Años y noches

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Un día de 1814, Marcel Proust ordenó tapiar de corcho las paredes y el techo de su casa, poner vidrios triples en las ventanas y cerrar todas las cortinas para instalarse en el dormitorio: ese día nació un libro excepcional, escrito cuando los demás duermen, 8 largos años destinados a las 3.000 páginas de “A la búsqueda del tiempo perdido”, una obra clave contemporánea.

Asmático y frágil, Marcel, sin embargo, poseía una fuerza secreta y una determinación a prueba de magia y porfía: la de ser el depositario de las sensaciones vividas y el mortal capaz de resucitarlas.

El autor de la hazaña no estuvo solo, como se dijo: Celeste Albaret, su mucama, valet, ama de llaves, correo, confidente y ángel guardián registró aquella etapa y supo convertirse en testigo de lujo de una de las aventuras más conmovedoras de su época, siempre al servicio de lo suyo que incluía veladas nocturnas y rumores que Proust usaba y Celeste traía de la calle. “Ocho años, día por día, son más que mil y una noches” dice el crítico Juan Forn, gran elogio de esta sombra que hoy tiene luz; y que explica un lado oculto de 7 tomos de cómplice maravilla.