El discreto encanto de la cortesía

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Víctor Hurtado Oviedo, editor vhurtado@nacion.com

Los egocéntricos, solos, tienen la vanidad que les corresponde a todos los demás, juntos. El egocéntrico es el loco de su tema, que resulta ser él mismo. El egocéntrico es el hombre de su vida. El superego renunció al egocéntrico pues encontró demasiada competencia.

No es que el egocéntrico carezca de afectos; en realidad, es un gran sentimental, pero de sí mismo. El egocéntrico es el cursi de la autobiografía y procura el insomnio para no perder el objeto amado.

El egocéntrico tiene un exceso de cariño sin reparto y se vuelve un libertino del amor propio, cual insinuaba Jean-Jacques Rousseau.

El egocéntrico se reencarnaría en lenguas para estar en todas las bocas, y en eclipse para que todos lo mirásemos desde abajo. Lo único serio en la ridiculez del fatuo es su solemnidad.

En su libro Teoría de los sentimientos (p. 283), el psiquiatra Carlos Castilla del Pino menciona el “narcisismo radical” del soberbio, siempre insatisfecho, ansioso de reinar –y no lo sabe– como soberano de papel en territorios de humo sobre súbditos de fantasía. “En su teatro, sobre el viento armado, / sombras suele vestir de bulto bello”, escribió don Luis de Góngora.

Es fácil entender por qué, al egocéntrico, la simpatía no lo acompaña ni siquiera media cuadra, y cómo, al fin, el narcisista es la negación portátil de la cortesía.

A propósito de la cortesía, la historia registra el amor cortés como un tema de la literatura: amor exigente de códigos difíciles, suspiros y afectos que rehúyen al amante ansioso, para quien o están verdes las uvas de la dama o son ya el vino amargo de la copa rota. El bolero es el vecino plebeyo del amor cortés.

La cortesía occidental es la hija bien vestida de la francesa, dice el sociólogo Norbert Elias en El proceso de la civilización . El refinamiento de la corte borbónica se deslizó luego por toda Europa y más allá.

La cortesía es un tema pasajero, volandero, de la filosofía moral pues esta ha visitado más las cimas de la ética que la humildad de los saludos y de los modales en la mesa.

En Leviatán (cap. XI), el filósofo inglés Thomas Hobbes tituló la cortesía “consejos de pequeña moral” , de la que rehusó ocuparse. Más sensatos, como siempre, Adam Smith ( Teoría de los sentimientos morales , V, 2) y David Hume ( Investigación sobre los principios de la moral , cap. IV) entendieron la cortesía como el brillo elegante de una ética humanista: no como frivolidad y ceremonia, no como lujo condescendiente entre pares o desconocidos, sino la cortesía como respeto visible ante la dignidad humana –la traemos puesta cual un sombrero que nadie ve, pero que merece el saludo de los sombreros, que ya nadie usa–.

El tedioso egocéntrico se ocupa siempre de su mismo tema (su escandaloso amorío con el yo); la cortesía, de nosotros.