Bahía de Guanabara, una tarjeta postal de Río de Janeiro y también un retrato de contaminación

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Río de Janeiro (AFP). La imagen de tarjeta postal de la bahía de Río de Janeiro, con su Pao de Azúcar al fondo, esconde bajo el espejo de sus aguas toneladas de basura y desagues de cloacas que han convertido en una pesadilla el trabajo de los pescadores.

“Antes, un día de pesca rendía 300 kg de pescado y entre $40 a $50. Hoy el pescador saca 30 kg y gana entre $5 y $15”, dice a la AFP Milton Mascarenhas Filho, de 62 años, presidente de la colonia de pesca de Magé, a 60 km de Río, en el extremo norte de la bahía de Guanabara.

Mascarenhas atribuye la merma en la pesca a la contaminación ambiental, especialmente al derrame de cerca de un millón de litros de aceite tras el accidente en una refinería de Petrobras hace 12 años.

“A pesar de la polución, aún da para sobrevivir de la pesca. Lo difícil es la basura”, reclama por su lado Claudio Batista, de 48 años, pescador desde los 10 años, tras retirar de la red unos pocos peces entre innumerables pedazos de plástico.

Navegando en barco por la bahía, impresiona la cantidad de basura, sobre todo botellas de plástico PET, flotando en las aguas. Y en las márgenes y en manglares se encuentra de todo: desde ropas y calzados hasta sofás y pedazos de televisores.

Los desechos son traídos al mar por los ríos de las ciudades vecinas, que además de contaminar el agua dañan las redes artesanales de los pescadores.

La bahía de Guanabara es hoy “una inmensa letrina y lata de basura”, afirma el biólogo Mario Moscatelli, que desde 1997 denuncia la degradación ambiental en la ciudad y en el estado de Río.

“Está muy afectada por la gran carga orgánica que recibe de los ríos, que sufren el vertido de cloacas de manera indiscriminada”, admite Gerson Serva, coordinador de un proyecto de saneamiento de la bahía a cargo del gobierno estatal.

Serva explica que los 15 municipios con ríos que desaguan en la bahía de Guanabara lanzan allí 20.000 litros por segundo de aguas de cloacas. De este total, cerca de un tercio es tratado y otro 10% sufre un proceso natural de descomposición.

El problema es viejo, pero su solución parece distante.

Lanzado durante la Cumbre de la Tierra de Río en 1992, hace 20 años, el programa de descontaminación de la bahía consumió cerca de $1.000 millones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA), con contrapartida del gobierno estatal.

Veinte años después, en vísperas de la cumbre de la ONU Río+20 sobre desarrollo sostenible que la ciudad acoge este mes, no ha sido finalizado.

“Fue el mayor programa de saneamiento realizado en el estado de Río de Janeiro, pero tuvo muchas fallas en su gestión y dejó un conjunto de obras inacabadas”, reconoce Serva.

“Ese programa es el resultado más claro de la certeza de la impunidad gubernamental, cuando el administrador público tiene certeza de que puede hacer prácticamente todo con el dinero público y no le sucederá prácticamente nada”, acusa Moscatelli.

Recientemente, el gobierno estatal firmó un nuevo contrato con el BID para un plan de saneamiento de los municipios en torno a la bahía de Guanabara, que Serva coordina.

Con un presupuesto de $640 millones, prevé la construcción, ampliación y mejoría de la red de saneamiento en el centro y zona norte de la ciudad de Río y municipios vecinos.

Para Moscatelli, resolver el problema, atacando sus causas, exigiría políticas públicas por los próximos 20 años. Pero señala que acciones de corto plazo como la recuperación de los manglares permiten enfrentar las consecuencias de la degradación.

Hace 12 años, el proyecto Manglar Vivo, en Magé, apunta a recuperar la vegetación destruida por la contaminación y la tala ilegal de árboles en las márgenes de la bahía.

El proyecto, bajo responsabilidad de la ONG Onda Azul, se concentra en parte del total de 1,64 km2 que precisan ser recuperados, y busca transformar el área reflorestada en un parque ecológico, pero enfrenta problemas de financiamiento.

Dos funcionarios de la ONG inventaron un envoltorio para botellas de plástico PET para proteger los brotes de los predadores, que es retirado cuando la planta crece. Gracias a esta técnica, un área de 120.000 m2 de manglar fue reflorestada y una segunda área de 160.000 m2 tuvo 40% de vegetación recuperada.

“El manglar es una verdadera cuna marina. Tenemos un gran número de aves, mamíferos y reptiles ya catalogados. Peces de especies comerciales, como lisa y corvina, y 70% de los cangrejos que vivían aquí se reproducen y ya son encontrados en el manglar recuperado”, celebra Adeimantus da Silva, uno de los inventores.