A pie o en bicicleta

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Miramos a un grupo de estudiantes o de colaboradores e imaginativamente a unos los vemos como montados en una bicicleta liviana y veloz, mientras que otros van, como dicen, en un portón con llantas.

Otros van a pie. Y otros van arrastrando sus prótesis.

La gracia y la velocidad con la que cada uno se desenvuelve, depende de varios factores. Muy importante es el gusto que se tenga por la actividad.

Unos se sienten bien en actividades intelectuales. Otros en las manuales.

Unos en el pensamiento que va paso a paso. Otros dejando volar la imaginación.

Los gustos posiblemente tienen relación con las predisposiciones naturales, pero cuando se ha recorrido un tramo importante de la vida, los resultados de nuestras actividades han ido retroalimentando tanto los gustos como las predisposiciones.

Y entonces, podemos decir que contamos con un conjunto de rasgos, algunos de los cuales constituyen nuestras ventajas competitivas y otros nuestras desventajas.

El sentido no está en llegar, sino en ir haciendo el mejor recorrido de acuerdo con las circunstancias.

Se puede mirar el transcurrir de la vida como una carrera a campo traviesa que hay que ganar a toda costa o como una vigorosa excursión en la cual se debe avanzar y a la vez disfrutar del recorrido.

Tenemos que repasar la fábula de la tortuga y la liebre.

¿Qué sería un recorrido de calidad? Primero no pensar solo en la eficiencia, dada por el tiempo consumido y el espacio recorrido. Conviene pensar en otras variables: disfrute, sabiduría acumulada, vínculos creados, apoyo a otros, crecimiento personal.

¿Y qué hacemos con el dolor que produce la conciencia de las limitaciones?

¿Nos desesperamos, nos menospreciamos, abandonamos, o seguimos en el trayecto a pesar de esas circunstancias gravosas? En bicicleta se avanza más, pero el lamento por la bicicleta que no tenemos nos paraliza.

Y conviene sustituirlo por el paso lento tentativo, vacilante, persistente, con el cual muchos han recorrido largas distancias con gran felicidad.