Aquel primer viaje en la playa

El día en que conocimos el mar (IV parte)

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“Agarrada del lazo”

“Lo recuerdo toda mi vida, yo tenía 10 años, vivía en La Pitahaya, San José. Nunca habíamos salido a un paseo de esta índole; lo más que conocía era Heredia. Mi mamá fue invitada por una señora a quien le cosía ropa. Llegamos a Puntarenas en tren. Yo sentía que el mar, tan inmenso, se nos venía encima, pero al ver a la gente que se divertía en la playa, yo también quería. Mi madre, más nerviosa, me puso un vestidito de domingo (no teníamos vestido de baño), con un lazo que le amarraban atrás; soltó las tiras del lazo y a lo que daba esa distancia me dejaba estar paradita en la playa, sosteniéndome ella por detrás y, por supuesto, ella no se mojaba los pies. O sea, se paraba adonde llegaba la ola y se regresaba. También recuerdo que esa época era 1950, había pasado la guerra del 48 y en la noche mi mamá no durmió pensando que el mar se venía contra las casas con el sonido de las olas. De pronto, sonó una balacera en la playa y mi madre me hizo jalada para dormir debajo de la cama por las balas. ¡Qué recuerdos!”.

Ma. Eugenia Piedra A.

“Benji sufrió trauma”

“La primera vez que fuimos a la playa, lo hicimos a bordo del vochito que tenía nuestro padre. Recuerdo que lo llenamos de maletas, ollas, juguetes y nuestra mascota Benji, un pequinés medio zaguate que hacía poco nos había traído el Niño Dios. La cosa es que en el pequeño carro nos metimos todos: papi, mami, mis hermanas, el perro, nuestros chunches y yo. Íbamos como sardinas, pero felices. El destino era playas del Coco. Cuando llegamos todos disfrutamos de la arena y el mar, menos Benji, quien no paró de ladrarle a las olas. Creo que sufrió un trauma, porque nuestra mascota se convirtió, desde entonces, en un perro sumamente agresivo”.

José Quirós