De las bocas de los bebés

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Como muchos observadores, por lo general leo reportes acerca de los tejemanejes políticos con cierto tipo de desgastante cinismo. Sin embargo, de vez en cuando, los políticos hacen algo tan erróneo, sustantivamente y moralmente, que el cinismo sencillamente no basta; en vez de eso, es hora de enojarse enconadamente. Eso es lo que sucede con la fea y destructora guerra contra los cupones para alimentos en los Estados Unidos.

El programa de cupones para alimentos –que en estos días en realidad utiliza tarjetas de débito y se conoce oficialmente como el Programa de Asistencia de Nutrición Complementaria– trata de suministrar una ayuda modesta pero crucial a familias necesitadas.

La evidencia es cristalina tanto respecto a que la abrumadora mayoría de los que reciben cupones para alimentos en verdad necesitan ayuda, como que el programa es altamente exitoso en cuando a reducir la “inseguridad alimentaria”, en la que las familias pasan hambre al menos en ciertos momentos.

Los cupones para alimentos han desempeñado un papel especialmente útil –en verdad casi heroico– en años recientes. De hecho, han sacado una tarea triple.

En primer lugar, conforme millones de trabajadores perdieron sus empleos sin que fuera culpa de ellos, muchas familias recurrieron a los cupones para alimentos para ayudarse a sobrevivir. La ayuda alimentaria no sustituye a un buen empleo, pero sí mitigó significativamente la miseria de esas personas. Los cupones fueron en especial beneficiosos para los niños que de otro modo estarían viviendo en pobreza extrema, definida como un ingreso inferior a la mitad de la línea de la pobreza oficial.

Hay más. ¿Por qué está deprimida la economía de los Estados Unidos? Porque muchos actores en la economía recortaron el gasto al mismo tiempo, mientras que relativamente pocos actores estaban dispuestos a gastar más.

Debido a que la economía no es como un hogar individual –su gasto es mi ingreso, mi gasto es su ingreso–, el resultado fue una caída general en los ingresos y una zambullida en el desempleo.

Necesitábamos desesperadamente (y todavía necesitamos) políticas públicas que promuevan un gasto más alto temporalmente; y la ampliación de los cupones para alimentos, que ayudan a las familias que viven al borde de la miseria y que les permite gastar más en otras necesidades, es una de las políticas de esa naturaleza.

En verdad, cálculos de la firma consultora Moody’s Analytics sugieren que cada dólar que se gasta en cupones para alimentos en una economía deprimida aumenta el PIB en alrededor de $1,70; esto significa, dicho sea, que buena parte del dinero dispuesto para ayudar a familias necesitadas en realidad regresa al Gobierno en la forma de ingresos más altos.

¡Un momento!, todavía no hemos terminado. Los cupones para alimentos reducen en gran medida la inseguridad alimentaria entre los niños de bajos ingresos; esto, a su vez, amplía en gran medida las posibilidades de que a ellos les vaya bien en la escuela y que crezcan para ser adultos exitosos, productivos. Por lo tanto, los cupones para alimentos son, en un sentido muy real, una inversión en el futuro de la nación. A largo plazo, esta inversión es casi seguro que reducirá el déficit presupuestario porque los adultos del mañana también serán los contribuyentes del mañana.

Entonces, ¿qué es lo que los republicanos quieren hacer con este modelo entre los programas? Primero, encogerlo; posteriormente, en efecto, matarlo.

La parte del encogimiento viene del más reciente proyecto de ley agrícola dado a conocer por la Comisión de Agricultura de la Cámara (por razones históricas, el programa de cupones para alimentos es administrado por el Ministerio de Agricultura).

Ese proyecto sacaría del programa a unos dos millones de personas. Debe tenerse en mente que un efecto del secuestro ha sido el plantear una seria amenaza a un programa diferente pero relacionado que suministra ayuda nutricional a millones de mujeres embarazadas, infantes y niños. El asegurarse de que la próxima generación crezca desnutrida' Eso es lo que llamo “pensamiento visionario”.

¿Por qué hay que reducir los cupones para alimentos? No nos podemos dar ese lujo, dicen políticos como el representante Stephen Fincher, un republicano de Tennessee, quien sustentó su posición con citas bíblicas y quien también, resulta, ha recibido personalmente millones de dólares en subsidios agrícolas a lo largo de los años.

Estos recortes son, sin embargo, solo el principio del asalto contra los cupones para alimentos. Hay que recordar que el presupuesto del representante Paul Ryan sigue siendo la posición oficial del Partido Republicano respecto a política fiscal y que ese presupuesto pide convertir los cupones para alimentos en un programa de asignaciones del Gobierno para los estados con un gasto marcadamente reducido. Si esta propuesta hubiera estado en efecto cuando la Gran Recesión golpeó, el programa de cupones para alimentos no se hubiera ampliado de la forma en que lo hizo, lo que hubiera significado muchas más privaciones, incluyendo mucha hambre, para millones de estadounidenses y para niños en particular.

Vean, entiendo la supuesta lógica: Nos estamos convirtiendo en una nación de receptores y hacer cosas como alimentar a niños pobres y darles adecuada atención médica sencillamente están creando una cultura de dependencia; y es esa cultura de dependencia, no los banqueros desbocados, lo que de alguna forma causó la crisis económica.

Pero me pregunto si incluso los republicanos en verdad creen ese cuento o al menos tienen confianza suficiente en su diagnóstico para justificar políticas que más o menos literalmente quitan la comida de las bocas de los niños hambrientos. Como dije, hay veces cuando el cinismo no basta; este es un momento para enojarse, pero para en verdad enojarse. Traducción de Gerardo Chaves para La Nación

Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.