De don Justo y de otros

Los conservadores no pueden, a inicios del siglo XXI, tomar una actitud medieval

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Desde el punto de vista ideológico y político, don Justo Orozco ha sido el más consecuente de todos. En su curul, tan legítima como cualquier otra, cuestión de democracia, sus principios, públicos y notorios de siempre, conocidos de antemano por todos, han orientado sus decisiones políticas. Muchos cuestionan la ética de sus decisiones parlamentarias. No veo por qué. Don Justo ha negociado en función de lo que cree, de sus principios, los compartamos o no, sin engañar a nadie. Dada la actual situación política del país, esa consecuencia es mucho más valiosa que los paños tibios de algunos de sus más fuertes críticos.

También es cierto que algunas de las justas críticas que se le hacen a don Justo deben hacerse extensivas a los diputados que coincidieron con su voto en la comisión legislativa, especialmente los del PLN. Es seguro que la histórica bisagra ideológica de ese partido le ha permitido remontar hasta las cumbres más borrascosas, pero hoy corre el riesgo de transformarse en Lot, convertida en estatua por mirar atrás.

En un tema tan crítico, el PLN, incapaz de lograr una posición única en lo interno, a pesar de los armarios, extendió la bisagra hasta donde pudo, le dio libertad a cada diputado, se lavó las manos como partido con el silencio absoluto de los precandidatos, dejando que sacrifiquen a don Justo. Por la evidencia, parece que la energía renovadora y el estar a la altura de los tiempos de don Pepe se ha vuelto ese nadadito de perro, últimamente tan típico, tan cansino como anodino, ocultándose para no asumir la responsabilidad de sus propios actos, sacando pecho en lo obvio, desapareciendo en lo trascendente.

Conservadores y liberales. Ciertamente, don Justo y sus aliados, los conservadores de cualquier partido, imponen su particular visión de mundo, tan legítima como cualquier otra, pero tan estrecha, dogmática y autoritaria como cualquiera que se autoproclame verdad y guía universal. Los conservadores olvidan que este país no adquirió su identidad, lo que somos los ticos, con el dogma en la mano.

Al contrario, fue liberal la leche materna que vivimos a finales del siglo XIX e inicios del XX, cuando nacimos como identidad. Los liberales de entonces consideraron que no había nada más importante que la libertad de cada quien, y desde entonces así se consagra en nuestra Constitución Política. Los conservadores deben asumir que en este país hay de todo y para todos los gustos. Y que eso es bueno. Que somos diferentes, pero que todos, gracias a lo que somos individualmente, damos continuidad y sentido a nuestra raíz histórica. Que cada vez que un costarricense opta por su camino de vida conforme a sus propios principios, mantiene viva la llama por la que aún podemos sentirnos con orgullo en el mundo grande que nos tocó vivir. En realidad, los conservadores quieren que nos traicionemos a nosotros mismos.

Los conservadores se aferran al pasado para evitar, ilusoriamente, el paso del tiempo. Hoy han obtenido una victoria, pero cierran los ojos ante su propio frenesí, obviando que tarde o temprano verán ante sus ojos el signo de los tiempos, sea porque finalmente los votos no alcancen o porque todos, incluidos los conservadores, reconozcamos que, para ser fieles a nuestro propio camino como pueblo, no hay mejor manera de honrarlo que aceptar que aquí cabemos todos y actuar en consecuencia. De cualquier manera, todos sabemos que algunas reformas pueden durar su tiempo, pero que el derecho siempre termina adecuándose a la realidad.

Los conservadores no pueden pretender, a inicios del siglo XXI, tomar una actitud medieval, sentenciando con puntos y comas lo que es correcto o no. A los conservadores se les olvida que hoy tienen libertad de interpretar literalmente, por ejemplo, un texto sagrado, porque previamente la reforma protestante había reclamado y ganado, mártires de por medio, el derecho de cada quien de interpretarlo y vivirlo a su manera, como hoy sirve de guía para tantas buenas personas.

En realidad, si los conservadores son traidores de algo, lo son de sus propias raíces, puesto que antes de aquella revolución, el texto sagrado decía lo que una persona quería que dijera, letra a letra, palabra por palabra.

Ciertamente, si nuestros conservadores hubieran vivido por aquellos días hubieran terminado crucificados por no aceptar la voz de una sola persona, sin derecho a debido proceso y gritando, martilleo tras martilleo, a manera de despedida póstuma, su derecho a la libertad, ironía de por medio. Los conservadores siempre son necesarios. Nos recuerdan que una vez fuimos lo que nunca más seremos.