¿Ciencia como literatura?

Interconectividad Las ideas de Einstein son tan parte de la cultura occidental como las novelas de García Márquez

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Muchas personas están al tanto de todas las actividades culturales en nuestro medio: museos, conciertos, nuevos libros... Parecen haber visto los estrenos de todas las películas. Son conocedores de historia, política y geografía con envidiable frenesí. Han leído con pasión a Neruda, Borges y Benedetti, pero también a Shakespeare, Kafka y Flaubert. Pueden hablar de Dostoievski como si fuera su vecino.

Sin embargo, estas personas nunca han leído, ni sienten la necesidad de leer , ninguno de los artículos cruciales en la historia de la ciencia, como “Sobre la electrodinámica de objetos en movimiento”, de Albert Einstein. Este artículo se publicó en 1905 en una revista alemana de física, y en él se formuló públicamente la sutilmente radical teoría especial de la relatividad.

Esos artículos no son obras divulgativas ni culminaciones de una línea de pensamiento, sino que suelen ser primeras grandes comunicaciones públicas de ideas que marcan el inicio de un cambio de pensamiento científico.

Se permanece así en la total ignorancia sobre artículos que han tenido un impacto decisivo en la visión de mundo del siglo XX y comienzos del XXI. Por ejemplo, además de su relevancia científica y práctica (no podrían existir los sistemas de navegación GPS sin él), aquel artículo de Einstein fue parte importante de la historia cultural de fines de segundo milenio: sus ideas sobre la equivalencia de todos los sistemas de referencia (no existe el tiempo absoluto, solo un abanico de tiempos relativos) resuena con el carácter pluricultural de los tiempos actuales, y hace más fácil comprender la visión posmoderna sobre la multiplicidad de puntos de vista.

Antiguo debate. Las ideas científicas forman parte de ese entramado que llamamos “pensamiento moderno”. Hay filosofía en Einstein, y en los demás físicos, al querer meterse con la naturaleza misma del tiempo: en la Relatividad, cada observador tiene su propio tiempo distinto del de los demás.

La filosofía es inseparable de la física, pero también hay un sello de los pormenores de la cultura de la época: el artículo de Einstein refleja la obsesión que existía con la sincronización de relojes hace 100 años (para evitar accidentes ferroviarios).

Es curiosa y triste la manera en que gente educada no siente que se pierda nada al pasar por alto estas obras maestras. Es más, se ha naturalizado tanto el autoengaño que ya se contesta de manera automática: “Son artículos técnicos , llenos de fórmulas matemáticas que no comprendo”.

El razonamiento es peculiar; mucha gente no habla ruso y no puede leer a Tolstói más que en traducción, pero jamás se les ocurriría decir: “¿Para qué leerlo? De por sí está ruso”.

Otros apuntan que esas obras “no son realmente parte indispensable de una formación en humanidades” y que, “si quisiera, podría leerse, por ejemplo, una buena biografía de Einstein o algún texto divulgación de ciencia, pero hay cosas más interesantes: es mucho más enriquecedor un curso sobre la historia del arte”.

El debate sobre esta apatía es viejo ya. Han pasado más de 50 años desde el famoso ensayo “The Two Cultures”, del científico y novelista británico Charles Percy Snow, quien se lamentaba de la mutua indiferencia que hay entre científicos y humanistas. La discusión sigue siendo vigente, y compartimos su congoja, aunque no por los mismos motivos (a Snow le preocupaba que esta fisura de culturas nos iba a poner en desventaja ante el comunismo).

El punto clave es que, a pesar de que sí hay contenido que podría llamarse técnico en los artículos científicos (¡de otra forma, no serían científicos!), lo técnico no agota el contenido del texto. Usted jamás se referiría a Paco de Lucía como meramente un experto en la técnica de la guitarra, ¿no es cierto?

Sugerencias. Los grandes artículos científicos dejan su huella. Einstein decía que hacer ciencia no era apilar conocimiento tras conocimiento, sino forjar una tradición. El gremio de los físicos, como cualquier otro gremio, tiene su propia visión de mundo, la cual está en constante tensión con las demás visiones.

Los físicos ven el mundo de una manera extraña, poética. Asocian “altas temperaturas” no con una sensación táctil de calor, sino con una partícula que se mueve rápidamente. Se imaginan que un objeto cae con una trayectoria parabólica incluso cuando una caída en línea recta sería más cercana a la verdad.

Así también, los físicos piensan en longitudes cuando escuchan un tono musical, y, al mirar la Luna, ven una manzana gigantesca. Han aprendido a ver el espacio-tiempo como una cortina arrugada, y los procesos de la naturaleza como un gran motor Diesel. El caos es una oportunidad, y la incertidumbre, una riqueza. ¿No quisiera usted saber más sobre las intimidades de esta cultura?

Es amplia la lista de artículos influyentes que deberían leerse; algunos que tratan de física del siglo XX son: “Sobre el contenido físico de la cinemática y la mecánica cuánticas”, de Werner Heisenberg; “Una relación entre distancia y velocidad radial entre nebulosas extragalácticas”, de Edwin Hubble (sobre la expansión del Universo); “Sobre la constitución de átomos y moléculas”, de Niels Bohr; “La desintegración del uranio por neutrones: un nuevo tipo de reacción nuclear”, de Lise Meitner y Otto Frisch.

Entre los muchos artículos que no son de física, podrían mencionarse “La estructura molecular de los ácidos nucleicos”, de James Watson y Francis Crick (estructura del ADN), y “Sobre números computables, con una aplicación al Problema de la decisión ”, de Alan Turing (sobre la máquina de Turing, precursora conceptual de la computación moderna).

Hay mucho que ganar de la lectura de estos artículos. La tarea no es fácil, pero es importante. El primer paso es procurarse la ayuda de alguna amiga física, o bien asistir a alguna actividad relacionada en las universidades del país (véase www.iftucr.org).

Al igual que ocurría en la época de Snow, nos lamentamos de la apatía y de la falta de entusiasmo de la gente para con las obras maestras de la ciencia y con el valor de las metáforas científicas en general.

A diferencia de la época de Snow, sin embargo, se nos acaban las excusas. Quien hoy no aprende estos temas es porque no se ha esforzado lo suficiente. Es que no solo se trata de apreciar la estética del pensamiento científico, que la tiene, y mucha. Se trata de que ya no nos podemos dar el lujo de compartamentalizar la ciencia, y mucho menos de tratarla como categoría opcional en nuestra formación humanista. En una época de complejidad, de un mundo interconexo, no se puede ya separar lo científico de lo no-científico. La cultura del gremio científico ha de salir de los márgenes.

El autor es catedrático de la Escuela de Física de la Universidad de Costa Rica y colaborador del Instituto de Física Teórica; es PhD en física y profesor de historia de la ciencia en la UCR