Adolescencia y sexualidad

Programas educativos sobre sexualidad no deben basarse en un enfoque adultocéntrico

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Los recientes reportajes publicados en el periódico La Nación en torno a los embarazos en adolescentes, presentan una realidad que debe analizarse con especial cuidado. Si bien se afirma que “14.000 adolescentes al año se precipitan a la maternidad”, la realidad es que la gran mayoría de nacimientos –12.828– provienen de madres con edades entre 15 y 19 años, de las cuales 5.542 son solteras, 1.058 casadas, 14 divorciadas y 6.152 viven en unión libre –según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de 2010–. Por supuesto que los 428 nacimientos de madres menores de 15 años, es una situación igualmente preocupan- te. La información del INEC para el 2011 contenida en el reportaje es muy similar, lo cual confirma estas tendencias.

Ahora bien, más allá de los datos estadísticos, existe una situación a la que hay que poner atención en cuanto a la sexualidad en adolescentes. Se señala que “la edad promedio de la primera relación sexual en hombres es a los 15 años y en mujeres a los 16 años”; es decir, si estas edades son un promedio significa que una gran parte inicia su actividad sexual antes de las edades indicadas. Pero el problema trasciende a la información del uso o no de los métodos anticonceptivos.

Recuerdo que, hace más de 15 años, en los campamentos de voluntariado y en las jornadas de capacitación realizadas por el Movimiento Nacional de Juventudes, los jóvenes reflexionaban sobre estos mismos temas y aportaban información muy valiosa para una adecuada comprensión y abordaje de su sexualidad. Y es que en un tema de tanta relevancia, considero que debemos partir de los propios jóvenes, desde sus particulares perspectivas, aprender a escucharles, porque los adolescentes y jóvenes no deben ser considerados como receptores pasivos de información, son sujetos de derechos.

Comprender a la adolescencia. La política pública y los programas educativos en este campo deben diseñarse desde esta perspectiva. Comprender que la adolescencia es un período de cambios muy variados y complejos de orden biológico, psicológico y social, entre otros, que hacen ingresar al joven a una difícil dinámica de comprensión y manejo de sus sentimientos y emociones, en donde están en consolidación su identidad, su proyecto de vida y sus relaciones más significativas. Por lo tanto, el abordaje de la sexualidad en adolescentes no puede obviar la comprensión integral de estos aspectos.

Muchos adolescentes tienden a iniciar su actividad sexual no solo respondiendo a sus estímulos, deseos o requerimientos, sino también movidos por la presión de grupo o estimulados por imágenes, modelos o referentes que quisieran seguir. No podemos tampoco desconocer que, en muchos casos, también se les brinda información parcial y distorsionada –en ocasiones ausencia total de ella– en sus propios hogares, de amigos o del medio publicitario que los rodea.

También suele suceder que las carencias emocionales y necesidades afectivas no son cubiertas en el contexto familiar, lo cual puede conducir al joven a comportamientos y experiencias sexuales prematuras y desvirtuadas, que producen con frecuencia embarazos inesperados y lesiones emocionales.

En la actualidad, el adolescente enfrenta un mundo en el que abundan los estímulos que los invitan a prácticas sexuales tempranas, a priorizar el contacto físico y genital en las relaciones interpersonales, a reproducir relaciones de pareja inestables y “sin compromiso”, y a responder a satisfacciones inmediatas sin responsabilidad.

A mi juicio, una educación sexual integral debe posibilitar a los jóvenes a despejar la confusión, a obtener información y conocimiento adecuados acerca de su sexualidad, que les permitan tomar decisiones con responsabilidad y fundamentadas en el desarrollo de relaciones interpersonales donde prive el afecto y el respeto.

No hay duda de que es indispensable un contexto familiar estable y sólido, que asuma su insustituible función formativa y proporcione la información y orientación que los jóvenes requieren. De igual forma, es necesario el respaldo de los centros educativos y de los medios de comunicación que, a través de sus programas, pongan énfasis en la interacción afectiva inspirada en la enseñanza de valores y contenga información adecuada y oportuna que fomente actitudes responsables.

El problema es que muchas veces queremos brindar a los jóvenes contenidos desde enfoques adultocéntricos, cuando lo que se requiere es abrir más espacios para conocerlos, escucharles y responder adecuadamente a sus auténticos requerimientos.

Jesús Rosales Valladares. Politólogo, directorejecutivo de CIBEFAM (Centro Iberoamericano de Estudios para la Familia)