Aventuras y malaventuras de Tintín

Torna al cine Una reciente cinta nos recuerda la historieta de Hergé y las dudas que él aún suscita

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Volvamos a leer la serie de Hergé con la excusa de Las aventuras de Tintín , la nueva película de Steven Spielberg, para ver cuánto había de cierto en las acusaciones aparecidas en las últimas décadas sobre el posible racismo (e incluso fascismo) de los libros. Ideológicamente, el resultado es más favorable para Tintín que para Hergé. Los libros tienen de incorrección o brusquedad políticas, sobre todo los primeros dos (Tintín en el país de los soviets y Tintín en el Congo ), pero en general han sobrevivido bastante bien y hay incluso condiciones para decir que Tintín varias veces defendió a los que debía defender.

En El loto azul , Tintín simpatiza con los chinos frente a la invasión de los japoneses, a quienes Hergé pinta como despiadados y mentirosos; en El cetro de Ottokar , publicado al principio de la Segunda Guerra Mundial, Hergé recrea, con nombres ficticios, el “Anschluss”: la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi, y le da, al líder de los villanos, el alevoso nombre de “Musstler”, mitad Mussolini y mitad Hitler. Menos suerte tuvo Hergé, que se pasó el resto de su vida intentando borrar su actuación durante la Segunda Guerra Mundial.

Nacido como Georges Rémi en una familia de clase media baja en la Bélgica francesa, “Hergé” había publicado las primeras tiras de Tintín en el suplemento para niños de Le Vingtième Siècle, un diario católico, con mucho éxito.

Cuando los nazis tomaron Bruselas, en 1940, Hergé se fugó a París, pero volvió a Bruselas después de la rendición de los belgas. Como el diario donde trabajaba había sido cerrado, empezó a publicar en Le Soir , recién confiscado por los nazis. ¿Qué lo llevó a trabajar en un diario que todos los días publicaba fotos de Hitler en la tapa? Quizá su gran circulación.

Mucho después, Hergé insistió en que condenaba todos los autoritarismos, “tanto de izquierda como de derecha”, pero su actuación durante aquellos años manchó su reputación.

Hergé era un niño-hombre obsesionado con el mundo de las aventuras. Su única fidelidad intelectual estaba dedicada, según declaró, a los boy scouts, movimiento en el que pasó varios años de su juventud. No es difícil imaginarse a Tintín como un boy scout mundial, que viaja corrigiendo los pecadillos de los malos y retando amablemente a los buenos que cometen errores.

Tintín es abstemio, es casto, está casi siempre de buen humor, defiende a sus amigos y, en caso de conflicto, se pone del lado de quienes él cree que son los débiles.

Asimismo, Tintín no es un revolucionario porque no quiere cambiar el sistema, pero tiene la fe de que este sistema puede ser razonablemente bueno si derrotamos a los villanos: a los contrabandistas de opio, a las bandas de terroristas, a ciertos dictadores bananeros...

Los chistes son malos, y los argumentos se resuelven a veces de maneras demasiado simplonas o arbitrarias; pero hay algo en la pureza de la aventura y la crudeza del suspenso –un tipo escondido detrás de una puerta, una llamada misteriosa– que los hacen extrañamente irresistibles.

Peligros. En Tintín en el Congo , uno de sus álbumes más criticados, Hergé manda a Tintín de viaje a África, en una de los pocas ocasiones en las que el trabajo del protagonista (ser periodista “de investigación”) está incluido en la historia.

Tintín llega a África y se mete en apuros inexplicables, de los que siempre se salva por un pelo. Los problemas de Congo son su falta de tensión narrativa y, sobre todo, el tono paternalista con el que retrata a los africanos.

Hergé dibuja unos negros bien negros, de piel brillante y labios como salchichas, que se portan como animalitos domesticados o viven en la selva como salvajes.

Congo al menos evita la variante más ofensiva del racismo: la de incitar al odio. Ni Tintín ni ninguno de los personajes dice nada o hace nada que sugiera desprecio u odio por los africanos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Hergé trabajó sin parar y escribió algunas de sus mejores obras, las que usó Spielberg para filmar la primera de sus películas sobre Tintín (el proyecto de Spielberg y su productor, Peter Jackson, es filmar tres películas).

Esos álbumes tienen menos política y menos “inspiración real” que los anteriores ( La oreja rota , de 1937, se había basado en la Guerra del Chaco, entre el Paraguay y Bolivia) y más elementos de las aventuras clásicas.

Ello lleva a Tintín y a Milú al agua: buena parte de El cangrejo de las pinzas de oro, El secreto del unicornio y El tesoro de Rackham el Rojo (los tres álbumes incluidos en la película de Spielberg) transcurre a bordo de barcos cargueros, en islas desiertas o rodeados de tiburones.

Todos esos libros respetan la estructura clásica de las historias de Tintín, en las que lo único importante es mantener bien alto el ritmo de la narración.

Cuando aparece un conflicto entre el suspenso y la credibilidad, Hergé casi siempre sacrifica la credibilidad en favor de la velocidad jadeante de sus páginas. Así empiezan a aparecer coincidencias inexplicables o resoluciones deus ex machina que lo hacen sentir a uno levemente estafado.

En Los cigarros del faraón , Tintín se escapa en avioneta desde lo que parece ser Yemen, es baleado por aviones de guerra enviados por los malos, se queda sin combustible y finalmente cae en medio de una jungla. Ileso, Tintín le dice a Milú : “No sé dónde estamos, pero estoy casi seguro de que es en la India”.

Dos viñetas más tarde se encuentra, en esa selva de la India, con Filemón Ciclón, el extraño profesor que al principio del libro había gritado “¡Deténganlo!” en el crucero y lo había convencido para bajarse en El Cairo. “Doctor Ciclón, ¿qué hace usted aquí?”, pregunta Tintín. Eso mismo, señor Hergé: ¿qué hace Ciclón allí?

La estructura de los tintines clásicos es así: una página de vida cotidiana, con Tintín de vacaciones o caminando por la calle de su ciudad (cuyo nombre ignoramos); una interrupción de esa vida cotidiana, que desencadena 60 páginas frenéticas de peleas, disparos y persecuciones; y una última página con un desenlace cortito y feliz, con la cara de Tintín en la tapa del diario local o con un banquete exótico en honor del joven reportero.

Una de las cosas más curiosas de Tintín es la relación que tiene con sus amigos, el capitán Haddock, el profesor Tornasol y los chaplinescos detectives Hernández y Fernández, todos personajes coloridos y levemente absurdos que Hergé usa para compensar la insipidez de Tintín, y también para multiplicar la cuota del humor físico que parecía gustarle tanto. ¿Cuántas veces es gracioso ver a alguien golpeándose contra un poste de luz en la calle? Algunas, pero no infinitas.

En las aventuras no hay progresión, clímax ni revelaciones psicológicas. Usando las categorías tradicionales de introducción, nudo y desenlace, Tintín empieza pronto y termina de golpe: es todo nudo.

Fuera del tiempo. A pesar de los años que han pasado, sigue siendo un poco sorprendente ver que Tintín no tenga ningún amigo de su edad. En los 23 álbumes, los únicos “jóvenes” son soldados o policías. Los personajes son adultos, niños o Tintín, que boya en su edad indefinida sin apenas crecer o cambiar de aspecto en su medio siglo de vida.

La falta de juventud es una elección de Hergé, pero también una marca de su época: hasta los años 60, ser joven era visto poco más que como una transición incómoda entre ser niño y ser adulto.

Incluso el viejo Hergé que dibujó Tintín y los pícaros , en 1976, creó un grupo guerrillero que se parecía mucho a los cubanos de Sierra Maestra, pero que no tenían ningún gesto de la juventud de los años 60 ó 70: eran borrachos de una manera bastante patética, y su jefe, un clon del Che llamado Alcázar, vivía sometido en su casa a una mujer mandona.

Los últimos álbumes fueron publicados en 1963, 1968 y 1976, pero Tintín parece vivir refugiado física y socialmente en 1935: los autos se mantienen iguales, la ropa de los personajes apenas cambia y las maneras de relacionarse son casi idénticas de principio a fin.

Hergé murió en París en 1983, a los 75 años, y nunca sometió a Tintín a la tentación de la contracultura: no lo hizo beatnik ni hippie ni rockero. En Tintín hay viajes a la Luna (escritos en 1958, una década antes del Apollo 11 ), pero no hay Mayo del 68.

Tintín fue una despedida de la niñez, preirónica, presexual y prerrealista de la vida, en la que chicos de clase media soñábamos con ser arqueólogos, detectives o futbolistas, pero ya sospechábamos que no seríamos ninguna de esas cosas.