Crónica de un héroe imposible

Otras hazañas La novela ‘El Erizo’, de Carlos Gagini, reta la tradición literaria sobre Juan SantamaríaLiteraturaCrónica de un héroe imposible

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Mantener vivo el sentimiento de pertenencia nacional pasa por la actualización de los héroes, la historia cívica y las tradiciones de un país, como lo muestra el historiador E. Hobsbawn. El número de trabajos recientes publicados en Costa Rica sobre la campaña centroamericana de 1856 es una muestra de dicha actualización.

Curiosamente, la mayoría de esas publicaciones giran en torno a Juan Rafael Mora Porras y no a Juan Santamaría. Posiblemente esto se deba a que, como señala el investigador Steven Palmer, es difícil reinterpretar a Santamaría, dada su condición de “héroe-soldado desconocido”.

A diferencia de la mayor parte de los héroes latinoamericanos, el tambor alajuelense no estableció en vida una conexión fuerte con la sociedad costarricense. En cambio, Juan Rafael Mora Porras y el general Cañas sí construyeron una relación carismática; sin embargo, por ser figuras controversiales, no emergieron como héroes nacionales en la década de 1880.

En esa época, la élite liberal costarricense –presente en el mercado internacional gracias al café– se dio a la tarea de consolidar un proyecto nacional y, para fortalecer la incipiente comunidad imaginada, recuperó la campaña centroamericana contra William Walker. Por las circunstancias de la época, la escogencia de Santamaría era idónea para evitar conflictos políticos.

Paradójicamente, al igual que los intelectuales latinoamericanos de ese período, los liberales costarricenses manifestaron una clara hostilidad hacia el llamado “pueblo” y sus herencias culturales. ¿Cómo podían justificar que Santamaría, más allá de su sacrificio ejemplar, fuera también el héroe de la élite? ¿Cómo podían ensalzar en su producción literaria a Santamaría, un muchacho pobre analfabeto tan distante del ciudadano ilustre?

Así, por ejemplo, Ricardo Fernández Guardia y Manuel de Jesús Jiménez, autores respectivamente de “Un héroe”, incluido en Cuentos ticos (1901), y la crónica “Honor al mérito” (1902), evitan un tratamiento directo del héroe alajuelense. La excepción es Carlos Gagini. Su novela El Erizo (1922) es la única en la historia literaria nacional en incorporar la voz de Santamaría.

Un héroe enamorado. Gagini, uno de los intelectuales más importantes de su época, era conocido como novelista por sus obras antiimperialistas El árbol enfermo (1918) y La caída del águila (1920). De hecho, El Erizo se publicó como anexo a la segunda edición de su primera novela y, en las páginas iniciales, parece perfilarse hacia una trama también antiimperialista.

Sin embargo, en vez de construir a Santamaría como un héroe popular que se gana el respeto de sus compatriotas, Gagini escoge representarlo como un personaje romántico. Tal vez intentaba apelar a la catarsis, un rasgo importante para la consolidación de “héroes”, puesto que permite la identificación de la audiencia con el sufrimiento de ese personaje.

En la novela, se desarrolla tanto la historia de la primera parte de la campaña centroamericana como el romance ficticio entre el héroe y María, un personaje cuya introducción significa un giro drástico en la historia oficial. Los personajes crecieron juntos hasta la muerte del padre de María.

Para ella, el barniz cultural adquirido por su amor a la lectura fue el pasaporte hacia la capital, donde fue acogida por familiares a cambio de trabajo. Allí conoce al general Cañas y se enamora perdidamene de él. Como lo explica María, la lectura de biografías de hombres ilustres la indujo a tomar la decisión de “no amar sino a un hombre capaz de grandes cosas”. Así, a pesar de estar casado, Cañas se convirtió en su hombre ideal.

Dispuesta a sacrificarse en la campaña con tal de estar cerca de su amado, María se disfraza de soldado. Santamaría descubre su identidad, pero accede a guardar el secreto por amor. Días después, al deducir el motivo de su enrolamiento, en un arrebato de celos por no poder competir contra un rival así, intenta asesinar al general. Cañas, magnánimo, lo perdona y convence a María de que su mejor opción es casarse con el muchacho.

Al igual que en las comedias del Siglo de Oro, la solución a los problemas es el matrimonio entre iguales, pues así se restaura el orden social y eso incluye la subordinación femenina. Sin embargo, a diferencia de esas comedias, la novela no termina en matrimonio.

Ya que el ejército necesita voluntarios para quemar el mesón en donde se esconden los filibusteros, Santamaría aprovecha la oportunidad y le pregunta a María: “Usté (sic) me dijo el otro día que sólo podría querer a uno que hiciera algo notable. Si yo lo hago, ¿se acordará de mí?”. El deseo de María impulsa al héroe y, después de lograr su hazaña, muere en los brazos de su amada. La novela da un salto en el tiempo y termina mostrando a una María llorosa y anciana, en la inauguración de la estatua en honor a Santamaría un 11 de abril de 1891.

Otro Santamaría. Definitivamente, el Santamaría de Gagini está muy lejos del héroe modelado por los liberales. La reescritura acentúa el carácter trágico del tambor alajuelense, en detrimento de la historia oficial que reviste su muerte de virilidad. A fin de cuentas, El Erizo apela al desbalance entre un cierto determinismo social y los deseos de movilización de María, el cual se resuelve con el sacrificio de este Santamaría ficticio.

Enrique Echandi fue acusado de sacrílego y sufrió las consecuencias el resto de su vida por haber presentado, en su cuadro de 1897 La quema del mesón por Juan Santamaría , a un héroe agonizante.

A partir de esto, podría pensarse que la novela de Gagini debió haber levantado cierta polémica. Sin embargo, a pesar de que la publicación se anunció en la prensa en fechas cercanas al 11 de abril de 1922, privó el silencio absoluto. Basta señalar que en 1926, Joaquín García Monge le prologó a Fernández Guardia una nueva edición de Cuentos ticos y le pidió al autor que por favor escribiese una novela histórica sobre la campaña. No hace mención de Gagini ni de su novela publicada tan solo cuatro años antes.

Después de un largo silencio, en parte provocado por su enemistad con el círculo de intelectuales cercano a Joaquín García Monge, la obra literaria de Gagini se empezó a reeditar por iniciativa de Lilia Ramos en la Editorial Costa Rica. Por su parte, la segunda edición de El Erizo se dio en el marco del sesquicentenario de la campaña del 56, gracias al esfuerzo de Francisco Herrera. Dos años después, en el 2008, Francisco Espinoza y Allan Morales inauguraron la incipiente crítica sobre el texto.

Tal vez este rescate de un Santamaría doliente le abra espacio a una memoria colectiva menos concentrada en la espectacularidad de las hazañas de 1856 y más interesada en humanizar a sus héroes. Tal vez, después de más de 150 años, se publique esa novela histórica que reclamaba Joaquín García Monge. Retomando las observaciones de Hobsbawn, una novela así mostraría cuáles son las preocupaciones actuales de los costarricenses y el tipo de héroes que piensan necesitar.

La autora es profesora de Ciencias del Lenguaje en el Instituto Tecnológico de Costa Rica.