Desde la óptica de la paz

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

La decisión de abolir el ejército tomada después de la guerra civil de 1948, ha tenido y tiene una enorme trascendencia, no solo en el plano interno, sino en lo concerniente a las relaciones internacionales.

Debe quedar claro que ello conlleva la adopción irrestricta como principio activo, de la perspectiva de la paz, del diálogo y de la civilidad en las relaciones internacionales. Dicha perspectiva debe regir nuestra conducta política en todos los foros civilizados y democráticos del planeta en los que participemos, pero fundamentalmente debe gobernar nuestra propia política internacional en cualesquiera circunstancias.

Necesaria coherencia. No sería consecuente, andar pregonando el diálogo y la negociación, como medio de solución de los conflictos en la arena internacional, o pretender que se apliquen los derechos humanos y la civilidad para otros, mientras por otro lado, a la hora que salta un conflicto en nuestras fronteras, se pierde la óptica y se procede a atizar la hoguera de la guerra o el guerrerismo, con frases altisonantes y otras poses.

En el actual conflicto con Nicaragua, esta perspectiva de la paz debe estar en el centro de nuestra estrategia como gobierno y también en la conducta ciudadana. Alguien podría esgrimir como argumento que no se puede andar con actitudes pusilánimes ante la agresión de nuestro territorio por el ejército nicaragüense. Ante esta falsa argumentación o sea, ante esta argucia, es bueno recordar ahora, como ya se ha hecho, que nuestra diplomacia ha ganado prácticamente todos los diferendos limítrofes, surgidos al menos en la época moderna, básicamente mediante la diplomacia. Es decir, no se puede confundir la óptica de la paz y del diálogo con blandenguería; del mismo modo que la razón no la posee, necesariamente, el que blande la espada.

Gandhi, no conquistó la independencia de su Patria con violencia, y jamás nadie podría osar calificarlo de pusilánime, ni menos de cobarde. No tenía al ejército nicaragüense a la par; conquistó la independencia por la ruta pacífica, frente al ejército colonialista probablemente más agresivo e inmisericorde de la historia universal. La ruta del pacifismo, del diálogo y la negociación, no se compone, no tiene como materia prima la cobardía, sino todo lo contrario, su materia esencial es la fortaleza del espíritu, la serenidad.

El camino de la paz, de la negociación, no se puede recorrer a medias; la paz se practica cotidianamente, inclusive, o sobre todo, en los momentos más difíciles y apremiantes. En ellos radica el desafío fundamental. O sea, esta perspectiva se introduce y reintroduce todos los días, o si no, se pierde'Y parece fácil perderla. Es como la democracia, que se inserta en la cultura de las gentes, cuando se practica consecuentemente en la cotidianidad. Si no se ejerce en toda su dimensión, se corre el riesgo de que se erosione y se vacíe de contenido. Con la perspectiva de la paz y de la negociación en la convivencia internacional, ocurre exactamente igual. De modo que quien invoca la guerra y desata el patrioterismo en esa perspectiva, que lo haga con valentía y sin actitudes vergonzantes. Aquí no hay, o no debería haber lugar para los generales ausentes, quien invoca la guerra no es para mandar a otros a pelearla.

El otro camino es el de la paz, el de la negociación y es inclaudicable. Pero que se entienda, es un principio activo, que involucra a toda la ciudadanía; implica ciertamente la tolerancia, el respeto, y al mismo tiempo la firmeza, la dignidad, la fuerza de la serenidad que emana de la certeza de que se posee la razón. Es la convicción de que en la guerra todos perdemos y que la paz no es sinónimo de atropello contra los derechos de nadie. Es la única perspectiva cierta que abre la posibilidad de que ambas partes, los gobiernos de Costa Rica y Nicaragua, pero sobre todo los pueblos de ambos países salgan gananciosos.