El pomposo culto del vestir

Signos de poder La ostentosa indumentaria de élites, guerreros y sacerdotes llena el Museo Nacional

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“Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. Si se sigue esta máxima de Nicolás Maquiavelo, se comprende la importancia que juega la apariencia física en los grupos de poder. Si en el fondo todos somos iguales, los ‘poderosos’ deben buscar su gracia en la forma, o sea, en la apariencia.

Aquella misma frase abre la muestra que albergan las salas del Museo Nacional de Costa Rica. Se llama Investiduras y está compuesta por 184 objetos que narran las relaciones entre distintos grupos sociales de las épocas moderna y precolombina de Costa Rica.

El alarde de riqueza y poder reluce en lujosos trajes y vestidos; accesorios hechos con piedras preciosas, oro, encajes y finas maderas; vasijas que adornan los espacios públicos, y regias pinturas y objetos escultóricos.

La flamante disposición de las piezas, en un diseño de la museógrafa Lidilia Arias, permite al espectador viajar entre inimaginables objetos que denotan prestigio y lo transportan a dos épocas que creyó inasequibles.

“Quiero que el público sienta que está en un centro comercial y que estos elementos ajenos a nuestra época no parezcan tan lejanos. Mi idea con el diseño es lograr una conexión de la muestra con la época actual”, afirma Arias.

Asimismo, un grupo de estudiantes de diseño de la Universidad de Costa Rica colaboró en la elaboración del montaje.

Pautas preponderantes. La historia ha enseñado que en muchas sociedades la opulencia florece en tres sectores preponderantes: las élites políticas, la fuerza militar y la religión.

Investiduras permite atestiguar cómo el poder ha sido una suerte de trompo que ha bailado en las manos de esos tres grupos: las instancias religiosas lo legitiman, el ejército lo resguarda y la burguesía lo disfruta.

“La muestra refleja políticas de decisión y también un comportamiento antropológico. La colección establece un diálogo entre sociedades de tiempos diferentes, pero que coinciden en la represen-tación de los grupos poderosos”, reflexiona Gabriela Villalobos, cocuradora de la muestra.

Investiduras es también enriquecedora para los estudiosos de la distribución del poder en la sociedad. Las teorías de Michel Foucault, el parisino historiador de las ideas, y de Pierre Bourdieu, otro excéntrico francés que estudió las sociedades, destellan en las salas del Museo Nacional.

“La ostentación tiene que ver con espacios públicos. Usted no utiliza ciertos accesorios y prendas para estar en su casa: los utiliza para ser visto y esto es clave en el poder”, explica Villalobos.

Crema y nata. Nos reciben una silla presidencial y un asiento propio de los caciques costarricenses.

La exquisitez del terciopelo y el escudo de armas (utilizado en nuestro país entre 1848 y 1906), tallado pulcramente sobre madera dorada, contrasta con la imponente piedra volcánica modelada con los más bellos acabados del tiempo prehispánico.

A pesar de no ser objetos indumentarios, los asientos remiten a otros signos que son claves en el poder. “Si vemos la sociedad en conjunto, hay otros elementos que también representan poder, más allá de los accesorios”, explica el arqueólogo y cocurador de la muestra Vicente Guerrero.

La decoración con finos metales como el oro y la plata estuvo presente en ambas sociedades.

A pesar de que los separan siglos, ambos momentos de la historia coinciden en que tanto caciques prehispánicos como miembros de la burguesía colonial utilizaban estos distintivos como símbolos de autoridad.

Moldear el cuerpo con tal de sobresalir fue una costumbre de nuestros antepasados. Una vitrina cuyo cristal protege cráneos deformados y mutilación dental da una idea del precio de la belleza cerca del año 800.

Delicadas joyas y preciosos textiles adornaban el cuerpo de las damas opulentas del siglo XIX. Un anillo de oro de doña Pacífica Fernández –primera mujer en ocupar el cargo de Primera Dama en Costa Rica– reluce en una de las vitrinas.

Los oligarcas no se quedaban atrás: sus trajes eran confeccionados con telas finas y completados con distintivos como el característico sombrero de copa, el reloj de bolsillo y el bastón.

Los bastones de tres expresidentes de Costa Rica alardean sobre el lujo de las clases oligarcas: José Joaquín Rodríguez (1890-1894), José María Montealegre (1859-1863) y Cleto González Víquez (1906-1910) tenían de apoyo maderas preciosas, marfil y carey.

Una hebilla del militar Tomás Guardia también figura en uno de los estantes.

Santificados ornamentos. Las creencias religiosas albergan la solemnidad del siglo XIX en hilos de oro, en preciosas casullas e imponentes báculos y mitras. La vestimenta sacerdotal es la más minuciosamente decorada.

En la época prehispánica eso no fue distinto: un conjunto de esculturas de piedra representan sukias o chamanes, personajes ligados a actividades religiosas y rituales curativos.

Ellos ejercían un papel muy importante en las comunidades: eran los intermediarios entre los espíritus y los hombres. Para ello, llevaban máscaras de animales, bastones o varas mágicas, pinturas corporales y pequeñas vasijas con brebajes o piedras adivinatorias.

Las sociedades precolombinas presentaban diferencias entre el poder político y el religioso; aunque en algunos casos ambos poderes estaban concentrados en una misma persona.

“Los españoles venían con la espada en una mano y la cruz en la otra”, comenta Gabriela.

Suntuoso vigor. “Para las guerras también debían ir bien vestidos”, afirma Vicente. El arqueólogo explica que los guerreros precolombinos llevaban tocados en sus cabezas y distintivos de oro o jade.

“Un elemento importante dentro de las sociedades precolombinas fue el culto a la cabeza-trofeo: cortaban la cabeza del enemigo y la mostraban como señal de triunfo”, narra Vicente.

En el siglo XIX, durante la época del jefe de Estado Braulio Carrillo, se centralizó el poder militar en San José. Las insignias, los arreos militares y los presuntuosos uniformes evidenciaban la jerárquica disposición de las fuerzas armadas de nuestro país.

En Costa Rica, las condecoraciones militares más importantes están ligadas a la Campaña Nacional de 1856: en Investiduras usted puede ver una de ellas tras el cristal de una vitrina.

Los trajes de gala eran propios de oficiales diplomáticos. Un ejemplo de traje ceremonial lo observamos en la pintura al óleo del Marqués Manuel María Peralta (1847-1930), destacado diplomático costarricense de finales del siglo XIX. Él está vestido con casaca, condecoraciones y espadín.

Investiduras demuestra que las apariencias han influido desde el esbozo de los tiempos en los juegos de poder que se ejercen sobre nosotros: el pueblo.