El adiós de los tiranos del Oriente Próximo

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Estaban quietos en sus palacios, gobernando con fuertes dosis de corrupción y hambre, hasta que el pueblo se hastió y los sacó del poder a punta de lucha callejera, sangre y violencia alimentada con el cansancio por décadas de explotación.

Aquello fue encender una mecha que se extendió rápidamente por Túnez, Egipto, Yemen y Libia, rozando a la maltratada Siria, en la zona entre África y Asia conocida como Magreb y Oriente Próximo. Es la Primavera Árabe, que explotó con la revolución de los jazmines en Túnez, en enero, y que, desde entonces, no ha dejado de generar noticias.

A la fecha, son cuatro los dictadores árabes que se han visto apartados del poder tras el inicio de ese movimiento social: Zine El Abidine Ben Ali cayó en enero, en Túnez; le siguió el egipcio Hosni Mubarak, el 11 de febrero; luego Moammar Gadafi, quien murió aniquilado por sus detractores, el 20 de octubre.

El último fue Ali Abdula Saleh, de Yemen; él abandonó el poder el 23 de noviembre, 33 años después de haberlo tomado.

Bien lo menciona un análisis sobre el tema, de la Universidad Complutense de Madrid, en España: “Tras la extensión de la democracia en Europa Central y Oriental, y en numerosos países de Asia y África, quedaba pendiente el mundo árabe controlado por monarquías autoritarias y repúblicas dictatoriales con tendencias hereditarias.

“Con la excusa de poner freno al islamismo, y con el apoyo de un Occidente cegado por seguridad y el beneficio económico, los regímenes de la región vendían como estabilidad lo que no era sino un sistema de represión brutal para seguir dando cobertura a la corrupción generalizada. Lo que está en juego no es solo el derrocamiento de los tiranos, sino también la profunda transformación y modernización de las estructuras políticas, económicas y las sociales”.

El pueblo se los trajo al suelo uno a uno, en un pulso similar a la lucha de David contra Goliat.

Al tunecino Zine el-Abidine Ben Ali, lo tiró abajo un joven sin darse cuenta. Se llamaba Mohamed Bouazizi, tenía 26 años y murió tras inmolarse en un acto de desesperación porque no hallaba trabajo. Su muerte desencadenó la furia popular que aún hoy se respira en las principales calles de Túnez.

La chispa siguió su camino hacia Egipto, donde una violenta protesta popular sacó al octogenario Hosni Mubarak de la silla que había ocupado por 30 años y lo envió a la cárcel, donde todavía espera juicio por la matanza con la que intentó acallar el clamor de su pueblo, levantado 18 días seguidos en la plaza Tahir.

Al libio Moammar Gadafi le tomó más tiempo. Huyó como una rata por los escondrijos, mientras su pueblo se mataba en una cruenta guerra civil por su causa. Ni la intervención de los cascos azules de la OTAN pudo con él, hasta que una turba de insurrectos lo encontró en su escondite y descargó la furia de la venganza. Gadafi murió en Sirte, pueblo donde nació.

Las últimas noticias vienen de Siria. Se calcula que allí han muerto 5.000 personas desde que explotó la violencia; 300 de ellas han sido niños. El baño de sangre ha generado presiones sobre el régimen del presidente Bashar al Asad, que se mantiene aferrado al poder.

Ver galería Retrato del 2011