¡Cuidado con los tópicos!

Debemos tener opiniones firmes y juzgar siempre a los demás segúnsus méritos

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Orozco es el único Justo que pagará por pecador. Él ha pecado contra el amor al prójimo y contra el amor que un prójimo siente por otro. Ya Dios o la Historia (mejor, ambos) le retribuirán por sus méritos; sin embargo, extraña que el filósofo Walter Farah Calderón se haya manifestado como abogado del Justo pecador.

El señor Farah ha publicado el artículo “De don Justo y los otros” (Opinión, 27/6/2012). En dicha nota censura la actitud conservadora de Orozco y de otras personas.

Compartimos su crítica, amplia y fundamentada; no obstante, Farah cae en errores; por ejemplo, afirma que los conservadores tienen una “particular visión del mundo, tan legítima como cualquier otra”. No; no es así.

No todas las visiones del mundo son igualmente legítimas y justas. Si lo fuesen, los conservadores tal vez propondrían restaurar la pena de muerte y la esclavitud, y responderíamos que son ideas “legítimas”, como cualquier otra. Siempre debemos usar nuestro criterio.

Consecuencia mortal. En otro sitio, Walter Farah sostiene que “los conservadores siempre son necesarios”. Esto es falso. Los conservadores no son necesarios, sino inevitables. A los inevitables conservadores, nos, los liberales, debemos llamarlos a la reflexión para que se pongan al día; para que se salven como personas y como ciudadanos. Crueldad sería dejarlos como están, conservándose.

Más adelante, Walter Farah elogia a Justo Orozco porque este señor es consecuente aunque esté equivocado: terrible elogio. La consecuencia nunca es un valor per se; solo es una virtud cuando se defienden principios humanistas, y es un vicio cuando se predica burlar los derechos humanos.

Pongamos un ejemplo de firme consecuencia: Adolf Hitler. Su mamotreto histérico Mi lucha data de 1925. En él, Hitler anunció su odio antisemita. Ocho años más tarde, el régimen nazi comenzó la cruel represión antijudía que ya conocemos. ¿Qué fue Hitler?: ¡un consecuente!

En palabras dedicadas a Orozco, el señor Farah escribe términos que podemos aplicar a la Bestia Parda: actuó “en función de lo que cree, de sus principios, los compartamos o no, sin engañar a nadie”. Recordemos, pues: la consecuencia es neutra; lo que importa son los principios que se defiendan.

Otro encomio de Justo Orozco formula Walter Farah: “Muchos cuestionan la ética de sus decisiones parlamentarias. No veo por qué” (pues es consecuente). He aquí un nuevo error. ¡Cómo no debemos objetar la ética y las decisiones orozquinas si defienden el segregacionismo antihomosexual!

Todas las éticas son opinables; es más, debemos tener criterios propios sobre las éticas que guían a las demás personas.

Si nos habituamos a no juzgar, volveremos a elegir presidentes y diputados a ladrones, y después vendrán “el llanto y el rechinar de dientes” (Mateo, VIII, 12). (Para saber quién vota por cuál, sería bonito restablecer el voto público).

Juzguemos siempre. Es fatal la frase “los compartamos o no [los principios ajenos]” pues sirve para que pase el contrabando de las mentiras y justifica las mañas de los sinvergüenzas. Además, tal frase revela indecisión.

Por el contrario, debemos apoyar o rechazar los valores ajenos. “Los compartamos o no” conduce, pues, al relativismo ético, vicio que –por ejemplo– nos hace perdonar a ladrones que huyen con un millón de dólares y que después vuelven silbando y cambiándonos el tema.

Es absurdo dibujar a Orozco bajo una corona de espinas. El señor Farah sostiene que los dirigentes del PLN han dejado que los críticos “sacrifiquen a don Justo”. No es del todo así. El señor Orozco es inmune a las críticas. Orozco consumó su maniobra (enterrar un proyecto de ley más justo que él) y fue a su casa a seguir almorzando. No se siente “sacrificado”.

En cambio, sí es cierto que los Moisés del PLN lo abandonaron en el medio del desierto de las críticas: diputados (excepto el honorable Jorge Angulo), precandidatos (calculistas del silencio) y la presidente (con ‘-e’ porque los participios activos corresponden al género gramatical común).

El filósofo español Aurelio Arteta acaba de publicar el libro Tantos tontos tópicos, en el que se burla de frases habituales como “Esa es su opinión”, “Eso es discutible”, “Eso es muy relativo”, “No soy quién para juzgar”, “Con todo respeto...”, “Respeto pero no comparto”, “Todas las opiniones son respetables”, “No busquemos culpables” (más moderno: “Mi estilo no es buscar culpables”), “Todos somos culpables” (!), etcétera.

Esas sentencias, y muchas más, son deleznables, pulverizables y –peor aún– peligrosísimas ya que nos descerebran la ciudadanía; nos neutralizan, nos aplanan y nos apocan cuando intentamos opinar y disentir.

Así pues, debemos tener opiniones firmes y juzgar siempre a los demás según sus méritos.

Asimismo, juzguemos que el señor Justo Orozco hizo mal al pisotear un proyecto de ley cuyo debate (que no le convenía) nos habría permitido aprender civismo y nos habría ayudado a diferenciar al puro de corazón, que sigue al Cordero de Dios, de quien entrará en el infierno montado en un becerro de oro.