Crítica de danza: Repertorio para avanzar

Reto: La obra mantiene su vigencia estética y social

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Marta Ávila criticó la obra Gritos escondidos , una creación de Rogelio López que se estrenó en el Teatro Canout en Perú, en 1987, y que regresa a los escenarios costarricenses para celebrar los 35 años de la Compañía Danza UniversitariaPara la celebración de los 35 años de trabajo, Hazel González, directora de la Compañía Danza Universitaria, programó el montaje de la obra Gritos escondidos , una creación de Rogelio López que se estrenó en el Teatro Canout en Perú, en 1987. Desde su estreno, esta obra fue ejecutada por más de un quinquenio, y ahora viene a enfrentar al elenco actual, a las formas y temáticas que se presentaban en los escenarios nacionales, hace más de dos décadas, y aún siguen teniendo vigencia estética y social.

El tema principal de Gritos escondidos es el eterno deseo de manipulación de quienes ostentan el poder en la sociedad y los medios que utilizan para lograrlo. Para esto, López, en la composición coreográfica, presenta un colectivo que es contrapunteado por solitarios habitantes urbanos.

De este modo, plasma su idea utilizando el color blanco como protagónico, el cual está presente en la gran escenografía, el piso y el vestuario. Con estos elementos, el autor introduce al espectador en una atmósfera impecable donde mostró las principales dolencias sociales. Ahí afloraron los temores, frustraciones, disputas, agresiones, también apareció la desesperanza, así como momentos de gozo, solidaridad y placer.

El movimiento con el que López dibujó las imágenes parte del enfoque periférico donde la brillantez y precisión son fundamentales. Las frases están supeditadas, en algunos momentos, a la métrica de la música, y en otros se hace presente el aporte de cada intérprete.

La escenografía es de Eduardo Torijano quien durante sus diferentes escenificaciones había creado varios diseños, y en este remontaje mantiene la esencia. Les creó a los desolados personajes los ambientes adecuados para narrar la historia, aunque añoré lo monumental del diseño original.

Por su parte, el diseño de luces fue concebido por Jodie Steiger y ejecutado por Telémaco Martínez. En este aspecto, cabe decir que es el más débil de la puesta, ya que hizo falta mayores contrastes y claroscuros; muchas veces los rostros de los bailarines no se veían y en varias secciones predominó una luz plana.

El vestuario sugerente, dúctil y funcional fue diseñado por Maritza González y contribuyó a dar volumen a los movimientos de los bailarines. Además, para esta temporada Gustavo Hernández realizó una edición musical en la que predominaron los sonidos de piezas creadas por Prince, Peter Gabriel, Marc Lauras, Peer Raben, Alan Parsons y el grupo Talk Talk.

A nivel interpretativo, en general los once bailarines asumieron con entrega, energía adecuada y lograron diferentes cualidades de movimiento, tanto el grupo como los solitarios. Me llamó la atención el dúo ejecutado por Elián López y Juan Pablo Miranda, ya que pudieron dar con solvencia el efecto lírico. También los veteranos bailarines como Verónica Monestel y Gustavo Hernández durante toda la puesta en escena tuvieron buena presencia y proyección.

Esta iniciativa de retomar obras del repertorio para que las nuevas generaciones y el público seguidor conozca y disfrute un poco la danza del siglo pasado, fue aplaudida a teatro lleno.