El curandero sulia

En tierra de chamanes y parteras, un doctor de piel blanca y barba de puercoespín se ha ganado el respeto y el cariño del pueblo ngöbe. Con su trabajo, han disminuido los brotes de diarrea y la mortalidad infantil de esa población; para ello debió romper barreras culturales, vetar la discriminación y armonizar la medicina occidental con las tradiciones indígenas.

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No se equivoque con la fotografía de la página izquierda. No voy a hablarle de un político en campaña electoral, todo lo contrario. Este artículo trata sobre un personaje que no necesita que le dediquen partidos de futbol o que la selección campeona del mundo le regale una camiseta con su nombre.

Es un médico común y corriente, como los casi 11.000 que hay registrados en el país. Pero este tiene una particularidad que radica en la forma en que fusiona la medicina occidental –esa que todos conocemos y que practica la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS)–, con la medicina tradicional indígena.

Los indígenas ngöbes lo llaman el “hombre puercoespín”, dada su peculiar barba de púas; su nombre es Pablo Ortiz .

Gracias a su trabajo, se ha hecho merecedor del respeto y el cariño de esta población, con la que convive a diario en Coto Brus, en la zona sur del país, cerca de la frontera con Panamá.

Este curandero sulia, palabra con la que los ngöbes denominan a las personas blancas (no indígenas), es el encargado de prevenir enfermedades y garantizar el bienestar de ese grupo étnico .

Gracias a su consigna de romper barreras culturales, ha logrado que disminuyan los brotes de diarrea y la mortalidad infantil, y así ha elevado los niveles de salud del área de Coto Brus, de la cual es director en la CCSS.

La zona es hogar de gran cantidad de indígenas y además es la puerta de ingreso, en temporadas de cosecha de café, de muchos ngöbes migrantes, provenientes de Panamá, quienes vienen a trabajar en la recolección.

Chamanes y parteras han compartido con él sus secretos, y a la vez han aceptado sus sugerencias e implementado medidas para prevenir enfermedades.

Su estrategia no es nada compleja; no se imagine a un Dr. House haciendo experimentos rebuscados o deducciones estrafalarias. El secreto está, cuenta el sulia, en escuchar y en respetar.

“No se puede llegar a imponer, ni pensar que nosotros estamos en lo correcto y ellos, equivocados. Hay que superar ese etnocentrismo”, asegura el galeno de 58 años y oriundo de Cartago, quien realizó sus estudios universitarios en Ucrania, cuando era parte de la Unión Soviética.

En su cruzada, desarrolla campañas de salud (charlas y talleres) en lengua ngöbe, capacita a funcionarios de la CCSS para la atención de los indígenas y brinda asesorías a parteras.

Además, junto con organismos internacionales, el “hombre puercoespín” implementó la figura del intermediador cultural, la cual consiste en capacitar a indígenas para que den charlas a sus hermanos de etnia sobre la transmisión del VIH y otras enfermedades.

Mundo indígena

Las tradiciones, mundos y leyendas indígenas están llenas de magia y de conceptos que no se pueden explicar desde la ciencia. Es justo allí, reflexiona el doctor Ortiz, cuando muchos médicos se cierran y fallan a la hora de intervenir en estos grupos.

El siguiente es un caso concreto. Uno de los mayores problemas que afecta a esta población son los males derivados del agua de calidad no potable. Hervirla pareciera la solución obvia, pero para los ngöbes eso es todo un dilema, pues consideran que el agua tiene vida y que hervirla es como matarla.

“Doña Francisca, una líder indígena, interpretó que si el agua estaba contaminada, era porque estaba enferma y requería una cura. Pensamos cuál podría ser y así dimos con la repuesta: ¡el cloro! ¡Problema resuelto: cloramos el agua!”, relató el médico.

Otra creencia fuertemente arraigada entre los hombres ngöbes es que, cuando sus parejas están embarazadas, ellos adquieren poderes curativos, y para ello utilizan su saliva.

“Imagínese, cualquier médico ve a una persona chupándole a otra una herida y se espanta. Por eso hay que conocer sus tradiciones”, destaca el curandero.

La palabra sulia, en sí misma, es bien singular: significa “cucaracha en dos patas”, pero no es un término peyorativo.

Cuentan que, hace muchos años, cuando los indígenas vieron a los hombres blancos, los describían como cucarachas en dos patas. Esto, debido a que los primeros en llegar a sus tierras fueron monjes franciscanos cuyo hábito color marrón los hacía lucir como tales insectos.

El curandero sulia ha recibido reconocimientos internacionales y los aplausos de sus homólogos indígenas. Francisco Rodríguez, chamán de 79 años y vecino de la comunidad de La Casona, destaca la labor de Ortiz, no solo como médico sino como defensor de los derechos indígenas.

“Yo prefiero que la gente primero le consulte al doctor Ortiz; si él no puede curarlos, entonces que vengan a mí”, dice el ngöbe.

Pero Ortiz esquiva los elogios y afirma que solo hace lo que debería hacer cualquier persona: buscar la inclusión social de un pueblo que ha sido víctima del maltrato y la indiferencia desde hace más de 500 años.