El mercado habla

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Hace cuatro años, cuando un presidente recientemente electo empezaba sus esfuerzos por rescatar la economía y fortalecer la red de seguridad social, los críticos económicos conservadores –gente que afirmaba que entendía los mercados y sabía cómo satisfacerlos– advirtieron sobre un desastre financiero inminente. Las acciones, afirmaban, se vendrían en picada mientras que las tasas de interés se elevarían.

Un rastreo informal de los titulares de la época da como resultado un nefasto pronunciamiento tras otro. “El radicalismo de Obama está matando el índice Dow Jones” advertía un artículo de Michael Boskin, consejero económico de los dos presidentes Bush.

“Los partidarios de la disciplina en la política estadounidense regresan”, declaraba The Wall Street Journal y advertía que “la patrulla ciudadana de los bonos” pronto empujaría los rendimientos del Tesoro a destructivas alturas.

Como era de esperar, la semana pasada, el promedio industrial Dow Jones alcanzó alturas históricas mientras que el rendimiento actual en los bonos del gobierno de los EE. UU. a 10 años es escasamente la mitad de cuando The Journal publicó aquella extensa diatriba.

Bueno, todo el mundo hace una mala predicción de tanto en tanto, pero estas predicciones tienen especial importancia, y no solamente porque la gente que las hizo ha mostrado tan extraordinario historial de errores en los últimos años.

No, el punto importante respecto a estas malas predicciones es que vienen de personas que constantemente invocan la potencial ira de los mercados como una razón por la que debemos seguir sus consejos respecto a las políticas:

No trate de cubrir a los no asegurados de los Estados Unidos; si lo hace, minará la confianza de las empresas y el mercado de valores se desplomará. No trate de reformar Wall Street o siquiera de criticar sus abusos; si lo hace, herirá los sentimientos de los plutócratas y eso conducirá al derrumbamiento de los mercados. No trate de luchar contra el desempleo mediante mayor gasto gubernamental; si lo hace, las tasas de interés se elevarán desmesuradamente...

Por supuesto, sí, recorte de inmediato la Seguridad Social, Medicare y Medicaid, o los mercados lo castigarán por ser tan arrogante.

Por cierto, no hablo solo de la extrema derecha pues un buen número de autodenominados centristas hace el mismo juego. Por ejemplo, hace dos años, Erskine Bowles y Alan Simpson nos advirtieron de que debíamos esperar un ataque de la patrulla ciudadana de los bonos dentro de –digamos– dos años, a no ser que adoptemos –sí, adivinó– las ideas de Simpson y Bowles.

De ese modo, lo que las malas predicciones nos dicen, en efecto, es que estamos tratando con sacerdotes que exigen sacrificios humanos para apaciguar enojados dioses, pero que en realidad no tienen conocimiento alguno de lo que esos dioses en verdad quieren y sencillamente proyectan sus propias preferencias al supuesto modo de pensar del mercado

¿Qué es, entonces, lo que los mercados en realidad no están diciendo? Desearía poder afirmar que todas son buenas noticias, pero eso no es cierto.

Las tasas de interés bajas son la señal de una economía que ni siquiera se acerca a la recuperación total de la crisis financiera del 2008, mientras que el alto nivel de los precios de las acciones no debe ser causa de celebración; esto es, en gran parte, un reflejo de la creciente desconexión que hay entre la productividad y los salarios.

La historia de las tasas de interés es bastante sencilla. Como algunos hemos tratado de explicar durante más de cuatro años, la crisis financiera y el estallido de la burbuja de la vivienda crearon una situación en la que casi todos los principales actores de la economía simultáneamente tratan de pagar deuda mediante un gasto menor a los ingresos. Dado que mi gasto es su ingreso y su ingreso es mi gasto, esto significa una economía profundamente deprimida. También significa tasas de interés bajas porque otra forma de ver nuestra situación es –para decirlo en líneas generales– que en este preciso momento todo el mundo quiere ahorrar y nadie quiere invertir.

Por lo tanto, estamos inundados de ahorros deseados que no tienen objetivo definido, y esos ahorros excesivos empujan hacia abajo los costos de los préstamos.

En esas condiciones, por supuesto, el gobierno debía pasar por alto su déficit a corto plazo e impulsar el gasto para apoyar a la economía. Por desgracia, los legisladores han sido intimidados por los falsos sacerdotes, quienes los han convencido de que deben ir en pos de la austeridad o encarar la ira de los invisibles dioses del mercado.

Mientras tanto, con respecto a la bolsa de valores, las acciones están altas, en parte porque los rendimientos de los bonos son muy bajos y los inversionistas deben poner su dinero en otra parte.

También es cierto, sin embargo, que, mientras la economía sigue profundamente deprimida, las ganancias corporativas han presentado una fuerte recuperación. ¡Eso es malo! No solamente están dejando los trabajadores de participar en los frutos de su propia producción creciente, sino que cientos de miles de millones de dólares se están apilando en las tesorerías de las corporaciones que, al enfrentar una débil demanda de los consumidores, no ven razón para poner esos dólares a trabajar.

Por lo tanto, el mensaje de los mercados no es en ningún modo feliz. Lo que los mercados dicen claramente, sin embargo, es que los temores y los prejuicios que durante años han dominado el debate en Washington están enteramente desorientados.

También nos dicen que la gente que ha estado alimentando esos temores y promoviendo esos prejuicios no tiene ni siquiera idea de cómo realmente funciona la economía. Traducción de Gerardo Chaves para La Nación

Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.