El Buen Samaritano (segunda parte)

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En 1970, Thomas Nagel publicó un libro: La posibilidad del altruismo , tan aburridor que obsequiarlo sería una demostración de no creer en ese título. En general, los libros que tratan de la ética son intensamente bostezables, sobre todo los que empiezan tratando de explicarnos qué son “el bien” y “la virtud”. Nos asfixian, son libros-cárceles pero lo bueno es que, antes de llegar a la mitad, los lectores ya han ejecutado fugas espectaculares.

Una aproximación más amistosa a la ética consiste en empezar afirmando que el ser humano es gregario por naturaleza , y que sin grupos nos morimos. De este modo, si deseamos que el grupo nos proteja, a cambio debemos ayudar y obedecer, no mentir, no robar ni matar. Dios o la evolución (o ambos) nos pegaron estos instintos.

Por otra parte, es verdad, existen también los instintos individualistas: a la reproducción y a la defensa propias, que chocan con los instintos sociales. Nunca sabemos cuáles mandarán sobre nosotros cada día. ¿Por dónde ir?

Un ejemplo imaginario nos dicta la mejor lección de ética. De todas las historias morales, la más bella es la del Buen Samaritano, que consta en el Evangelio de Lucas (X, 25). Su exegeta Manuel de Tuya dice que esta parábola enseña a ser buen prójimo; o sea, a “estar próximo a los demás en sus necesidades” ( Biblia comentada , p. 122). (La ‘j’ y la ‘x’ se alternan a veces en español, como en ‘parado j a’ y ‘ortodo x a’.)

Un hombre iba por un camino, y ciertos bandoleros lo asaltaron y lo dejaron casi muerto. Un doctor de la ley y un sacerdote pasaron por el lugar y no lo auxiliaron; lo ayudó un samaritano (habitante de la región de Samaria). El samaritano atendió al asaltado y lo llevó a una posada, donde pagó para que lo curasen. La parábola es admirable y perfecta; sin embargo, podríamos imaginarle una segunda parte.

A los pocos días, el doctor de la ley y el sacerdote indiferentes coinciden en la posada, y el propietario les narra el caso del herido y del samaritano: “¿Podéis creerlo?”, les inquiere. El doctor y el sacerdote se incomodan, no contestan y salen pronto hacia la árida noche.

“Yo pasé por allá”, confiesa uno; “Yo también”, responde el otro. Siguen palabras sin importancia, de compromiso, y se despiden. Podemos imaginar que uno de ellos continuó siendo el mismo soberbio indiferente, pero que el otro no: se le deshará su “dureza de corazón” (vieja metáfora de las Escrituras ).

Del primero (y de muchos como él) sale la estirpe de los antihumanistas, de los odiadores. Del segundo viene gente como nosotros: humanistas inseguros, pero insistentes. El viajero arrepentido siguió el ejemplo del Samaritano. Ya el maestro que ideó la parábola había dicho: “Anda y haz tú lo mismo”.