Cosas que caen y preguntas bobas

Obra notable El reciente Premio Alfaguara de novela es una inmersión en la violencia política colombiana

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Aún no llega a los 40, pero el colombiano Juan Gabriel Vásquez ha recibido halagos de Mario Vargas Llosa, Javier Marías y John Banville por sus novelas Los informantes (2004) e Historia secreta de Costaguana (2007). No es para menos: su reciente novela, El ruido de las cosas al caer , es ganadora del Premio Alfaguara de este año y desborda virtuosismo.

El relato se desarrolla en la Colombia de los años 90, marcada por la violencia del narcoterrorismo y el aturdimiento emocional de una generación, pero no pretende ser la “novela total” de autores como García Márquez o Carlos Fuentes; no quiere presentar grandes metáforas de Colombia o México.

Más bien, el libro es un insistente pero íntimo rememorar, una agotadora búsqueda personal de un pasado anterior a la violencia que recuerda a William Faulkner y el Sur antebellum , en un proceso casi compulsivo:

“Me sorprendió también con qué presteza y dedicación nos entregamos al dañino ejercicio de la memoria, que a fin de cuentas nada trae de bueno y sólo sirve para entorpecer nuestro normal funcionamiento”.

El libro es una meditación sobre la reconstrucción del pasado después de un absurdo trauma individual y colectivo.

Larga sombra. La obra tiene una lucidez linguística digna de Ernest Hemingway junto con impecables paréntesis borgianos:

“Y me digo al mismo tiempo que somos pésimos jueces del momento presente, tal vez porque el presente no existe en realidad: todo es recuerdo, es recuerdo esta palabra que usted, lector, acaba de leer”.

El libro es también un viaje a lo más oscuro del corazón colombiano, que abarca enormes universos interiores e históricos al mejor estilo de Vargas Llosa:

“No hablo de la violencia de cuchilladas baratas y tiros perdidos, de cuentas que se saldan entre traficantes de poca monta, sino la que trasciende los pequeños resentimientos y las pequeñas venganzas de la gente pequeña”.

Vásquez emula principalmente a Philip Roth: dice que American Pastoral (ganadora del Pulitzer en 1998) y The Human Stain (2000) son dos de sus obras favoritas. Ambos autores abordan temas similares (violencia, memoria, identidad y trauma nacional) con recursos literarios parecidos.

Nathan Zuckerman, un escritor que se ve impelido a descubrir pasados marcados por la mentira y la marginalidad, es el alter ego de Roth en ambas novelas; aquí es Antonio Yammara, profesor de derecho y escritor reacio, que debe reconstruir la vida de Ricardo Laverde y a quien le sugieren:

“Es importante distinguir las preguntas pertinentes de las que no lo son ' Cuando haya decidido cuáles son pertinentes y cuáles son intentos bobos por buscarle explicación a lo que no lo tiene, hágase otras preguntas: cómo recuperarse, cómo olvidar sin engañarse, cómo volver a tener una vida”.

El ruido de las cosas al caer arranca en tonos grises, con una Bogotá impersonal y rutinaria, donde Antonio Yammara y Ricardo Laverde pasan las horas jugando billar y manteniendo una amistad fría y distante (“algo en su tono o sus ademanes que me hizo pensar que su pregunta era retórica, una de esas cortesías vacuas que hay siempre entre bogotanos y que no esperan una contestación meditada o sincera”).

El título de este primer capítulo (“Una sola sombra larga”) está tomado de un poema de José Asunción Silva, laureado hoy como tesoro nacional, pero despreciado en su época e impelido al suicidio.

El narrador denuncia la hipocresía de “esta sociedad pacata que tanto lo humilló, que lo señaló con el dedo cada vez que pudo, rindiéndole ahora homenajes como si se tratara de un jefe de Estado”.

Lo permanente. La sola sombra larga también se refiere a Joseph Conrad (sobre quien Vásquez escribió una biografía) pues el escritor polaco había hablado “de una línea de sombra, ese momento en que un hombre joven se convierte en dueño de su propia vida”: aquí es el paso de Yammara por el matrimonio, el nacimiento de su hija y un fortuito hecho violento que lo lanza a buscar quién era en realidad su amigo Laverde.

En esa búsqueda caen muchas cosas y con mucho ruido: el hipopótamo de Pablo Escobar cae abatido por cazadores, el desplome del vuelo 965 de American Airlines es captado en una grabación, otro violento accidente aéreo es reproducido en una revista, Laverde y el narrador son baleados por sicarios en motocicleta.

Para recuperar el pasado de Laverde (y de Colombia) y para sanarse a sí mismo, Yammara viaja de Bogotá a las tierras bajas del valle del río Magdalena y se topa con una caja llena de objetos personales de Laverde, entre ellas la revista que cuenta del desastre aéreo.

Allí leemos sobre el padre de Laverde, quien presencia un acto de orgullo nacional en 1938 celebrando los 400 años de la fundación de Bogotá.

El reportaje empieza como un pastiche de García Márquez (“Muchos años después, recordando aquel día aciago, Julio Laverde hablaría sobre todo de las banderas”), pero un momento de modernidad y celebración patria termina en tragedia debido a la soberbia de un joven piloto, marcando un hito en la marcha hacia la Colombia de Pablo Escobar.

Ese orgullo desmedido viene a ser uno de los detonantes de la vorágine que envuelve a Colombia en la segunda mitad del siglo XX.

El ruido de las cosas al caer es un “viaje a la semilla” de la violencia, pasando por el suicidio del despreciado Silva, el realismo mágico de Gabo , los Cuerpos de Paz de John Kennedy, la relación esquizofrénica con los Estados Unidos, el idealismo del movimiento hippy y las vidas burguesas que eventualmente caen ruidosamente; lidia con los demonios del síndrome postraumático que vivieron (y siguen viviendo) miles de colombianos: el miedo, la desconfianza, el egoísmo y la paranoia.

Este es un relato que nos enseña a distinguir entre lo pertinente y lo bobo, de manera que podamos aprender del pasado para no repetirlo.

El autor es crítico costarricense y profesor de literatura en la Universidad de Costa Rica y en la Illinois Wesleyan University.