Aquellos primeros chapoteos

El día en que aprendí a nadar

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“La ropa perdida”

“Aprendí a nadar en el río María Aguilar (cuando sus aguas eran limpias), en las pozas cercanas al colegio Seminario, cuando estudiaba en la escuela Naciones Unidas, allá por los años 60. Los chiquillos de aquella época aprovechábamos los ratos libres entre las clases para bañarnos en el río. Como nos tenían prohibido visitar ese lugar y para no despertar sospechas de nuestros padres, nos sumergíamos sin ropa en las aguas, para no mojarla. Pero algunos padres de familia se pusieron de acuerdo con la policía y, en más de una ocasión, la policía nos decomisó la ropa. No era raro ver llegar al barrio, al atardecer, a algunos chiquillos sin ropa, envueltos en hojas de guineo y zacate después de un buen chapuzón”.

Marco V. Montoya O, Aserrí

“Poza para expertos”

“Yo vivía cerca del Seminario Mayor, en Paso Ancho, tenía 9 años cuando empecé a dar mis primeras brazadas en el río Tiribí. Atravesando el potrero de los padres, acompañaba a mi mamá a lavar ropa; lo hacía en una piedra plana semejante a una batea; cerca estaba la poza El Higuerón, que era el centro de atracción de los diestros en natación que se lanzaban desde un peñón y la atravesaban de consumida. Pasó mucho tiempo para que pudiera nadar en dicha poza, me impresionaba la profundidad y solo soñaba con cruzarla de lado a lado. Me gustaba observar la destreza de los pescadores de barbudos (peces de agua dulce) utilizando la cuerda, la plomada y las lombrices como carnada”.

Eduardo Guzmán Alcázar

“Nadé como un pez”

“Recuerdo que cuando estaba aprendiendo a nadar, pasé por una amarga, pero chistosa, experiencia. Un día, antes de entrar a la piscina para empezar la clase de natación, se me olvidó amarrar el cordón que ataba la pantaloneta de natación a mi cintura y así me lancé a la piscina. Solo cuando comencé a nadar me percaté de un frío que me recorría el cuerpo; en cuestión de un instante, estaba solo con mi gorra y anteojos puestos, por lo que me tuve que devolver unos diez metros nadando por la pantaloneta, ante la risa insostenible de mis compañeros de clase. ¡Vaya si nadé como un pez!”.

Adrián Coto Quesada