Con ganas de amar

Soledad en espera en ‘Las heridas del viento’, Dos hombres se preguntan por qué un difunto no los quiso más

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No hay nada tan feliz como sentirse amado, y no hay mayor angustia que dudar de ello. En el íntimo escenario de la sala José Joaquín Vargas Calvo, dos personajes discuten y se aferran a retazos de caricias y palabras amables de un hombre siempre ausente.

La obra es Las heridas del viento, y sus actores son Arturo Campos y Leonardo Perucci. Tras la muerte de Rafael, su hijo, David (Campos), y su eterno enamorado, Juan (Perucci), tratan de hallar juntos el significado de las cartas de amor dejadas atrás por el reservado hombre, quien jamás dejó entrever su intimidad.

Conversamos con los actores y su director, Mariano González, acerca de la obra del español Juan Carlos Rubio.

–¿Qué muestra la obra sobre la aceptación de la diferencia?

–L. P.: La obra trata un tema que nos toca a todos, que es el amor en todas sus formas y expresiones. ¿Por qué David tiene un conflicto? Porque ama a su padre y no le correspondió durante la vida. Se quedó corto con él, no lo amó lo suficiente. David busca objetos que lo acerquen a esa imagen que tenía del padre y sale “trasquilado” porque encuentra cartas de amor de un hombre. Se encuentra con un personaje cuya principal motivación es el amor, a su manera, por supuesto. “Mi mayor defecto es haber amado demasiado”, dice, “pero nunca encontré un remitente para mis cartas ni para mi amor”. Amar no es otra cosa que las ganas de amar. El gran motor que tiene esta obra es el amor. Posee un mérito que las grandes obras tienen: los personajes sufren transformaciones en el escenario y no en el camerino. Los personajes se dan cuenta de que deben cambiar cosas. Estas transformaciones nos permiten darnos cuenta de que el gay, mi personaje, en un ser humano; no es el estereotipo del cual hacer chota.

–M. G.: Juan es un personaje con muchas capacidades intelectuales. Es un tipo brillante, con gran conocimiento sobre la vida, sobre el ser humano.

–¿Cómo construyeron sus personajes?

–L. P.: Sobre todo utilizamos la observación. En este caso, lo primero es la verdad interna. Luego los gestos, la expresividad. Si no hay una verdad escénica, no hay nada. Este personaje me interesó muchísimo porque tiene esa dualidad maravillosa. Cuando llega David, Juan lo recibe con una batería de ingenio tal que lo desarma. Hay mucha gente dentro del personaje. Uno va observando dentro de la vida y toma gestos y palabras, sin imitar. Es el punto de partida para encontrar un personaje con una cara, gestos y expresiones que se parezcan solo a él.

–M. G.: Me reí muchísimo, sobre todo con el proceso de construcción del personaje de Leonardo; lo mismo, sufría con Arturo. Con uno sufría, con otro me reía. Si yo reaccionaba así, era una manera de ver cómo reaccionaría el público.

Por un lado está la apertura total al amor por parte de Juan, y, por otro, la resistencia de David.

–A. C.: Es el mismo caso de Leonardo. Tengo que hacer de un homofóbico, que yo no sé si se acepta como tal, pero lo es.

–M. G.: Si hubiera sido una amante, una mujer, habría sido otra la reacción.

–A. C. : En un inicio, la gente se divierte y no se imagina la lección de vida que Juan le dará a partir de sus vivencias, de su sufrimiento y de lo mal que le ha ido en la vida. Ve las cosas que le da la vida porque ha tenido la oportunidad de amar. No escogió a la persona adecuada, pero amó intensamente. Cree que el amor es la solución para todo; es lo que logra transmitirle a David. Lo ayuda a entender un situación, pues aprendió lo que el papá no pude enseñarle durante toda la vida.

–L. P.: Juan le dice a David que nunca se forme ideas a priori de la gente. El ser humano es muy cruel e inmediatamente pone una etiqueta aunque no sepa nada de una persona. Esa es la famosa sociedad patriarcal, la del macho. Parece que la tolerancia no existiera.

–A. C.: Es esa necesidad de juzgar a las demás personas. El personaje de Leo me dice: “Esa necesidad que tiene la gente de saber siempre más de la vida. Todo el mundo tiene derecho a una ración de misterio”.

–L.P.: “No es fácil ser gay”, le dice Juan. “Hacen falta años de dedicación y de estudio. También fuerza para sorportar el dolor de la discriminación, de la injusticia, de no tener los mismos derechos de las otras personas”. No hablemos de la burla, de las bajadas de piso constantes, de la descalificación. La historia está llena de tipos geniales, de Leonardo DaVinci en adelante. La humanidad ya es muy grande en edad como para seguir en eso.

–A. C.: Ya son miles de años de existir como para no entender que el hecho de que me enamore de una mujer o un hombre no me hace peor ni mejor persona.

–¿Qué distancia al padre y al hijo?

–L. P.: Es un problema generacional. Salvo excepciones, la mayoría de los hijos superan a sus padres. ¿Por qué? Porque van aprendiendo de una enseñanza familiar. Si han tenido buena relación con sus padres y abuelos, van a enfrentar la vida con más experiencia. Nuestros padres tenían un límite, su escala de valores llegaba hasta cierto punto. Se da una sucesión. Uno tiene que entender a los papás y poder decir “¡Pucha, mi pobre viejo la pasó mal!”. La obra invita a entender mejor a los mayores y tenerles paciencia.

–M. G. : Uno de nuestros empleados vio un ensayo y nos dijo: “Muchas gracias por darnos esta obra tan buena, sobre todo lo que aprende uno siendo padre”. Creo que le llegó tan profundamente que fue lo primero que pensó: en esa comunicación.

–A. C.: Todo el mundo pretende ser el mejor padre que puede ser. Todo lo hace con esa intención, aun los errores que comete. Son seres humanos y se equivocan. Tenemos que estar anuentes a que se equivoquen hasta en nuestra educación y no guardarles rencor por eso. Por estar pensando en lo económico, muchas veces falta el amor. No es tan importante que me compre la bici, sino que me enseñe él a andar en bici.

–L. P.: Yo recuerdo que había una imagen del padre fuerte, serio, y que uno no podía ni entrar al dormitorio de los papás. Yo creo que vamos progresando, vemos más relación entre padres e hijos. Hay más amistad.

–A. C.: Qué sano que haya menos miedo y sin que se pierda el respeto, que haya esa amistad, que el padre no sea un extraño.

–L. P. : El público se va a reír mucho, pero se irá con una inquietud. Eso es lo importante del teatro como medio de comunicación. No vamos a cambiar a nadie de la noche a la mañana. No es una obra que se quedó ahí cuando vienen los aplausos. La obra sigue en la casa porque el público sigue conversando acerca de ella.

–¿Qué respuesta han obtenido del público?

–M. G.: He dirigido varias obras en el Vargas Calvo y tengo que ser muy sincero: obras como esta hay pocas, y hace años no se presenta nada igual: no solo por el hecho de que estemos con la sala agotada, sino por los comentarios y la reacción de la gente. La gente sale muy conmovida. Estamos haciendo muy buen teatro, y así lo recibe el lo público. La temática de la obra es justo para este momento en Costa Rica. Cae exacta para el momento en este país y por el problema por el que estamos pasando. A mí me gustaría que todos la puedan ver, empezando por el señor Justo Orozco y todos los diputados que lo pusieron en esa silla. Tal vez no cambiemos a nadie, pero los haremos pensar un poquito.

–L. P.: Yo creo que no es lo que está pasando en el país lo que hace que la obra tenga un éxito. Lo que la obra provoca lo hubiera provocado en cualquier época. Los problemas de discriminación, xenofobia y racismo los tenemos en nuestra sociedad y no podemos soslayarlos ya más. Ya está bueno de seguir inventando que somos el país más feliz del mundo cuando ayer estuve yo en una marcha [del movimiento Invisibles] con cuatro cuadras llenas de personas pidiendo por derechos humanos.

”Esta obra tiene el mérito de que hace años habría tenido el mismo impacto porque la gente hubiera descubierto que hay un mundo más, aparte del que creemos que nos pertenece a nosotros”.