Cantos de sirena

San José, siglo XIX Relatos de filántropos británicos ilustran cómo se celebraba la Semana Mayor

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“Dentro del sepulcro transparente había sábanas del lino más fino, blancas como la nieve y salpicadas de rosas; una cara de la que manaba sangre; una corona de espinas y la silueta de una imagen yacente. Esta imagen era la del crucificado del Calvario. A su paso no hablaba nadie, no se oían murmullos, y lo único que turbaba la paz de San José en aquel momento solemne, eran el balanceo y la música de la banda militar que precedían a las tropas que cerraban la procesión”.

Con esas palabras, Thomas Francis Meagher, viajero irlandés de paso por Costa Rica, plasmó sus impresiones de algunos de los ritos más reverenciados por los pobladores del denominado Valle de San José, hacia 1858.

Los relatos de viajantes, sumados a la información que proporcionan los periódicos de la época, constituyen fuentes esenciales para recuperar imágenes que recrean costumbres y tradiciones de naturaleza religiosa asociadas con las festividades de la Semana Mayor durante el siglo XIX.

Herencia familiar. En cuanto al credo religioso, el peso del legado colonial parecía entronizarse en la sociedad de entonces. Así lo dejaba ver Anthony Trallope, viajero inglés, cuando en 1859 escribía lo siguiente sobre los pobladores del país: “Todos son católicos romanos y es lo más probable que lo sean sin excepciones. Sus padres y madres lo fueron antes que ellos, y esto es de cajón”.

Dentro de las festividades de la Semana Mayor, el Viernes Santo constituía el día de más solemnidad. Según Trallope, “ese día, toda la ciudad estuvo siguiendo procesiones desde por la mañana (es decir, desde las cuatro de la madrugada) hasta por la noche (es decir, dos horas después de la puesta del Sol). Tenían tres imágenes o, mejor dicho, tres personajes (porque dos de ellos aparecieron en más de una forma) de tamaño mayor que el natural: Nuestro Redentor, la Virgen y San Juan”.

Las imágenes de madera coloreada se cargaban a hombros hacia distintas direcciones de la capital. Luego de salir de la catedral por la mañana, “se les permitía descansar por la noche”, de acuerdo con el burlón lenguaje del visitante.

Las procesiones reunían a todos, sin distingo social, y preservaban un sello femenino. Una invitación firmada por el el mayordomo de la iglesia catedral y publicada en el diario La República el 25 de marzo de 1891 hizo notar la importancia que las mujeres tenían en las concurridas caminatas.

La invitación indica: “El viernes Santo después del sermón de las 4 p. m. saldrá la procesión del Santo Entierro y Soledad de María. Se suplica al público en general y á las señoras en particular, se dignen acompañar á su templo á la Virgen de Soledad; á las 7 y media p. m., habrá rosario y sermón; el sábado estará la Virgen en adoración y rosario y sermón á las 5 de la tarde”.

El llamado oficial de la Iglesia Católica deja ver cierta “feminización” de actividades vinculadas con los ritos de la fe.

Espectáculos callejeros. Tomas Meagher llegó a describir con precisión la tradicional quema de quien carga con la mala reputación de haber traicionado a Jesús:

“El gorro, las botas, la camiseta, todo estaba relleno de buscapiés, carretillas y triquitraques, y dentro de los calzones había una bomba del más duro cartón, repleta de combustibles. ¡Aquella era efigie de Judas Iscariote!”.

La ceremonia en la que se sacrificaba al traidor incluía la participación de un militar, el toque de una corneta y el uso de una larga caña en cuya punta había un poco de estopa encendida con la que se tocaba una extremidad del Judas, instalado en una elevada horca. El acto previo a la quema ofrecía un profundo carácter ceremonial.

A partir de ese momento, los cohetes, la bomba, el olor a azufre y las llamas humeantes salían disparadas en diferentes direcciones desde el maltrecho Judas. Según Meagher, todo eso ocurría en menos de tres minutos.

En ese tiempo se vivía todo un espectáculo que incluía “redoble de los tambores, de los alaridos agudísimos en los muchachos, del canto de los gallos, de los ladridos de los perros, de las risitas entre dientes de las modestas señoritas y señoras, de la cháchara de los loros, de una granizada de piedras y de las griterías, maldiciones y regocijo estrepitoso de militares y paisanos, clérigos, indigentes y patricios”.

La quema del Judas era para entonces una legítima expresión de folclor popular alrededor de una actividad de orden religioso.

Con el transcurrir del tiempo, y a pesar de que estas tradiciones conservaron intacto su espíritu, el advenimiento del fin de siglo XIX trajo algunas variantes relacionadas con el consumo suscitado por asuntos religiosos, en particular en grupos sociales que se dedicaban a nuevas y lucrativas actividades comerciales.

A la moda. Así, en el diario La República del 20 de marzo de 1889 podía leerse lo siguiente: “Para Semana Santa. Un gran surtido de sombreros de pita muy finos, legítimos de Jipijapa, acaban de llegar á la tienda de José Esquivel”.

En ese caso, la cercanía de las celebraciones de los días sagrados constituía una oportunidad de lucir atuendos de moda y acordes con la solemnidad del caso.

El mismo periódico del 7 de febrero de 1891 anunciaba: “Para Semana Santa. Acabamos de recibir el mejor surtido en géneros de lana y seda negros, puntos y encajes de algodón y seda blancos, negros y de colores. Además de la variedad de ropa interior para caballeros, que siempre hemos tenido, podemos ofrecer otras en algodón, hilo de Escocia, lana y seda y una gran cantidad de camisas, cuellos y puños de formas nuevas y elegantes”.

Avisos de ese carácter permiten percibir cómo el arribo del capitalismo comenzaba a incidir en la proliferación de nuevos patrones de consumo de ciertos sectores de la sociedad costarricense.

Otros anuncios de periódicos parecen sugerir que la religiosidad popular se mantenía intacta hacia fines del siglo XIX, a pesar de los evidentes cambios que en materia secular se experimentaban.

Un aviso firmado por Minor C. Keith evidencia el peso que la tradición mantenía en asuntos religiosos: “Ferrocarril de Costa Rica. División Central. Semana Santa. Como de costumbre el Jueves y el Viernes Santo NO CORRERÁN los trenes en esta División”.

Entre tradiciones heredadas de la Colonia y otras inventadas con el alba del capitalismo costarricense, las actividades desarrolladas durante la Semana Mayor revelaban la naturaleza religiosa de parroquianos a medio camino entre las costumbres coloniales y el siglo XX que los esperaba.

EL AUTOR ES EL ENCARGADO DEL PROGRAMA DE ESTUDIOS GENERALES DE LA UNED Y PROFESOR ASOCIADO DE LA UCR.