De niñas a madres: una posada alberga 100 menores en Alajuela

Medio centenar de niñas y jóvenes viven con sus hijos en un albergue del PANI

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A sus 14 años, Julia Mendoza no sabía cambiar un pañal, pero una vida ya se gestaba en su vientre.

Esa niña, que se realizó una prueba de embarazo estando en sexto grado, carga hoy en sus brazos a Jorge, su hijo de dos años y medio; un chiquillo revoltoso, de ojos chispeantes y una energía que parece de nunca acabar.

Jorge no imagina cómo le cambió el mundo a su joven mamá. Tampoco comprende el dolor que Julia sintió al ver que las puertas de su casa se le cerraron por su condición de madre adolescente.

Lo que Jorge sí sabe es que su mamá va a estudiar en las mañanas y toma cursos de cocina en las tardes, mientras él se queda en la Casa Cuna del albergue La Posada de Belén, con otros 50 niños que esperan pacientes que llegue la tarde para compartir con sus mamás.

Los pequeños son menores de cuatro años, una gran parte vive en el albergue desde que nació.

Julia tiene ya tres años de vivir en este albergue del Patronato Nacional de la Infancia (PANI), en El Coyol de Alajuela. Allí pasa los días entre libros, recetas, juguetes y pañales, conviviendo con otras 46 madres adolescentes.

Fuerza. “Al principio fue difícil, yo no sabía nada de bebés. Para mí es bonito ser mamá, es tener otra persona a la par. Yo comparto con mí hijo y es mí fuerza para seguir”, confiesa con la inocencia de quien sigue siendo una niña.

Su historia es difícil de contar, pero ella y las otras protagonistas de este relato accedieron a narrar un poco de su vida a La Nación para dar valor quienes se encuentran viviendo lo mismo que ellas.

A Julia aún le queda un año para cumplir los 18, edad en la que debe salir del albergue, pero ya tiene planes para el momento de partir.

Buscará un apartamento para vivir con otra de sus compañeras, pues ambas cumplen la mayoría de edad en la misma semana.

Al llegar a la mayoría de edad, el albergue se encarga de asesorar a las jóvenes para conseguir empleo, una casa y un lugar donde dejar a sus niños mientras ellas trabajan. Son muy pocas las chicas que pueden regresar con sus familias.

Julia se capacita para ser asistente de chef, pues aún vive en ella el amor por la cocina que heredó de su madre. En su nuevo hogar, tiene compañeras que aprenden sobre costura, computación, servicio al cliente, veterinaria y estética.

Soporte. Además, en La Posada de Belén, se les apoya para que retomen estudios de escuela y colegio y se les da ayuda psicológica cada semana. Allí colaboran dos psicólogas y tres trabajadoras sociales.

“El objetivo de nosotros es desarrollar un plan que prepare a las chicas antes de cumplir los 18 años, para que puedan ser autosuficientes. Queremos capacitarlas en actividades de su agrado. Se les brinda una herramienta de trabajo y comprensión”, explica Nancy Morales Omares, psicóloga del albergue.

Esta institución representa un nuevo comienzo para las niñas que ingresan con el deseo de superar sus experiencias dolorosas, creer en ellas mismas y tener un proyecto de vida para ellas y sus hijos.

Niñas que florecen. Judith Picado es la prueba viviente de lo que este nuevo comienzo significa. Oriunda de Limón, ella quedó embarazada a los 15 años mientras trabajaba de empleada doméstica en San José.

Con una situación familiar complicada, ella decidió buscar ayuda en el PANI por su cuenta.

Con cinco meses de embarazo, el Patronato la acogió en uno de sus albergues y cuando estaba a punto de dar a luz, llegó a La Posada.

Lo cierto es que no todas tienen las agallas de Judith y muchas adolescentes no se atreven a buscar ayuda por temor al rechazo, a que les quiten a sus hijos o a vivir en un lugar desconocido.

Judith tiene hoy a Darwin, su hijo de dos años, y admite que recurrir al PANI fue la mejor decisión.

“El PANI es una organización que le ayuda mucho a uno a superarse, a enfrentar los miedos que uno ha tenido, a dejar atrás los golpes del pasado y a seguir con una nueva vida. Hay que luchar” , dijo.

Hoy Judith vive en un apartamento cerca del albergue con una de las muchachas que conoció ahí mismo y trabaja administrando la tienda de mascotas de La Posada.

La institución sigue ayudándole con el cuido de su bebé.

“Aquí me metieron al colegio, también a un curso de asistente administrativa”, añade Judith.

Apoyo preciso. “Por lo general, las chicas que ingresan lo hacen por motivos de denuncias, pues están en una situación familiar de riesgo y algún vecino o familiar contacta al PANI, que es nuestro ente rector, para alertar de esta situación”, detalla Nancy Morales.

“Algunas ingresan en estado de embarazo y otras ya con sus niños. Todas tienen situaciones completamente diferentes, algunas son muy duras y estas requieren más atención”, añade la psicóloga.

Margarita Nájera acaba de cumplir 13 años y tiene siete meses de embarazo. A ella, el PANI la trasladó desde su casa en Bribri de Talamanca a La Posada de Belén. “En mi casa no hubiera tenido la oportunidad de estudiar este año”, dijo.

Margarita, Judith y Julia coinciden en que La Posada les ha facilitado la vida y las ha preparado a dar el paso de niñas a madres.

Julia concluye: “Me gustaría que existieran más lugares así para otras chicas porque no solo somos nosotras las que pasamos por esta situación. Afuera hay más”.