Buenas personas

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Con su ejército, en el siglo VI antes de Cristo, el etrusco Porsena trató de invadir a los romanos; es decir, pretendió hacer a los romanos lo que estos se dedicaron más tarde a hacer a los demás.

Porsena creyó que un invasor es un ser cálido que abriga las mejores intenciones, mas terminó huyendo. No obstante, Porsena habría estado orgulloso de saber que Roma convirtió en industria bélica lo que él empezó como mera artesanía.

El fracaso del etrusco nos ofrece una enseñanza moral: nunca debemos desanimarnos pues ya Porsena ilustra cuán fácil es pasar de perdedor a precursor.

En aquel tiempo, los etruscos intentaron restablecer su dominio sobre Roma, debelado poco antes, y el rey Porsena sitió a la ciudad del Lacio para conquistarla.

Una noche, el joven romano Cayo Mucio ingresó en el campamento etrusco y mató a un cortesano al que confundió con Porsena. Detenido, Cayo puso su mano derecha sobre un fuego para “castigarla” por haber errado a la víctima.

La valentía de Cayo y la de posibles imitadores romanos alarmó a Porsena, quien levantó el sitio.

A Cayo llamaron después Escévola (Zurdo) ya que perdió el uso de la mano derecha. Así lo relata Tito Livio (Décadas, II, 13) y lo comenta Maquiavelo en sus Discursos (I, 24), que son un libro de un Maquiavelo que aún no ha leído a Maquiavelo.

A diferencia de su otro libro, El príncipe, los Discursos están habitados de nobles ejemplos republicanos. Los Discursos demuestran que la política debe ser un servicio; en cambio, El príncipe enseña que la política es un autoservicio y que la oposición debe estar fuera del poder ya que para eso es oposición.

Las leyendas solo son verdades que sufren de demasiada imaginación, y el heroísmo de Escévola regala una verdad a la ciencia. Quienes mueren jóvenes por sus amigos pueden no dejar descendientes, pero ¿qué ocurre si no mueren?

Según el economista Samuel Bowles, en el pasado, el grupo otorgaba privilegios en comida y matrimonios a los héroes, y su descendencia era segura (Conducta, instituciones y evolución). Con el río de los siglos, los genes de quienes afrontaron la muerte por los demás viven en nosotros: quizá por esto somos tan buenas personas.