Brasilia cumple 50 junto a su creador

A sus 102 años de edad, Oscar Niemeyer, el legendario arquitecto brasileño, habla sobre el cincuentenario de Brasilia, la ciudad que creó y que hoy ve con decepción.

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Poco antes de cumplir los 100 años, Oscar Niemeyer tomó una decisión radical. En adelante, no haría nada que no le agradara. Por ejemplo, las entrevistas.

Por su centenario, las solicitudes de prensa estaban llegando a cada rato. El gran arquitecto de Brasil e ícono mundial del modernismo celebraba un siglo de vida sin perder una gota de lucidez y aún diseñando proyectos.

Es más: solo dos años antes, con 98, se había casado por segunda vez –y a escondidas de su familia– con su secretaria, 40 años menor: Vera Lucía Cabrera.

El arquitecto de las líneas curvas, el que decía inspirarse en las montañas de su país, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida, quería una pausa.

Pasaron dos años antes de que las solicitudes de entrevistas volvieran. Pero esta vez para hablar sobre Brasilia, la capital de Brasil que, junto con el urbanista Lucio Costa, levantó en medio de la nada y que el pasado 21 de abril celebró sus primeros 50 años de existencia.

“Claro que estoy satisfecho por estar presente en este momento. Tengo mucho cariño por esta capital y por los brasileños”, dice desde su apartamento en Ipanema, Río de Janeiro.

Niemeyer sabe que estar presente –o en otras palabras, estar vivo–, y ser testigo de cómo resplandecen sus más de 500 obras alrededor del mundo, es un privilegio. Y que eso se lo debe, en parte, a Vera. Ella lo cuida y lo ayuda a editar la revista de arte y arquitectura Nosso caminho, donde publica sus proyectos.

Aún sigue diseñando proyectos y, cuando puede, va a su oficina en Copacabana, donde trabajan nietos y bisnietos que le ayudan a ejecutarlos.

Este año, espera inaugurar el que se considera su mayor proyecto en Europa: el Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer, en la localidad de Avilés, España; y trabaja en el rediseño de la llamada Praça da Soberania, una polémica obra que se construiría en la Esplanada Dos Ministerios de Brasilia, para celebrar el cincuentenario de la ciudad, pero que se postergó por su alto costo y por las críticas entre arquitectos brasileños.

Niemeyer prefiere no entrar en ese debate. Solo anuncia que continuará el proyecto. “La arquitectura todavía me absorbe casi totalmente. Mi tiempo libre lo llenan la lectura y las conversaciones con amigos”, confiesa.

También le apasiona la cosmología. Toma clases hace cinco años con el físico Luiz Alberto Oliveira. “¡Cómo me entusiasma apreciar el contraste entre la grandeza del cosmos y la situación del ser humano, frágil, siempre corriendo el riesgo de desaparecer!”.

Manos benditas

Oscar Ribeiro de Almeida Niemeyer Soares Filho nació el 15 de diciembre de 1907 en Laranjeiras, Río de Janeiro. Desde niño le encantó dibujar. Cuando tenía 10 años, solía hacerlo con sus dedos en el aire.

“La arquitectura está en mi cabeza. Soy capaz de hacer un proyecto sin usar un lápiz”.

A los 21 años, cuando terminó el colegio, se casó con Annita Baldo, la mujer de quien enviudó en el 2004. Con ella tuvo solo una hija, Anna María (quien le dio cinco nietos, trece bisnietos y cuatro tataranietos). Tras graduarse como ingeniero arquitecto en la Escuela de Bellas Artes de Brasil, en 1934, comenzó a trabajar en el estudio del urbanista Lucio Costa.

Allí conocería al futuro presidente Kubitschek, entonces alcalde de Belo Horizonte: en 1940, él le encargó la construcción de una iglesia a orillas del lago Pampulha.

El resultado –un templo de novedosas líneas curvas adoptadas de la arquitectura modernista de Le Corbusier– le dio gran fama casi al inicio de su carrera. Años después, trabajaría el diseño de la sede de la ONU junto al propio Le Corbusier.

Ateo e idealista, en 1945 se enroló en el Partido Comunista de Brasil, militancia que mantiene hasta hoy, la misma que durante la dictadura militar, en los 60, le significó años de exilio en Francia (volvió a Brasil dos décadas después), y que llevó a Fidel Castro a decir que ellos eran “los últimos comunistas del planeta”.

Todavía hoy Oscar Niemeyer cree en las utopías marxistas. “El marxismo contiene un mensaje imposible de despreciar. Alude a la posibilidad de un mundo más justo y solidario”, sostiene.

De hecho, la construcción de Brasilia, en 1960, nació producto de esas utopías. La idea del urbanista Lucio Costa –quien cuatro años antes había ganado el concurso promovido por el presidente Kubitschek para construir la nueva capital que reemplazaría a Río de Janeiro– era crear una ciudad moderna y perfecta, donde cada calle y conjunto habitacional fueran igualitarios, sin distinción de clases sociales.

“Brasilia fue un momento extraño: vivíamos junto a los operarios, frecuentábamos los mismos clubes nocturnos, con la misma ropa”, dijo Niemeyer en una entrevista.

“Aquello daba una idea de que iba a desaparecer la barrera de clases. Pero era un sueño. Después vinieron los políticos, los hombres de dinero. Todo recomenzó: esa injusticia tan inmensa, tan difícil de reparar”.

Brasilia fue planeada para 500.000 habitantes, pero hoy viven más de dos millones de personas. Alrededor del llamado Plano Piloto, surgieron espontáneamente una veintena de ciudades-satélite, hay congestión en las calles, el transporte público no da abasto y los brasileños acomodados han salido de las supercuadras, el tipo de organización vecinal ícono de Brasilia, que suponía que todo estaría allí: el colegio, el supermercado, la iglesia...

Después de vivir un siglo, Oscar Niemeyer comienza a ensayar su epitafio. “Me gustaría ser recordado como un hombre que pasó más de seis décadas sobre la mesa de trabajo, preocupado de su arquitectura, pero siempre listo para contribuir a la lucha política, a la superación de este régimen de clases que creó el capitalismo y que desmerece a la humanidad”, dice.

“Como alguien que siempre consideró que la vida es más importante que la arquitectura”.