¡Ah, los dobles discursos!

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Primero el de ellas. “Yo soy muy selectiva. Me fascinan los hombres sensibles y cultos, que no le temen a sus propios sentimientos. Sólo me conquistan con tres cosas: ternura, ternura y ternura. Lo que son los machos así, musculosos y medio rudos, no tienen nada que hacer conmigo.” En tales casos debe leerse: “Fijate que ahora estoy saliendo con un mae bastante famoso: Greivin Otárola, el centro delantero del Chirraca Fútbol Club. Nos llevamos super bien: a él le gusta el reggaeton y el reif, y sólo te usa Addidas, Polo y Nike. Se pone pulseras de oro y tatuajes banda.

Cuando lo conocí usaba el corte de pelo de Pedro el Escamoso. Así se ve divino, pero ahora quiere pelarse como el Pato López. Lo que soy yo, lo adoro de cualquier manera. Mi anterior novio era fisiculturista. Duramos tres meses. ¡Vieras qué manera! Tenía aquel cuerpazo lleno de tatuajes: carajadas tribales, jeroglíficos, símbolos raros… cuando enseñaba los bíceps y los pectorales parecía un mosaico humano. Siempre con t-shirts Tommy Hilgfiber, pantalones Billabong, zapatos Reebok, anteojos verdes Police, y esa colonia riquísima que sale en “The Lifes of the Rich and Famous”: “Animal”. Todos los días pasaba por mí en un Range Rover Sport, y bueno, de aquello ni te digo.” Lo cual se reduce a lo siguiente: “Yo querer caverna, hombre cazar tigre dientes de sable, hombre hacer fuego, hombre traer pieles de mamut, hombre dar muchos hijos tribu”.

Y ahora, el de ellos. Oigamos ni más ni menos que a Gustavito, el sollozante, el suspirante, el lacerante poeta de las Rimas. “Mientras haya una mujer hermosa habrá poesía”. Léase: “estás riquísima y tengo ganas de llevarte a la cama”. “Entre la leve gasa que levantaba el palpitante seno, una flor se mecía en compasado y dulce movimiento”. Léase: “¡Mire usted que buenos pechos!” “¿Qué es poesía -dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía… ¡eres tú”. Léase: “Para que las viejas no escriban versos y se las den de poetas, lo más eficaz -lo que nunca ha fallado- es convertirlas en “poesía”. Quitarles la palabra, y condenarlas eternamente a oír nuestras inmortales rimas acodadas en su balcón. ¿Cuándo ha visto alguien a un poema que haga poesía? Si la mujer no es lo que el poeta dice, entonces no es nada. ¡La mujer no tiene derecho a la autonomía ontológica!”

Y así nos la pasamos, hablando “en dobles códigos”, tragándonos nuestros propios cuentos, no sabiendo siquiera qué es lo que queremos. Y sin embargo existe el amor. El único sentimiento que no necesita dobles discursos. No se manifiesta en las palabras, que pueden ser falaces, sino en los actos. El lenguaje del amor es la acción: la presencia solidaria, efectiva, comprometida.