Canto de palabras

Warren Ulloa Arguello

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Demoledora. Desde que arranca. Desde la primera línea. Desde que ella, Mabe, María Belén, se mete en la novela traída por los vientos de la realidad “con los abejones de mayo”. Una guila. Recién salida del cole. “Su carita de niña, según comprobé tiempo después, contrastaba con el expediente que tenía entre las piernas”. Sin embargo, como una Alicia más salida del país de las maravillas, con su carita de niña parece decir: “Solo vine a ver el jardín”. Aunque, con esa misma boca, ya “saboreé la muerte en el paladar”.

Por ahí comienza esta incisiva “configuración gramatical de la paradoja” (gracias, Foucault), en que Mabe y los personajes que van con ella (Bernal, Ratatás y los demás) hacen así, rácata, y huyen con todo su huir hacia un vacío que los borra y al mismo tiempo los acompaña, o hacia la desembocadura de un poema como evidencia de que existen, o de que ya han muerto y son solo momias “que los antropólogos hallaron”.

De uno y otro lado está el absurdo de sus vidas. Está el dolor. Sin cesar, sin tregua, sin piedad. Como en Sísifo, en un eterno terminar y comenzar de nuevo. No hay escape.

Se salen de Warren, se salen de la realidad, en la que están recluidos y excluidos, en un intento por zarpar, como tripulación de esta novela, para asomarse del otro lado y escuchar mejor el canto, el poema, que, como vuelta a la antigua esperanza, aun en la anulación total, les resucita la presencia, los saca de la nada y los devuelve convertidos en imagen, como si quisieran volver de nuevo a la realidad, y protestar.

De ahí parte la historia de unos seres que recurren a la locura, a las drogas, al suicidio, en una búsqueda desesperada de otro lugar donde habitar. Porque son jóvenes que mueren porque quieren existir. No hay otra salida para ellos. Un túnel tiene una sola salida. O se quedan hostigando sus conciencias, esperando (¿a Godot será?), descreyendo, desobedeciendo heréticamente a sus padres. O perpetran, con un disparo o una sobredosis, el olvido.

Porque lo terrible es que los huéspedes de esta novela son también huéspedes del mundo. Desde uno y otro lugar piden auxilio. La palabra aquí no solo es parábola, es también parabellum : comprime lo real y los comprime, es acta de nacimiento y defunción. No pueden ir más allá. El lenguaje, que los identifica y les permite coloquialmente “volar culo” y “hablar paja”, al igual que la realidad, les “encarcela la furia”, pero también, con reveladora adivinación, les regala una segunda existencia.

Parece que Ulloa Arguello, su autor, como Georg Trakl, no los escribe: los vive . Se complace en meterlos dentro de esta metáfora como si los metiera obstinadamente dentro de una botella, en la que, por vivir en lo oscuro, perciben lo real como descenso a sus miedos.

Con su novela, Warren alcanza momentos poéticos muy intensos a partir de ese sabor único que la oralidad popular, en cualquier latitud, le confiere al idioma. Es su manera de decir, de decirnos, de poner a los personajes a ser algo más que meras apariencias de carne y hueso, algo más que efímeros fantasmas para la comunicación de un último e implacable sentido.

El aullido que se escucha en esta novela, resuena como el grito desesperado de los inmigrantes que intentan pasar de la pobreza a la promesa, del naufragio de una balsa o un tren a la esperada Arca de Noé. Pero la frontera que desafían aquí es más terrible y angustiante que la de México con Estados Unidos. Aquí, de un lado está la ficción, del otro la realidad: ambas acechando, alucinando, produciendo igual esquizofrenia. Porque ambas, a la vez, con la misma ferocidad, se los disputan, mientras ellos las ilusionan o las salmodian, como si con ese desesperado e irónico intento de verosimilitud, lograsen por fin salir del tormento y dar el deseado salto al abismo.

No hay dudas: esta es la novela de un poeta que, con conciencia lacerada, muestra el caos, pero con elección de bando: contando del lado del caos. Así lo atestigua Bernal, el narrador, cuando pregunta:

–Mae, ¿sabés por qué somos basureados?

La respuesta la encontrarán cuando se zambullan en sus páginas y perciban, en el vértigo y el deslumbramiento que produce su lectura, que bajo esa lluvia donde Dios no existe, el dolor, al ser contado como lo cuenta Warren, puede ser “un peaje a pagar por belleza”.