Decenio infértil

Diez años después de su veda, la fertilización in vitro podría restituirse en Costa Rica, el único país en el continente donde está prohibida. ¿Qué ha significado esta década para las familias que tuvieron hijos por medio de este método y para quienes no han podido tenerlos?

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Grettel Artavia me esperaba sentada en uno de los poyos del parque de Alajuela. Fue difícil reconocerla pues yo esperaba encontrar a una mujer mayor, tal vez de unos cuarenta y tantos.

Cuando levantamos las manos para reconocernos a lo lejos, ella conversaba con un hombre. El parque de Alajuela es un sitio que, como los buenos parques, invita a la charla espontánea. Me acerqué y Grettel se despidió de su compañero de asiento.

“Somos montones las parejas que tenemos problemas de infertilidad”, me empezó a decir cuando encontramos un poyo desocupado. “Ese señor con el que yo estaba hablando antes me empezó a contar que él y su esposa tampoco pudieron tener hijos y que al final terminaron adoptando a una chiquita, una negrita limonense que me dijo que era su adoración”, continuó.

El primer apunte en mi libreta fue que la infertilidad puede ser un problema tan común que dos desconocidos con el mismo problema se pueden sentar en el mismo poyo, una mañana cualquiera, y descubrir la coincidencia. La segunda idea que debí haber anotado fue que no siempre en los parques las personas se sientan a conversar de naderías. Por el contrario, Grettel estaba por hablar de una frustración vieja y de una nueva esperanza.

Ella es una mujer de 32 años y, junto con su esposo, Miguel Mejías, es una de las ocho parejas que en agosto se favorecieron por un dictamen de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en el que censura al Estado costarricense por vedar la fecundación in vitro (FIV).

Su esposo Miguel es un hombre de 47 años. Durante algún tiempo, él tuvo un taller de ebanistería y hoy está dedicado a la política local con el Partido Accesibilidad sin Exclusión. Sufre de una parálisis de la cintura hacia abajo a causa de un accidente laboral que tuvo antes de conocer a Grettel. Cuando me entrevisté con ella, Miguel estaba internado en el Centro de Salud del INS, a causa de una complicación renal debida a su discapacidad.

Grettel cuenta que conoció a Miguel cuando estudiaban en el Instituto Nacional de Aprendizaje y se casaron cuando ella tenía 15 años de edad. Al no poder tener hijos por la condición de su esposo, ella intentó, a sus 17 años, adoptar uno. Sin embargo, no pudo iniciar el trámite por ser menor de edad. Posteriormente, desistió porque supo que, por lo lento que es el proceso, solo tendría opciones de recibir a un niño ya muy crecido.

La pareja se practicó ocho inseminaciones artificiales que no funcionaron, y fue entonces cuando la doctora Delia Ribas les dijo que la FIV era su única opción para vivir un embarazo.

Grettel empezó con el tratamiento hormonal para someterse al procedimiento y, el 15 de marzo del 2000 –dos días antes de la fecundación de sus óvulos y de la implantación de los embriones– la Sala IV declaró inconstitucional el decreto que autorizaba la FIV en el país.

En el 2001, Grettel y Miguel, así como otras siete parejas, presentaron la demanda contra el Estado ante la CIDH. Nueve años más tarde, la Comisión se declaró a favor de las parejas.

Entre las mujeres demandantes, Grettel es un caso extraordinario: ella es de las pocas que todavía tiene oportunidad de quedar embarazada de su esposo.

Ciencia y polémica

El debate sobre la fertilización in vitro en el país tuvo su meollo en la polémica sobre el “desperdicio” de embriones. ¿Cuándo empieza a convertirse en “Fulano de Tal” el producto de la unión entre un óvulo y un espermatozoide? El doctor Gerardo Escalante afirma que la especialización de las células se empieza a dar unos 15 días después de la última ovulación de la madre, cuando el embrión está ya implantado en el útero. Sostiene que es en ese momento cuando puede hablarse de vida humana.

Quienes adversaron la FIV dicen que la creación de una persona sucede antes, desde el momento de la fecundación, aunque todavía no haya especialización celular y aunque la unión entre las células femenina y masculina se produzca fuera del cuerpo de la madre. Este fue el criterio adoptado por la Sala VI en el 2000, y la eventual pérdida de embriones durante el procedimiento fue el motivo para prohibirla.

Desde entonces, Costa Rica es el único país del continente donde la técnica está vedada.

El doctor Escalante, especialista en medicina materno-fetal y en embarazos de alto riesgo, es un hombre de 61 años, blanco, de ojos claros, barba irregular y colochos largos y entrecanos. Si ignoramos su gabacha, una primera impresión podría decirnos que se trata del guitarrista retirado de una banda de rock de los años 70, tal vez, un lejano Eric Clapton. No obstante, con la gabacha, tampoco es difícil imaginárselo entre tubos de ensayo.

La gente habla de él y de la doctora Delia Ribas, su esposa, como de los padres de la FIV en Costa Rica. Esta paternidad metafórica también se ha visto frustrada durante diez años.

“Cada vez que una pareja sale llorando por esa puerta, yo recuerdo el 15 de marzo del 2000”, dice Escalante.

El doctor cuenta que en 1981 tuvo una premonición: alguien le contó que un sacerdote lo acusaba desde el púlpito por “develar los misterios de Dios”. La diatriba se basaba en que, cuando trabajaba en el hospital de Cartago, él determinaba el sexo de los fetos con la ayuda de una tecnología rara en el país: el ultrasonido.

Nuevamente, se encontró con la polémica en 1983 cuando, junto a la doctora Isabel Castro Volio, hizo el primer diagnóstico prenatal mediante el cultivo de cromosomas. La última y más sonada controversia se dio cuando, por intervención suya, nació el primer niño mediante FIV en el país. Eso fue el 14 de octubre de 1995.

El médico no oculta la frustración que ha sentido durante estos diez años en que la técnica ha estado prohibida.

“Mi caso, por mucho, no es tan brillante como el de científicos como Galileo Galilei, pero en el país yo he tenido esa misma sensación de impotencia”.

Explica que, estadísticamente, de cada 100 embriones que se producen de forma natural únicamente se llegan a implantar 16, y, de estos, solo 11 llegan a nacer.

“Si lleváramos la lógica de la Sala IV hasta el extremo filosófico deberíamos decir que la naturaleza también atenta contra la vida humana, por lo cual, las relaciones sexuales deberían estar prohibidas”.

En su fallo del 2000, la Sala IV reconoció que aunque estas pérdidas se daban en procesos naturales, no debían producirse con intervención humana.

Escalante afirma que entre un 10 y un 15% de las parejas sufren de algún problema de infertilidad. De ellas, entre 10 y 20% únicamente podrían conseguir un hijo a través de la FIV.

La CIDH consideró que el Estado costarricense había interferido en el derecho de ocho de estas parejas a formar una familia.

El abogado de los demandantes, Gerardo Trejos, informó de que existe otro caso ante la CIDH en un estado muy avanzado que agrupa a nueve parejas más. Trejos adelantó que ellas reclaman la violación de otros derechos, como por ejemplo a la libertad de conciencia y de religión.

Fallo tardío

“La ventana de nosotros ya se cerró”, dice, resignado, Miguel Yamuni en la sala de su casa, junto a su esposa Iliana Henchoz. La pareja –con 18 años de matrimonio– vive desde hace nueve en la que fuera la casa de crianza de Miguel. Esta es una vivienda grande que no necesita una segunda planta porque se extiende a lo largo de una propiedad espaciosa en Santa Ana, San José.

Allí viven con Marianne, hija que Iliana había tenido en un matrimonio anterior. Marianne fue legalmente adoptada por Miguel y hoy tiene 24 años. Sin embargo, la pareja nunca pudo tener hijos durante su relación.

Conversamos en la sala y el ruido de su gato casero al caminar subraya un silencio que ellos nunca habían planificado: para estas fechas, ambos imaginaban las bullas de un niño en el hogar.

La pareja es una de las demandantes ante la CIDH y, cuando empezó el proceso en el 2001, Iliana tenía 40 años de edad. La pareja pensó que el asunto se arreglaría en cuatro años y podrían optar por la FIV en el país. Hoy, Iliana tiene 50 años y Miguel, 44. Ambos saben que no disfrutarán las ventajas del pronunciamiento.

“Para mí, como mujer, ha sido muy duro y muy triste todo este proceso, pero ahora me pone contenta seguir luchando para que otras parejas lo logren”, afirma.

El matrimonio ha encontrado una pequeña satisfacción: con el uso de las redes sociales en Internet han hallado un apoyo que no habían sentido nunca. Iliana monitorea Facebook y afirma que allí se ha puesto en contacto con muchas mujeres que están esperando que la FIV se permita.

Antes de optar por este procedimiento, la pareja se había sometido a 12 inseminaciones artificiales. Cuando estas fallaron y no tuvieron otra opción en el país, viajaron primero a España y luego a Colombia a realizarse las FIV. La pareja invirtió unos $18.000 en dos fertilizaciones que fueron infructuosas.

Miguel es el gerente de ventas de una compañía industrial y, hasta hace poco, Iliana se dedicaba también al comercio. Su posición económica parece cómoda, pero Miguel afirma que los procedimientos “son tan onerosos que no es algo que pueda hacerse uno todos los meses”.

Al igual que ellos, el matrimonio de Julieta González y Oriéster Rojas también viajó al extranjero a practicarse la FIV después de su prohibición en Costa Rica. En su caso, fueron a Panamá e invirtieron, sin éxito, más de ¢2 millones.

“Nosotros dijimos que trataríamos de tener un hijo hasta donde la ciencia lo permitiera, pero una sola vez, porque nuestra situación económica no era para que siguiéramos”, dice Julieta.

Ellos forman un matrimonio desde hace 14 años. Julieta tiene 47 años de edad y se dedica al hogar; Oriéster es un agricultor, de 51, que comparte algunas propiedades con sus hermanos en Guácimo (Limón), donde cultivan piña y palma africana.

La pareja vive en Santa Eulalia de Atenas (Alajuela), en una casa con un patio amplio como ya casi solo se encuentran en las zonas rurales. Junto con otros niños, allí jugaba Darien, el hijo que la pareja adoptó en el 2001, a los cinco meses de que fallara el procedimiento en Panamá.

Julieta parece estricta. Durante nuestra charla, salió varias veces a silenciar el ruido excesivo de los niños. Se nota que le incomoda ablandar esta dureza de carácter.

Cuando habla sobre sus intentos para tener un hijo biológico, el agua que se le hace en los ojos la obliga a apurar el discurso.

“Eso acarrea mucha frustración, son temas no muy agradables, pero qué se va a hacer. Ya todo eso pasó”, dice Julieta con la voz, y con las manos ahuyenta pensamientos tristes que barre con un gesto.

Oriéster es un hombre bajo y macizo, de tipo tranquilo. Él no hace gestos, pero se le nota la emoción cuando cuenta que la llegada de Darien concretó una esperanza muy esquiva.

Al igual que la familia Yamuni Henchoz con su hija Marianne, la pareja de Julieta y Oriéster agradecen la oportunidad de ser padres que les dio Darien, quien hoy tiene 13 años.

Religión o derecho

El abogado Hermes Navarro del Valle dice que nunca quiso que la discusión legal acerca de la FIV se convirtiera en un debate entre la ciencia y la religión.

Fue él quien, en 1995, presentó la acción de inconstitucionalidad contra la FIV que la Sala IV consideró “ha lugar” en el 2000.

A pesar de su cercanía personal –y en ocasiones profesional– con la Iglesia Católica, Navarro sostiene que promovió el rechazo de la FIV como un tema de derechos humanos, y nunca esgrimió ningún argumento religioso.

Navarro es un abogado a quien sus 44 años de edad le han regalado una corpulencia y un rostro cada vez más similares a los de su padre, el homónimo expresidente de la Fedefutbol. Trabaja como coordinador de atracción de inversión en el Instituto Costarricense de Turismo y como asesor del ministro.

A pesar de que el debate de la FIV ocupó buena parte de sus energías como blanco de los ataques de los sectores pro-FIV, cuando habla del tema parece desapasionado. De hecho, sus modales tranquilos contrastan con el tono beligerante de las opiniones que dio en otros tiempos.

“Desde el 2000 hasta el 2005 pasé defendiéndome como si yo hubiese perdido el caso”, cuenta.

El abogado desconoce cuáles han sido los avances científicos que se han presentado en la FIV desde el 2000, pero afirma que el país ha fallado en revisar la prohibición del procedimiento a la luz de los posibles avances que podrían subsanar las objeciones declaradas por la Sala IV.

“Sería cuestión de revisar si la técnica ha avanzado hasta el punto de que, médicamente, sea aceptable el grado de riesgo. Estoy seguro de que ha habido muchos avances”, dice Navarro.

Con respecto a la CIDH, el abogado afirma que respeta su pronunciamiento, pero no está de acuerdo con el fondo de la resolución. Él no cree que la corte constitucional de Costa Rica haya violentado el derecho a la familia.

Del mismo modo, su posición inicial no ha cambiado: piensa que un embrión es una vida humana y explica que, en el Código Civil, la persona se considera viva desde 300 días antes de nacer.

Navarro confirma que Costa Rica es el único país del continente que ha prohibido la FIV, y atribuye esta distinción al hecho de que es el único donde se ha consultado por la vía constitucional.

Al despedirme del abogado, le comento sobre el premio Nobel en Medicina 2010, otorgado al biólogo británico Robert Edwards por la invención de la técnica de fecundación in vitro. Sorprendentemente, Navarro me comenta que él piensa que es “un premio bien dado”, que es un pionero creador de una técnica que está llamada a mejorar.

La nueva oportunidad

La charla que mantuve con Grettel Artavia en el parque de Alajuela tiene una sobrepoblación de “si-Dios-quieres”. Ella vive en San Isidro de Alajuela, y actualmente estudia estética y lenguaje costarricense de señas en el Instituto Profesional de Educación Comunitaria.

Hace diez años, cuando no pudo realizarse la FIV en el país, la doctora Delia Ribas hizo los arreglos para que pudiera optar gratuitamente por la fertilización en Colombia. No obstante, ella y su esposo Miguel estaban endeudados por los procedimientos anteriores y no podían costear su estancia en el extranjero. Hoy todavía siguen pagando las deudas.

“Ese vacío sigue ahí. Yo solo pido que Dios y mi cuerpo me den la fuerza para poder tener un bebé”, dice Grettel, quien ha visto tener hijos a sobrinas suyas que eran niñas hace diez años. Para ella y su esposo, las fechas más difíciles llegan cada año en el Día de la Madre, del Padre y Navidad.

Me despido de ella y le deseo buena suerte con la salud de su esposo y con todo lo demás. El parque está poblado de gente de todas las edades, pero hay algo en los niños que pasean con sus abuelas y en los que salen de clases que resulta especialmente llamativo tras conversar con Grettel. De momento brillan.