A favor del infierno

Deshacerse del infierno es hacer la vida humana menos humana

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En la última edición del año 2012 de la famosa revista The Economist hay un artículo que opina que el infierno es “el lugar más temido por la imaginación humana. Y es también el más absurdo”. Procede a hacer un análisis histórico, filosófico, teológico, geográfico, topográfico para concluir que es un lugar demasiado feo para ser tolerado, aún por sus adeptos. Que, por lo tanto, los días del infierno están contados por esa razón, pero también por sus contradicciones. Sin embargo, insinúa que lo que rescata la idea del infierno es que no puede haber cielo sin infierno de la misma forma en que no puede haber luz sin oscuridad, ni sonido sin silencio.

No se puede hablar de infierno, ni de cielo, sin hablar del don sobrenatural que define la vida y la muerte. El haber practicado la medicina por muchos años y haber estado presente en el momento de la muerte de muchas personas, me da una perspectiva única en el debate religioso y filosófico de la vida y la muerte.

El proceso de la muerte puede ser súbito, gradual o ambos, pero tiene un final claro y definido. Algo abandona el cuerpo cuando la persona deja de vivir. Antes de la muerte, uno puede atestiguar la agonía, pero la persona todavía responde a una orden o retira la mano cuando se pone una inyección. Todavía esta viva. Pero una fracción de segundo más tarde, no solo se le para el corazón y deja de respirar sino que ya no siente y, generalmente, hay un último respiro y un final inmediato. “Descansó”. Ese instante es, exactamente, como si algo salió del cuerpo. “Algo” que manejaba el corazón, los pulmones, el movimiento de las extremidades. En otras palabras salió la vida o el espíritu o el alma. Puede llamarse de varias formas, pero lo que partió fue la vida. Eso es lo que le da el sentido a la muerte. La parte material de la vida se descompondrá. ¿Y lo otro? ¿Lo no material? ¿Qué fue lo que partió?

Teológicamente, lo que castiga el infierno es el mal. En general, para hacer énfasis sobre un concepto, el escritor deja para la frase final la principal idea que le quiere dejar al lector. Cuando enseñó a orar a sus discípulos, Jesucristo termina con la frase “mas líbranos del mal”. Ese será el ruego constante de todos los seres humanos mientras vivimos porque la maldad parece no conocer límites.

La maldad puede ser castigada en la Tierra por los jueces, y ¿las maldades constantes contra nuestros semejantes que escapan las leyes del hombre? Si la vida virtuosa se premia con el cielo, la maldad ¿no se castiga? Grandes mayorías creen en Dios, el cielo, en milagros y en la oración. Pero el temor de condenarse al infierno parece haberse evaporado.

Es difícil para la mente moderna comprender por qué un Dios bueno permite tanta miseria humana en la Tierra. E imaginarse un Dios que permite el sufrimiento eterno no es solo ofensivo, sino que absurdo como dice The Economist. Por eso es que muchos pastores y teólogos tienden a ignorar el infierno, para que su Dios parezca más humano.

Pero deshacerse del infierno es hacer la vida humana menos humana porque creer en Dios y en el cielo y no en el infierno, en última instancia, es no creer tampoco en la realidad de la libre escogencia humana. La doctrina del infierno asume que nuestras decisiones son de verdad. Que hemos escogido entre algo y algo. Más aún, que, en todos los casos, somos el producto del rumbo que hemos escogido.

En la introducción a su traducción del Infierno de Dante, Anthony Esolen opina que la idea del infierno es crucial en el humanismo occidental.

Es una manera de afirmar que “las cosas tienen significado”, que la vida en esta Tierra es más que solamente una serie de eventos sin importancia y que “el ejercicio del libre albedrío en un momento dado puede significar la vida o la muerte... la salvación o la condena eterna”.