De pegas y sobadores...

Algunos médicos se oponen a sus prácticas, pero muchas personas los siguen buscando. Los sobadores están convencidos de que tienen en sus manos el remedio infalible para sacar cualquier pega o empacho. ¿Cómo lo logran?

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“Disculpe, ¿aquí vive el señor que sabe cómo sacar pegas?

“Sí, el mismo”, responde un hombre de sonrisa afable y manos grandes que nos abre la puerta de su casa, en Tibás.

Al conocer nuestro interés de entrevistarlo para comprender la ciencia que se esconde tras una sobada (masaje practicado por nuestros antepasados para eliminar los llamados empachos), Alfredo Alfaro Cascante, de 68 años, se llena de orgullo y deja emerger su faceta de buen conversador.

“Ah, miré, comencé a sobar a la gente desde que tenía 7 años, allá en mi pueblo, en Río Cuarto de Grecia. En aquella época, había muchas enfermedades, la fiebre amarilla, por ejemplo, y los médicos eran muy pocos. Mi papá era un experto sobando y montando piernas y caderas. Al rato, todo esto me viene de herencia, porque yo era el encargado de curar a mis primos y hermanos menores”, dice don Alfredo, quien en la actualidad atiende a decenas de personas cada mes, en un humilde consultorio a pocos metros de su vivienda.

De adulto, este hombre llevó algunos cursos relacionados con quiropráctica, técnicas de masaje y anatomía en la Universidad de Costa Rica (UCR) y el Colegio Universitario de Alajuela (CUNA); pero insiste en que el don que posee le viene de arriba. “Dios me ha dado esta habilidad y por eso, yo tengo que compartirla con quienes necesiten una cura, así digan los médicos que esto no sirve para nada”, enfatiza.

–¿Y cómo saca usted los empachos?

–Es simple, pero no cualquiera puede hacerlo. Primero, hay que estudiar a la persona, saber sus dolencias, y luego, aplicar el masaje en las zonas que sí son efectivas. Si de verdad se trata de una pega, entonces me concentro en los puntos que tienen que ver con los intestinos: entre ellos, los antebrazos, en medio de los dedos pulgar e índice, y la planta de los pies.

Según este hombre, presionando con fuerza esos puntos del cuerpo durante unos 10 ó 15 minutos, se consigue deshacer unas protuberancias o “pelotitas”que, al final de cuentas, son una señal de que el aparato digestivo no está funcionando correctamente, sino que está más lento que de costumbre.

Para que este masaje tenga éxito, don Alfredo explica que se ayuda con algún tipo de aceite. “Antes se usaba la manteca de chancho, pero ahora lo mejor es aplicar aceites ya sea mineral o de bebé, que permitan que la mano de uno resbale. Luego, hay que darles de tomar agua dulce con sal o leche magnesia, como purgante”, agrega con sapiencia.

En la Lucha de la Tigra de San Carlos, otra experta sobadora afirma haber curado de indigestiones a cientos de personas a lo largo de 35 años de oficio. Ella es Teresa Cordero Solano, de 71 años, una afanosa señora quien también acostumbra sembrar plantas medicinales en el jardín de su casa.

Como suele ocurrir, aprendió la técnica viendo a otros; en este caso, a su abuela paterna. “Luego me pulí con don Claudio Ríos, un sobador muy famoso fallecido en 1984. Me enseñó cómo no poner en riesgo la vida del enfermo. Por ejemplo, el masaje tiene que hacerse en ayunas y yo prefiero no tocar el estómago, pero si lo hago, debe ser con un masaje muy delicado, comenzando por el ombligo. Con los niños pequeñitos hay que tener mucho cuidado”, dice, convencida de que “una mala sobada”, sí puede complicar la salud de las personas.

La técnica que ella utiliza para acabar con los empachos es parecida a la de don Alfredo, solo que en vez de emplear aceites, se ayuda con Cofal y, al final, le da de tomar a la persona una infusión de yerbabuena “para provocar el vómito”.

Otros sobadores recomiendan tomar Sal Andrews, Alka Seltzer, limón con bicarbonato, té de manzanilla, jugo de naranjilla ácida o incluso, una bebida gaseosa. Y, aparte de los antebrazos, las manos y las plantas de los pies, algunos también masajean las corvas, la nuca, hombros y espalda.

Doña Teresa asegura que las pegas tienen su origen en los excesos de comida, cuando alguien come rápido, “se lleva un buen susto” o tiene una cólera durante el desayuno, el almuerzo o la cena”. Comer con asco es otro desencadentante.

“Uno se da cuenta de que alguien tiene pega porque le duele la cabeza, tiene fiebre, náuseas y debilidad. A mí me ensañaron a tocarle al paciente entre el dedo índice y el pulgar; cuando hay empacho se siente arenoso”, detalla Flor María Calderón, de 51 años y vecina de Tambor de Alajuela, otra experta en el campo.

Thelma Marchena Ruiz, de 65 años, sabe igualmente reconocer a simple vista quiénes sufren de empachos. “Hay pegas de varios días y hasta pegas de agua, que son de las más difíciles”, dice.

Ella, al igual que la mayoría de los sobadores que se han sabido ganarse el respeto en sus respectivos pueblos, no viven necesariamente de este oficio que parece estarse extinguiendo: cada vez menos personas lo practican.

“Yo le decía a la gente que me pagaran lo que quisieran, porque esto siempre lo he hecho como una promesa. Hace muchos años una señora me salvó a mi hijo. Él se empachó de leche en polvo y estaba muy grave. Sin embargo, después de que me lo sobaron, todo cambió. Se me puso fuerte y hermoso”, cuenta Élida Mora Garbanzo, quien aprendió a sobar en Pérez Zeledón, pero, a raíz de una caída que sufrió el año pasado, ya se encuentra retirada.

Entre sus anécdotas, está la de la vez que visitó una casa para tratar a un muchacho que se enfermó por las comilonas de Navidad, pero terminó sobando a toda la familia. “Comencé a las 3 de la tarde y me fui de ahí a las 11 de la noche. A todos les saqué la pega y muchos corrieron al baño”, cuenta satisfecha y con una gran sonrisa.

Colaboraron con esta información Randall Corella y el corresponsal Carlos Hernández