Dos vidas paralelas

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Con Lev Tolstói ( Anna Karénina ) podemos recordar que todas las familias felices se asemejan, pero cada una es infeliz a su modo; quizá podríamos añadir que todas las vidas paralelas se parecen, pero que cada una termina a su manera.

El camión ( id est , bus) nos deja en una esquina de la capital mexicana, ante un mercado donde florecen los sombreros de ala pródiga, los lujos en traje mariachi, las guitarras con lazos y hasta un caballo de madera con jaeces de plata.

El caballo está hecho con tal realismo, que solo le falta hablar. Bien peinado, el equino podría trotar como si fuese Alejandro Fernández ensillado para que sobre él pasee el Rey Javier Solís.

Muy cerca, ya de vuelta del olvido, relucen los patios y las celdas del que fue el convento de las monjas jerónimas, soleado y limpio como una primera comunión.

Hacia 1680, en un ángulo de esa santa ciudadela, una niña lanza un trompo, y una monja la mira. A la monja le ha prohibido leer la madre superior (a quien llaman ‘superiora’). Como no debía leer, la monja estudia “en todas las cosas que Dios crio”: “nada veo sin segunda consideración”, escribirá ella, sor Juana Inés de la Cruz, en su Respuesta a sor Filotea de la Cruz (1681).

La monja intelectual ansía saber si los trompos ruedan en círculos. Echa harina en el suelo y pide que, sobre esta, lancen el juguete: la púa traza espirales. No se aprende interrogando al padre Aristóteles, sino a la madre naturaleza.

En un convento del imperio austrohúngaro, en el decenio de 1850, un monje cruza ratones para rastrear sus cambios, pero un obispo le prohíbe hacerlo; entonces cultiva guisantes y anota las variaciones que heredan las plantas. Tras miles de experimentos, Gregor Mendel encuentra así las constantes de los cambios y funda la genética.

Juana Inés no sintió la vocación religiosa, pero se hizo monja para estudiar y escribir en paz. “Mendel necesitaba seguridad, y la única elección que tenía era el sacerdocio”, revela el físico John Gribbin ( En busca de la doble hélice, 2 ).

La poetisa murió infeliz, casi acusada de herejía; el monje falleció en loor de placidez, abad de su convento: divergencias finales de dos vidas, paralelas trazadas sobre la ansiedad de conocer.