Clases de líderes y jefes

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Algunos estimables lectores han apuntado que no se debe llamar “líder” a cualquier jefe de partido, sino exclusivamente a quien sea digno seguir como paradigma en sus actos y su forma de vida. Pensando en esto, me pregunto quiénes, entre algunos de nuestros gobernantes, según ello podrían catalogarse como “líderes”.

Tendríamos a quienes fueron líderes por su sensibilidad social, como Rafael A. Calderón Guardia; por su determinación, como José Figueres Ferrer; por su encanto carismático, como Rodrigo Carazo; por su inteligencia, como Rodrigo Facio, quien consolidó la excelente estructura y el funcionamiento de la Universidad de Costa Rica y posiblemente hubiese ejercido magistralmente la presidencia de nuestra nación.

Luego, aquellos exgobernantes que combinan esos rasgos en alguna medida, como Mario Echandi, Luis A. Monge y Miguel A. Rodríguez. Continuamos con los jefes elegidos por inercia familiar: Calderón hijo y Figueres hijo. Tenemos a la actual presidenta de la República, quien exhibe también una combinación de virtudes a las cuales se suma su feminidad. Finalmente, sin restarles algunos rasgos positivos, los jefes en cuya consideración ha pesado su fortuna, como los hermanos Arias. No menciono a quienes me resulta difícil ubicar.

También hemos de considerar a los jefes que no llegaron al poder o no lo han alcanzado, pero que han pesado en el destino de sus partidos y de la nación. Por sus ideales sociales, el legendario Manuel Mora. Más cercanos en el tiempo, Ottón Solís cuenta con carisma suficiente e ideas-fuerza como para haber llegado al borde de la silla presidencial. Otto Guevara, quien mantiene firme el mando y cuidado de su partido y quien, con una mayor dosis de carisma –puesto que el carisma puede cultivarse, como en el caso del arte oratoria– podría acrecentar el número de partidarios. No menciono a quienes no avizoro como futuros grandes jefes, sin que ello signifique menosprecio de sus valores positivos.

Liderazgo nefasto. Ahora bien, pienso que el liderazgo o la jefatura no necesariamente siempre se muestran positivos, puesto que los aspectos característicos asoman en ellos como males catastróficos. Tenemos el caso horrendo de Hitler y Stalin, una mezcla de carisma horroroso y terrible voluntad. También el caso de los déspotas latinoamericanos: Pinochet, Duvalier, Somoza y aquellos jefes que anhelan perpetuarse en el poder, a lo Castro, Chaves y Ortega.

Y, observando ahora no a los individuos, sino a las naciones, tenemos aquellas que ejercieron el despotismo colonial sobre otras naciones y que, entre sus afanes, dejaron un legado siniestro de pobreza, como sucedió lamentablemente con Haití, las naciones africanas y algunos países asiáticos. El llamado imperialismo norteamericano es fruto de la acción del capitalismo salvaje –amigo de imponer tiranías– puesto que esta nación, en sus aspectos positivos, como su apego a la constitución y las leyes, ha ejercido un liderazgo democrático innegable cuyo peso influyó en la constitución de las Naciones Unidas y la estructuración democrática de Japón y Alemania.

Alemania, a su vez, ha sido la poderosa máquina de la formación y mantenimiento de la Unión Europea. Los Estados Unidos de Norteamérica parecen evolucionar positivamente, como lo muestra la elección de Barak Obama, un líder de abierta sensibilidad social y contrario a la escalada de la guerra.

Así que podemos hablar de un liderazgo negativo y despótico, como el del “Fuhrer”, y de un liderazgo positivo y democrático, como el de Franklin D. Roosevelt. Pero, en toda esta consideración, no hay que olvidar el peso de los partidos, y, en ellos, los de toda la gama de subjefes, tal como lo exhibieron, en su tiempo, el partido Nacional-Socialista alemán y el partido Comunista soviético.

Para no ir muy largo en el tiempo y el espacio, en nuestra nación los líderes y jefes se rodearon de aquellos que ejercieron las primeras magistraturas, para bien o para mal. El estado actual de nuestra cultura, educación, salud, seguridad y riqueza o pobreza, más allá de toda demagogia e hipocresía, nos da un indicio claro de sus gestiones gubernamentales.