El carnaval de los comegüevos

Paseos por la playa En su nueva serie, Rodolfo Stanley emprende un viaje por la cultura popular costarricense

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Rodolfo Stanley nos ofrece en su más reciente colección de pintura, Los comegüevos, una mirada a un pedazo de vida de la clase popular. Estos comegüevos no pueden darse los lujos de los grandes hoteles, yates, bebidas exóticas y playas privadas que hoy abundan en el Pacífico. Sin embargo, “los de abajo” –como también los llama Stanley– construyen un espacio multicolorido y vital que no tienen “los de arriba”, para quienes la apariencia, el silicón y el dinero son una coacción a la libertad vital.

¿Qué es la vida como carnaval? Según el teórico ruso Mijaíl Bajtín, el carnaval es un acontecimiento lúdico que se da durante un tiempo y un espacio determinados. Durante el carnaval, la gente se libera y la prioridad son los placeres corporales: comer, beber, el sexo e incluso lo escatológico. La intimidad se desborda.

En la obra de Stanley, los de abajo aprovechan sus escasas vacaciones para entrar en este ritual carnavalesco, de estética grotesca e híbrida, donde el consumo se ve, no en el fino placer de la comida gourmet de los de arriba, sino justamente en lo que popularmente llamamos comegüevos en referencia al picnic de los pobres: huevos duros, frijoles molidos, “sánguches” de atún...

Sin embargo, dentro de la línea de lo grotesco, típico del carnaval, más que los alimentos en sí, advertimos su degradación: la acumulación de las bolsas de basura, y botellas y vasos plásticos tirados en la arena. También lo escatológico es parte de la obra: los rollos de papel higiénico forman parte del paisaje de manera natural.

Se dice que el carnaval nació en honor a Baco, el dios griego del vino, el liberador de los instintos mediante la bebida. En nuestro paraíso local, es una mujer la reina del carnaval: “la birra”.

En muchos de los cuadros encontramos latas y botellas de cervezas por doquier. El hombre que duerme plácidamente, apoyado sobre sus maletines, se ha bebido once “frías”. Su abultado vientre atestigua que no es su primera vez.

Al placer de la bebida y la comida se suma su consecuencia inmediata: la siesta. Todos descansan en el bochorno: desde la niñita bajo la palmera, hasta las mujeres bajo el sol o dentro de las improvisadas tiendas de campaña.

Fiesta. Esta cultura popular es también híbrida y creativa. Lo que se puede llamar “la creatividad de los pobres”, lo vemos sobre todo en las tiendas de campaña, realizadas con telas, sábanas y bolsas de basura. Las parrillas y otros utensilios para cocinar son ingeniosas mezclas de aros de carro y estañones oxidados.

En este microcosmos carnavalesco de nuestra cultura popular no pueden faltar los zaguates, las chanclas y el copero. ¿Qué es la playa sin un buen granizado?

Sin embargo, el protagonista por excelencia de la colección de Stanley es el cuerpo, pero no el de las estilizadas mujeres de los de arriba o de las “rumberitas” que aspiran a escalar socialmente. Es el cuerpo desbordado en toda su libertad de carne y grasa.

El cuerpo grotesco es una celebración de la vida en su ciclo de nacimiento y muerte: es una figura cómica y ambivalente, ya que posee un significado “positivo”, relacionado con el nacimiento y la renovación, y uno “negativo”, vinculado a la decadencia y la muerte.

Panzas, llantas con celulitis y nalgas por doquier aparecen en la mayor parte de la colección. Uno de los cuadros es un primer plano del trasero de una gorda..., que no es una gorda. Es simplemente una mujer seductora y seducida por el placer de la vida: comer y beber.

En el caso de los hombres adultos, el descuido físico es más evidente: la panza de “birra” e incluso la rajita que inicia el trasero están a la vista de todos.

El recato es incompatible con el mundo carnavalesco, y los personajes de Stanley se desnudan a la vista de todos, sin ningún pudor ni complejo. Es la vida sin los afeites del mundo actual, en el que el parecer es más importante que el ser.

La colección de Stanley nos invita al goce de los placeres propios del cuerpo, a disfrutar de la libertad de lo erótico, lo sensual, lo carnal. Sin embargo, este mundo, como el carnaval, tiene que acabar. Es un trozo de vitalidad que le robamos a la monotonía de la vida.

Identificación ¿cinematográfica? La colección de los comegüevos, como sucede también en Los bailongos –otra serie de Stanley–, le ofrece al espectador una mirada que podríamos llamar cinematográfica: la identificación del espectador, que llega a sentirse dentro del cuadro. Nos sentimos en la playa, en el calor sofocante e incluso en la modorra después de las cervezas.

Sin embargo, el cuadro –como en el cine– nos ofrece, desde un plano general, un segundo plano e incluso un infinito imaginario. Los detalles son significativos; jamás son simple relleno, sino parte de la escena misma. Esto se consigue gracias a un rigor académico de la figuración. Sin llegar al hiperrealismo, Stanley, con trazos gruesos y detalles puntuales, nos presenta seres que parecen vivos y con los que nos fusionamos. Otro de los elementos claves en la ilusión de identidad son los colores que juegan con la luz y la sombra. Stanley tiene la capacidad de darle múltiples tonalidades a un solo color, como hace la misma luz.

Algunos cuadros arrancan desde primerísimos planos que deseamos tocar, como el cuadro del trasero de la mujer. Stanley logra agrupar a los personajes con su ambiente, y consigue una “decoración de arte” idónea, con vestuario, utilería y todos los elementos que componen el encuadre cinematográfico.

El trabajo de Stanley no nos permite una mirada contemplativa. Comunicar el mundo que nos rodea es lo central de su obra. Es un explorador de nuestra identidad nacional, tanto en esta serie como en Los bailongos y una que prepara sobre los “ricos en el paraíso”.

Como espectadores integrados, terminamos siendo parte de esa familia popular, con la identificación propia que solo logra el ritual del cine y que Stanley conquista con su capacidad de observación y rigurosa técnica.