AL VUELO

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“Cubra ese seno que no sabría ver”. Es la famosa réplica del personaje principal de la obra Tartufo o la impostura , de Molière. La obra retrata las artimañas de un personaje seudopiadoso, más político que religioso, más calculador que justo. Disfrazándose con los ropajes de la fe, seduce al rico Orgon con el propósito de casarse con su hija. Aunque pertenezca a la literatura francesa del siglo XVII, más de un Tartufo podría reconocerse en la Costa Rica del siglo XXI, escondiendo sus codiciosas intenciones tras la mampara de la devoción.

¿Han pasado bien estos dos días? ¿Qué ha habido en la familia y cómo andan todos?, le pregunta Orgon a su sirvienta Dorina.

Dorina: La señora anteayer, estuvo con fiebre hasta la noche y con un dolor de cabeza como no podéis imaginaros.

Orgon: ¿Y Tartufo?

Dorina: ¿Tartufo? Muy bien. Gordo y lucido, con buen color y la boca muy encarnada.

Orgon: ¡Pobre hombre!

Dorina: Por la noche la señora no pudo probar la cena. ¡Le dolía la cabeza tanto!

Orgon: ¿Y Tartufo?

Dorina: Comió solo, delante de vuestra esposa, y engulló muy devotamente dos perdices y media pierna de carnero en salsa.

Orgon: ¡Pobre hombre!

Si hubiese ocupado una curul en la Asamblea Legislativa, Tartufo habría seguramente apoyado con fervor el proyecto para duplicarse el salario. Habría necesitado comprarse ropa nueva tras vestir el mismo beato atuendo durante años. ¡Pobre hombre!

Hay que entender la importancia de la indumentaria para quien vive de aparentar... para los tartufos, lo importante es lucir por fuera lo que falta interiormente. Les es muy difícil salir de su vanidosa lógica, de modo que no pueden evitar proyectarla sobre los demás.

En efecto, si Tartufo hubiera debido legislar sobre los derechos de las personas no heterosexuales, quizá se habría exclamado: “¡No los veo, no los reconozco!”; “¡Si no se les ve el plumero, uno no sabe quiénes son!”.

Tartufo es todo menos sutil. No reconoce lo que no tiene la marca de la ostentación. Por eso, está obsesionado con separar lo que se ve y lo que no se ve, lo visible y lo invisible, lo que hay que cubrir, lo que no se debe desvelar... no vaya ser que, bajo su piadoso plumero, se descubra la impostura.

El problema con los charlatanes de este tenor, no es solamente que disfracen de santos motivos acciones que van en beneficio propio. El problema es que, predicando cristiandad, siembran discriminación, cosechan odio.

El problema no es que existan tartufos, sino que logren imponer su vulgaridad a toda la nación.