El médico formal y la ascensorista

La Bienal de Pontevedra presenta obras visuales y archivos del arte de Centroamérica y el Caribe.

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Eran las cinco de la tarde del 28 de mayo de 1918 cuando Milton Erickson –un colegial de diecisiete años– escuchó a tres médicos decirle a su madre que, para el siguiente día, su hijo estaría muerto. Erickson relata que su primer sentimiento fue de rabia intensa, al pensar que alguien pudiese decir tal cosa a una madre.

El ataque de poliomielitis casi lo paralizaba por completo. Cuando tuvo a su madre cerca, le pidió que moviese la cómoda a un ángulo específico junto a su cama.

La mujer pensó que su hijo deliraba, pero cumplió su deseo. Resulta que, en aquel ángulo, el espejo de la cómoda reflejaba, a través el pasillo, la ventana del otro cuarto, que daba al oeste. Aferrado a la vida, el colegial se prometió que nada le impediría ver el siguiente amanecer.

Tras sobrevivir a la noche más larga de su vida, Milton permaneció en cama, paralizado. Sin sensación corporal y apenas capaz de escuchar y mover los ojos, el joven Erickson se dedicó durante semanas a detectar el menor movimiento o sensación en sus extremidades y a tratar de amplificarlo.

Para matar el aburrimiento, Milton también empezó a observar las sutiles claves del lenguaje no verbal que utilizaban quienes lo rodeaban.

En un año, Milton fue capaz de caminar con muletas. Empezó entonces sus estudios de medicina y psicología en la Universidad de Wisconsin, donde el doctor Clark L. Hull lo introdujo en las técnicas hipnóticas.

El siguiente verano, un médico aconsejó a Erickson hacer la mayor cantidad de ejercicio físico posible. Milton consiguió entonces una canoa, arrojó en ella sus muletas y se lanzó al río Mississippi.

El viaje de ida y vuelta de casi dos mil kilómetros le tomó cuatro meses. En el arranque, Erickson estaba tan débil que solamente podía remar unos pocos kilómetros en el sentido de la corriente; para el final del verano ya estaba físicamente transformado y podía caminar con bastón.

Milton Erickson acumulaba una serie de déficit físicos: era disléxico, daltónico (adoraba el púrpura, el único color que podía reconocer como tal) y padecía sordera tonal. Empero, sostenía que todos sus déficit habían enfocado su atención en aspectos de la comunicación y el comportamiento humano poco estudiados. Desde los años 40, la revista Life se interesó por sus trabajos en hipnosis clínica; trabajó en hipnosis creativa con el escritor Aldous Huxley y, a partir de 1950, colaboró con Margaret Mead y el grupo dirigido por el célebre Gregory Bateson.

En 1952, Erickson sufrió un nuevo ataque de polio que le dejó parcialmente paralizado el lado derecho del cuerpo. Logró poner en práctica sus saberes para rehabilitarse, aunque la recuperación lo dejó en silla de ruedas.

Como Milton padecía numerosas alergias, le aconsejaron que se instalase en un lugar desértico, por lo que se marchó a Phoenix, en Arizona, con su segunda esposa y sus ocho hijos.

Amor en el elevador. Erickson sostenía que la mente inconsciente era creativa, generadora de soluciones y “siempre estaba escuchando”, de ahí que en la mera conversación se podía inducir al paciente al trance hipnótico y al cambio terapéutico.

Famoso por su capacidad de “trabajar con las uñas” y utilizar cualquier elemento que le aportase un paciente para ayudarlo, Milton Erickson propuso un ejercicio clínico totalmente original, libre de recetas y categorías teóricas.

Un día, Milton aprendía a hablar el idioma incoherente del paciente esquizofrénico, y al siguiente empleaba la hipnosis para tratar problemas sexuales en parejas.

Su excéntrica forma de hacer terapia lo llevó a ser llamado “gurú de Phoenix” y “brujo de la hipnosis”. Muchos se asombraron con su técnica de inducción hipnótica al estrechar la mano del paciente (creaba un estado de trance automático al interrumpir de manera intencional el flujo normal del apretón).

Tras una nueva crisis, Milton debió volver a aprender a hablar y, por el resto de sus días, pasó por muchas horas de autohipnosis cada mañana para poder continuar con su trabajo por la tarde.

Uno de los casos más conocidos es el de un médico ya mayor, un hombre extremadamente rígido, que acudió a Erickson para recuperarse de un miedo exagerado a los ascensores.

Ese médico trabajaba en el quinto piso de un hospital y siempre había subido por las escaleras.

Erickson fue al hospital con el médico, eligió un ascensor y le pidió a la joven ascensorista que lo mantuviese en ese piso. Hizo que el médico entrase y saliese del ascensor, y demostró que podía hacerlo.

Luego pidió al médico que entrase y saliese una vez más. Esta vez, cuando entró, la ascensorista –que previamente había accedido a cooperar con Erickson– cerró la puerta.

La muchacha dijo: “No puedo evitarlo, doctor: siento un increíble deseo de besarlo”. El hombre le contestó: “Aléjese de mí, compórtese... ¡Soy un hombre casado!”.

La joven soltó: “Eso no me importa. Siento impulsos de besarlo”. El médico le ordenó: “¡Abra este ascensor ahora mismo!”.

Ella pulsó la palanca, y el ascensor comenzó a subir. Entre los pisos ella volvió a parar el ascensor y le dijo: “Estamos entre dos pisos, nadie puede vernos”. “¡Ponga en marcha este ascensor!”, replicó el médico, y ella lo hizo.

Nuevamente detuvo el elevador entre pisos y dijo: “¿Promete usted montarse en mi elevador cuando termine su trabajo?”, a lo que el galeno respondió: “Le prometo lo que sea si usted promete no besarme”.

El miedo del médico –al ascensor– terminó así con una sola intervención.

Mi voz irá contigo. El “brujo de Phoenix” murió a los 79 años, en 1980. Un genio de la hipnosis clínica y del empleo terapéutico de la metáfora, acuñó la expresión “terapia breve” para su método orientado a alcanzar resultados con sus pacientes en pocas sesiones.

Al hacerlo, Milton Erickson abrió la senda de la psicoterapia moderna. Asimismo, al centrar sus intervenciones en los recursos de los consultantes, se adelantó a lo que conocemos como el “trabajo sobre los aspectos resilientes de las personas”.

Se cuenta que uno de sus estudiantes le dijo un día: “Profesor Erickson, ¿sabe usted cuántos psicólogos hacen falta para cambiar un bombillo?”. El viejo maestro replicó: “Sólo uno”, y luego sentenció: “Eso sí, es imprescindible que el bombillo realmente quiera cambiar”.

Muchas de las metáforas terapéuticas de Milton Erickson fueron recogidas por su amigo Sydney Rosen en el libro My Voice Will Go With You (Mi voz irá contigo).

Una de esas historias da cuenta de la aparición de un caballo perdido. El animal no llevaba ninguna marca que lo identificase, pero Erickson decidió devolvérselo a su amo. Montó el caballo y lo condujo hasta una carretera.

Una vez allí, Erickson dejó que el propio caballo decidiera hacia dónde quería ir. Él sólo intervenía si el caballo se desviaba del camino para comer o pasear por los prados de los alrededores. Continuaron así unos cuantos kilómetros hasta que llegaron a una granja.

Allí, el animal se detuvo. Salió el granjero a recibir la inesperada visita y preguntó al ver a su caballo: “¿Cómo ha sabido usted que este caballo era nuestro?”,a lo que Erickson respondió: “Yo no lo sabía; el caballo sí. Yo no he hecho más que mantener su atención puesta en el camino”.

EL AUTOR ES CONSULTOR TRANSDISCIPLINAR Y PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE COSTA RICA.