”. El crítico vienés Eduard Hanslick las describe como “música congelada”. En materia de estética no es bueno aceptar conceptos recibidos sin antes haberlos verificado nosotros mismos.

Si vamos sentados –inmóviles– en un tren en marcha, el espectáculo visual fluye ante nosotros, pero, si recorremos los andenes de un tren –también inmóvil–, el paisaje externo se “moverá” ante nosotros. En ambos casos hay movimiento.

Al entrar en un edificio, la mirada, el desplazamiento del caminante va creando el movimiento. Si nos sentamos inmóviles ante un espectáculo teatral o en un cine, el movimiento de las imágenes va también creando el movimiento, relativamente a nuestra posición.

Escultura, arquitectura, música, cine: artes igualmente fluidas, artes que existen en el tiempo, artes crónicas.

Hoy consideraremos a uno de los grandes poetas del movimiento virtual: Auguste Rodin, el más grande escultor de la segunda mitad del siglo XIX.

Más allá del cincel, puso a cantar a las piedras, las animó de vida por poco diríamos orgánica. Los invitamos a su casa taller, en la calle Varenne, del sétimo distrito de París, hoy en día uno de los grandes museos escultóricos del mundo. Es su propio convite: ¿cómo no aceptar semejante invitación?

Pasemos adelante. Efectivamente, en 1916, un año antes de su muerte, Rodin legó al Estado francés, “para aquellos que amen la escultura y el dibujo” (era un soberbio dibujante) sus dos museos: el que venimos de mencionar, y el de Meudon, en la Alta Sena, donde reposan sus restos mortales.

Entre las dos sedes se guardan 6.600 esculturas, 8.000 dibujos, 8.000 fotografías antiguas y 7.000 objetos de arte diversos. Además, se presenta una conmovedora película muda de 1915, en la que se ve al escultor en su taller, a Renoir, Monet, Saint-Saëns y a la legendaria Sarah Bernhardt. Casi un millón de personas visitan anualmente ambos museos

Conviértete en lo que eres. Ahora, el currículum negativo, ese que tranquiliza y reconforta a todos aquellos que han sido rechazados en certámenes artísticos.

Víctima de una miopía tardíamente diagnosticada, Auguste Rodin pasa por la escuela primaria y secundaria reprobando un año sí y el otro también.

Tres veces consecutivas fracasa en su tentativa de ser admitido al departamento de escultura de la Escuela de Bellas Artes de París.

Su escultura Hombre con la nariz rota es rechazada ad portas en el Salón de París, donde Rodin no expondrá hasta 1878. Su primera obra maestra, La edad de bronce , es de un realismo tan pasmoso que lo acusan de moulage , esto es, de “hacer trampa”: Rodin habría cubierto los miembros de un modelo con yeso, luego los habría laminado con bronce, y finalmente ensamblado.

El agravio resintió a Rodin hasta el final de su vida. Para desmentir la acusación, creó una escultura a escala sobrehumana de Juan Bautista, imposible, por lo tanto, de mouler .

Ya no había por donde descalificarlo: “Señores, entre nosotros, un genio”, dijo Monet.

Ella. En 1864, Rodin conoce a una muchacha, costurera, de veinte años de edad: pasarían cincuenta y tres años juntos. Una vida de afecto y solidaridad, en la que ella haría las veces de modelo, compañera, hermana, madre y, por fin –meses antes de morir ambos–, de esposa.

En 1883, cuarenta y tres años él, diecinueve ella, Rodin conoce a una brillante discípula: Camille Claudel, hermana del gran escritor católico y premio Nobel de Literatura, Paul Claudel.

El eros pedagógico, de Platón. Camille Claudel se convierte en su alumna, su modelo, su asistente, su amante, pero sobre todo en algo que Rose no podía darle: su musa, su egeria: esa sutil, indeterminable fragancia que llamamos inspiración, complicidad erótica y complicidad artística.

Camille da muestras de un talento fuera de serie. “La señorita Claudel se ha convertido en mi mejor crítica: de un tiempo acá, solamente su opinión consulto”. Más tarde: “Yo le enseñé dónde buscar el oro, pero el que ella ha encontrado sólo a ella pertenece”.

Repetidos estudios se han hecho para determinar, en esta obra conjunta, en qué consiste el aporte de Camille a la obra de Rodin, pero es imposible determinarlo. Unión de los cuerpos, unión de las almas, unión en la obra.

Rodin rechaza una y otra vez las peticiones de matrimonio de Camille. La escultora se hunde en profunda depresión. Contra la voz y la acción de Rodin, su familia opta por encerrarla en un manicomio.

Prohibidas las cartas, prohibidas las visitas, prohibidas las lágrimas. No vuelve a esculpir, y se extingue en 1943, tras cuarenta años de reclusión.

El alma de la piedra. Rodin le dio a la escultura una libertad de forma, una vida que no conocía desde la época clásica. Mucho más que a la academia (¡él, escultor antiacadémico por excelencia!), le debe su obra a Miguel Ángel y, especialmente, a Donatello.

Sus viajes a Florencia, Turín, Nápoles, Roma y Venecia fueron más determinantes que todo cuanto pudo haber aprendido en los talleres parisinos en los que laboró.

Su escultura Movimiento de danza H nos muestra a un hombre sin cabeza, los brazos tendidos hacia lo alto, puro ímpetu de la ascensión, voluntad sublimada del vuelo' sin cabeza.

¿No es cierto que, al movilizar el lenguaje del cuerpo, el bailarín debe convertirse en movimiento puro, abdicar momentáneamente sus poderes racionales?

Su escultura El beso fue juzgada pornográfica e incomodó a algunas almas pacatas de la época. ¡Cuánta belleza! Unamuno decía que una escultura así probaba todo lo que de carne había en el espíritu, y todo lo que de espíritu había en la carne.

Hombre y mujer no se aman aquí desde el uno o el otro: se aman desde el fondo del ser: ahí ya no hay carne ni espíritu, sólo sed de totalidad.

La catedral : dos manos que apenas se tocan, tendidas hacia lo alto, en un gesto que es a un tiempo erótico y místico: una especie de plegaria. Nos preguntamos: ¿qué es el cuerpo, que son las manos cuando se unen, si no una catedral?

Rodin, Rodin' Más allá de sus innovaciones técnicas, quizás su mayor revelación fue haber descubierto que las piedras también tienen un alma, y que se mueren de ganas de cantar, si tan sólo nosotros las dejásemos hacerlo.

EL AUTOR ES MÚSICO, PIANISTA Y ESCRITOR COSTARRICENSE.