El jugador de tenis suizo Roger Federer es mi preferido. Pero el español nativo de Mallorca Rafael Nadal, que ocupa actualmente el primer lugar del “ranking” mundial, tiene algo engañosamente misterioso o extraño que llama mucho mi atención. Cuando tengan la oportunidad de verlo competir, observen lo siguiente:
Entra a la cancha con rostro inexpresivo, dando saltos y pasos largos. Luego, frente al árbitro y su contrincante, para efectuar la rifa de posiciones y el primer saque, pasa dando brinquitos desafiantes, como hacen los boxeadores.
Antes de iniciar el encuentro, posiciona sus botellas de agua y bebidas en forma precisa, una respecto a otra; las coloca a cierta distancia entre sí, con los rótulos en determinado ángulo; y repite el mismo proceso después de cada descanso.
Luego, al salir a la cancha, se coloca en la esquina derecha, de cara a su rival, hace media vuelta a su izquierda; camina al centro de la línea horizontal y se alista para el saque; esto lo repite casi siempre, después de cada punto, sea en su favor o en contra.
Ahora bien, el sociólogo inglés Anthony Giddens, actual miembro de la Cámara de los Lores y antes decano de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres, dice que tales fenómenos son ritos o ceremonias que cumplen importantes funciones sociales como estas: en primer lugar, constituyen mecanismos de acomodamiento y motivación, articulados en la conciencia práctica humana, que generan y sostienen la estructura social; segundo, dan continuidad e identidad a los actores sociales (personas e instituciones) para su operación cotidiana; tercero, contribuyen al aprendizaje, la eficacia y la eficiencia de actividades humanas en general. En síntesis, esos procesos descriptibles e inclusive medibles –casi en términos geométricos y matemáticos– son conceptuados por Giddens como “llaves maestras” que sirven para anclar, entender, explicar e inclusive manejar o controlar las relaciones en que participa una persona con otras.
Lo sorprendente de todo ello es que asociamos “ritos y ceremonias” principalmente con aspectos inexplicados o inexplicables de la religión y la magia. Pero, según el análisis de Giddens, son preparaciones subjetivas y objetivas que hacen los individuos para llevar a cabo actividades colectivas. ¿Es complicado eso? Sí y no, porque todo lo que parece complejo es simple, y todo lo que parece simple es complejo. Y, ante ese dilema, Albert Einstein dijo: “Conviene que todo sea simplificado al máximo, pero no más”; en otras palabras, si bien debemos simplificar las cosas, no hay que exagerar la nota.
Estimado lector, estimada lectora, usted también realiza toda clase de ritos y ceremonias, aunque no las conceptúe o interprete como tales. Por ejemplo: al despertarse cada mañana, se limpia los dientes, se lava la cara, se quita el pijama, se baña, se viste y luego desayuna; así, se prepara para ir a trabajar o estudiar de modo aseado y con energías. ¡Imaginen lo que pasaría en esas actividades del día si no cumplieran ese rito! Y hay numerosos otros que realizamos individualmente y junto con otras personas de modo constante o intermitente; diríase que todas las actividades requieren o son ritos.
Por eso no hay que despreciar ni minimizar los ritos religiosos. Estos representan o simbolizan todo lo que hacemos en la vida; nos ayudan a entender, ordenar y valorar todo lo que hacemos.
Desde esa perspectiva, cabe argumentar, paradójicamente, que “la religión” es útil, aunque no creamos en Dios: tanto creyentes como ateos necesitan “religión” o algo similar; la religión nos sirve independientemente de que aceptemos –o podamos “probar”– la existencia de un Dios o conjunto de dioses.
Los ritos y ceremonias, sean religiosos o de otra índole, son necesarios y convenientes para todos los seres humanos. No me crean a mí, pregúntenle a Rafa.