El cine coreano deslumbra

Variedad y calidad He aquí una cinematografía que ha llegado a la madurez artística y al gusto popular

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A partir de la década de 1990, y especialmente del nuevo siglo, la cinematografía coreana ha conseguido una relevancia en el mundo cinematográfico nunca antes lograda. Es lo que se ha llamado la “nueva ola del cine coreano”.

A partir de los años 80, el cine asiático empezó a cobrar relevancia, sobre todo el de Hong Kong, gracias a las obras de Jackie Chan, John Woo y Tsui Hark; con su cine de acción, lograron incluso imponerse en Hollywood. Luego surgió el gran cineasta Wong-kar Wai, con una obra íntima y poética, cuyo filme Deseando amar (2000) se convierte en uno de las cintas asiáticas más admiradas.

Al final de la década, algunos directores taiwaneses destacaron, y China sobresalió con filmes como Adiós a mi concubina (1993), de Cheng Kaige; Esposas y concubinas (1991) y Sorgo rojo (1988), ambas de Zhang Yimou, las cuales ganaron múltiples premios internacionales. En Japón, el maestro indiscutible fue Akira Kurosawa, quien con Kagemusha (1980) obtuvo la Palma de Oro (Cannes).

¿Y el cine coreano? En los años 90, el gobierno coreano tomó conciencia de la importancia del arte audiovisual e inició una apertura democrática ya que la censura era muy estricta con los filmes nacionales y extranjeros.

Se aplicaron medidas para apoyar la producción, la formación y la exhibición del cine nacional. Grandes empresas privadas, como Samsung, también invirtieron en el nuevo cine, y en 1995 se creó el Festival Internacional de Cine de Pusán, el más importante en Asia.

De igual manera, el cine coreano abordó múltiples géneros: melodrama, comedia, acción, terror y fantástico, entre otros. Las ventas internacionales aumentaron, y, paulatinamente, el público local fue apoyando sus producciones. En 1992, la cuota de espectadores de los filmes coreanos era de 18%, pero en el 2005 subió al 58,7%.

Se realizaron también coproducciones con otros países de Asia y se estableció una relación privilegiada con Japón, con la exportación de dramas y comedias.

No hay duda de que las telenovelas (llamadas doramas) fueron también un elemento clave para el crecimiento del cine. Su indudable calidad (en Costa Rica vimos Una joya en el palacio) y la formación de un sistema de estrellas tangencialmente apoyaron al cine.

Igualmente, gracias a la apertura política y cultural, los jóvenes pudieron ver películas clásicas y modernas, de diferentes géneros, tanto en los centros culturales de las embajadas extranjeras (en video), en los festivales y en las escuelas cinematográficas.

Surgió entonces una generación de nuevos talentos. En cinco años (1996-2001) debutaron veinte realizadores, y el “boom” quedó oficializado cuando cuatro películas coreanas aparecieron concursando en diversas secciones en el festival de Cannes. A partir de entonces, el cine coreano se vio en múltiples festivales, y obtuvo muchos premios de gran importancia, no solo para los filmes, sino también para los directores y actores.

El público interno también reaccionó: Sunny (2011), una historia de amistad y nostalgia, dirigida por Kang-Hyung-chul, ha sido vista por más de 7 millones de espectadores, superando a las megraproducciones hollywoodenses.

Tendencias, estilos y géneros. Sin embargo, no se puede agrupar a estos nuevos cineastas en una sola tendencia pues van desde el cine de arte hasta películas de terror de la serie B. Según el programador del festival de Pusán, Heo Moon-young, el nuevo cine coreano puede dividirse en diversas corrientes.

La tendencia más antigua y representativa sería el realismo nacional, cuyo director emblemático es Im Kwon-taek, reconocido como el padre del nuevo cine coreano. Sus películas, más tradicionales, se consideran obras maestras del cine nacional. Son los casos de Perdición (1997) y Pinceladas de fuego (2002).

Lee Chang-dong posee una estética realista y refinada, mientras que Im Sang-soo (The House Maid, 2010) ha producido algunas obras memorables que manifiestan su interpretación personal de la historia contemporánea coreana.

La corriente intimista es quizá la más conocida en Occidente gracias a directores como Hong Sang-soo (Virgin Strip Bar by her Bachelors, 2000) y Kim Ki-duk (Bad Guy, 2001; Primavera, verano, otoño, invierno' y otra vez primavera, 2003; Samaria, 2004, etc.)

A ellos no les interesa el cine de género y mucho menos pretenden ser comerciales. Poseen un estilo original, algunas veces poético, y más bien recuerdan a los cineastas europeos de los años 60, más preocupados por el ser humano y por crear un estilo cinematográfico propio.

Bae Young-kyun (¿Por qué marchó Bodhidharma al Oriente?, 1989) reniega de la maquinaria industrial y trabaja con un método personal. Sus filmes, al igual que los de Hong Sang-soo y Kim Ki-duk, tienen una profundidad cercana al budismo y presentan una belleza poética.

Otros directores de esta tendencia intimista son Heo Jin-ho (Christmas in August, 1998; Happiness, 2007), Jeon Su-il (I Came from Busan, 2009; Pink, 2011) y Song Il-gon (Always, 2011) así como los más jóvenes, Lee Yun-ki (My Dear Enemy, 2008; Come Rain, Come Shine, 2011) y Jo Chang-ho (Fantastic Parasuicides, 2007)

Amplia variedad. Sin embargo, otros realizadores se interesan en el terror, el cine negro, el suspenso o la comedia, e incluso mezclan géneros. No pretenden hacer un cine de arte y toman elementos tanto del cine hollywoodense como de los filmes de la serie B. Han reivindicado los géneros populares y fusionan la acción, el melodrama y la comedia juvenil. Tienen éxito tanto en los festivales internacionales como con el público local.

A su vez, el director Park Chan-wook (Sympathy for Mr. Vengeance, 2002; Oldboy, 2003; Lady Vengeance, 2005) es quizá el más representativo de esta tendencia.

También sobresalen directores que, si bien no son reconocidos por los críticos, son comercialmente los más exitosos. Kang U-seok y Kang Je-kyu han convocado con sus películas a millones de espectadores. Melodramas, acción y comedia son los elementos preferidos del cine coreano.

Por último, está surgiendo una “generación digital” en los últimos años. Son jóvenes que no han logrado conectarse con las grandes productoras y sacan sus películas de manera independiente y con gran valor artístico. Sus presupuestos son reducidos, y su público meta, la juventud coreana actual. Se piensa que pueden representar una segunda oleada.

Los directores más representativos de aquellos son Rho Dong-suk, autor de My Generation (2004), y Yun Jong-bin, director de Unforgiven (2005), primeras obras consideradas parte de las mejores películas coreanas recientes.

En 25 años, una cinematografía casi desconocida en Occidente se ha impuesto en festivales de Europa y los Estados Unidos, con estilos, temas y sensibilidades variadas, mostrando que el cine de “Seullywood” podría convertirse en el Hollywood de Oriente.